Llorar es una de las expresiones más fuertes que tenemos los seres
humanos. Lloramos por tantas cosas diferentes. Todos los que hemos llorado
sabemos que no siempre es por dolor. Sabemos que es una forma de vaciar el
alma, de pedir compañía, de añorar la compañía, de disfrutar la emoción que nos
embarga, esa que sale sin contención y se vuelca en lágrimas que no pretendemos
mostrar pero que no tememos hacer. Se llora por impotencia, por rabia, por
tristeza, por sufrimiento, por dolor, por pena, pero también se llora por
alegría, por éxtasis, por decisión, por sintonía, por sabernos humanos y
capaces de hacerlo.
Llorar, sin embargo, sigue siendo tantas veces de una incomodidad
tremenda. Pocas personas manejan bien el llanto del otro, de la otra. Ver a
alguna persona, peor a quien se ama, llorar nos muestra la vulnerabilidad de
quien se desnuda en lágrimas. Vemos esa fragilidad innata del ser humano
expresarse de una manera que nos sacude.
Queremos evitar las lágrimas, tantas veces. Quisiéramos que no las
haya, menos de producirlas. Pero las lágrimas son necesarias, vitales,
inevitables en el vivir. He visto llorar y me he sentido impotente tantas
veces. He visto llorar y juro que hubiese preferido no estar presente. Me he
sentido responsable de algunas de esas lágrimas y, en otras, testigo. También
he llorado. He dejado que me vean llorar, a pesar mío. He visto como las
lágrimas han salido sin posibilidad de evitarlas. Igualmente me he visto
contener muchas lágrimas y, no obstante, estar llorando frente a personas. Me
han hecho llorar, con razones y sin ellas. He llorado de emoción sincera y
completa. He llorado de pena y de alegría. He sido consolado y he sido
ignorado. He hecho que personas se sientan incomodas, incapaces, inquietas,
ansiosas por esas lágrimas. Yo también, a mi vuelta, me he sentido incapaz, impotente y sin saber que decir, ni hacer. He visto llorar sin saber como estar y apelé al abrazo como forma de contención de mares de lágrimas. Me he preocupado por lágrimas y las he disfrutado, aquellas que son de la alegría de la intimidad.
Hoy, con todo eso en mente, reivindico el llorar. Reivindico el dejar
libre el sentimiento y el haber podido, las veces que paso, contar con
alguien que me vio llorar, asistió, con sus posibilidades y limitaciones, a ese modo de expresar las cosas que no siempre tienen forma de decirse de otro modo. Va en esto, la confianza que esas personas lo supieron respetar y que, de
algún modo, atesorarlo. El llanto compartido de ese modo, también crea vínculos.