En mi época adolescente existían los chistes que comenzaban con “no es
lo mismo” y terminaban con un juego de palabras que incluía un doble sentido en
su comparación. Todos esos chistes utilizaban el sexo como motor. Lo cierto que
esa idea de “no es lo mismo” es clave en las cuestiones del sexo de todos y
todas.
Básicamente siempre debemos diferenciar frente a una situación sexual
cualquiera tres concepciones –niveles- que “no son lo mismo”: La primera, la concepción
de lo saludable (esto es saludable o perjudicial para mi salud); la segunda, la
moral (yo considero que esto es bueno o malo para mi, según mi escala personal
de valores) y tercera, la del gusto personal (eso no lo disfruto o considero
que no es de buen gusto para mi). Esta separación es muy importante para poder
construir una vida sexual altamente positiva evitando que evaluemos
experiencias con filtros equivocados, aún dándole importancia a cada uno de
ellos.
Por eso, recordemos que esta evaluación que podemos hacer de ciertas
situaciones es siempre personal, valga la redundancia, individual. Aquí surge,
entonces, la cuestión importante: ¿como evalúa mi pareja esas mismas
situaciones? Pregunta simple pero que causa, muchas veces, una preocupación muy
grande pues se amontonan otras
preguntas: ¿realmente puedo hablar de esto? ¿Pensará que soy un pervertido/a
por pensar esto? Y las afirmaciones contundentes: ella/él piensa igual que yo.
Esto solo puede verse de un solo punto de vista. Lo que está bien está bien y
punto. Todas situaciones que nos encierran en nuestra forma de ver las cosas y
reduce la posibilidad del diálogo.
Como vemos, lo que importa no es sólo reconocer que tenemos tres niveles
de evaluación diferente frente a situaciones sexuales sino que lo que hace el
cambio en nuestras relaciones es la capacidad de poder hablar de ello, negociar
nuestras situaciones, aceptar las diferencias y procurar entendimientos a
través de la comunicación.
Tener sexo puede ser fácil e instintivo (nos encanta esa palabra porque
quita culpa, pero el “sexo siempre es cultural en los seres humanos”) pero
aprender a disfrutar de él es mucho más que instintivo. Más implica hacer de
esa actividad un redescubrir constante de nuestras emociones, transformarlo en
un ejemplo de cómo vemos la vida, una síntesis de la procura del placer y la
voluntad que ponemos para fortalecer los sentimientos que tenemos –no estamos
hablando sólo de amor, valga aclararlo-. Todo eso exige mucho más que un simple
acto, implica tomar conciencia que la sexualidad es una experiencia humana en
la que todos y todas debemos aprender, mejorar y crear permanentemente y que el
sexo, una de sus partes pero no la única, permite algo de eso. Quizás, pensando
así, nos demos cuenta de la mágica posibilidad de comprender que el placer es
un logro que nos puede conducir a la felicidad. Por ello, buscarlo
incesantemente puede ser considerado un mandato de nuestra humanidad pero
siempre será una decisión personal.