La vida es sencilla, a pesar que no somos simples. Somos
extravagantemente complejos –me refiero a los seres humanos-. Somos seres necesitados
del otro y es el otro el que, tantas veces, nos genera los dolores de cabeza
más fuerte, simbólicamente hablando o sintetizando. Hacemos un mundo de cosas
con los demás, para los demás, por los demás, a pesar de los demás, contra los
demás. Ese “hacer” lo realizamos por ciclos, por decirlo de algún modo: un año o
una relación, por ejemplo. Así, es lógico que al terminar los ciclos pensemos en la idea
de habernos merecidos muchas cosas y otras no tanto por lo que hicimos o
dejamos de hacer. La vida, que aquí valga como sinónimo de los demás en
relación con uno, no es justa en tantas ocasiones. Efectivamente, los aplausos
y los látigos no son repartidos por ningún juez infalible, sino por una rara
mezcla de justicia aleatoria, inequidad arbitraria, circunstancias
cuasi-perfectas y generosidad o egoísmos de quienes nos tocan en suerte en cada
momento.
Pero esa fáctica realidad no quita lo que nuestro corazón sabe: hay
personas que merecen más cosas que las que podemos darles; personas que debemos
agradecerle por lo que han hecho en nuestra vida, aunque sea por el simple
hecho de pasar por ellas en una esquina. Y también las otras, las que no
merecen algo de lo que le hemos dado o de lo que han recibido y menos nuestro
agradecimiento.
También está, esto es cierto, la lista de aquellos a los que públicamente podemos decirles: ¡gracias!
y que al hacerlo sentimos que hay un poco de justicia divina cuando reciben
beneficios que son originados por sus claros merecimientos. Pero, valga
notarlo, hay esas otras personas que no han recibido de nuestra mano lo que
merecen, por culpa de nuestras razones más diversas, desde el egoísmo,
disfrazado de circunstancias, hasta por nuestras carencias no dichas pero si
reales. Esas personas que no tuvimos oportunidad, por la razón que sea, de decirle Gracias por lo que
nos ofrecieron, cosas que hicieron que nuestra vida cambie o, quizás, sólo ese segundo
de nuestra vida irremplazable, son parte de nuestras deudas vitales.
Como todo año que termina, uno se hace “promesas” de lo que valdría
bien hacer. Ojalá utilicemos una de esas para pensar que este año que llega le
daremos su merecido a cada cual. Y que este agradecimiento que parece tan inespecífico
aquí, pero que es muy particular en mi realidad se convierta en miradas, tacto
y cercanía para esas personas que nuevamente, deberemos agradecer en cada día
por habernos permitido instantes de felicidad.
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