La navidad, entre otras cosas, es
innegablemente una época de sonrisas. No es que todos sonríen pero no creo que
haya otra época en el año donde más personas sean proclives a sonreír y, sobre
todo, personas con la intención que otros sonrían. Esos días, me refiero a la
navidad específicamente y los días que le anteceden, es una época que provoca
explayarse en la alegría.
No vamos a negar las dificultades que muchísimos sufren, por lejos más de lo justo, personas que no la pasan bien. Sin embargo, en parte del mundo es una época donde surge una de las más maravillosas convenciones humanas: el intento fugaz, en muchos casos, sincrónico, intencional y activo de procurar que las personas que nos rodean sonrían. A veces, coincidente con las que uno ama.
No vamos a negar las dificultades que muchísimos sufren, por lejos más de lo justo, personas que no la pasan bien. Sin embargo, en parte del mundo es una época donde surge una de las más maravillosas convenciones humanas: el intento fugaz, en muchos casos, sincrónico, intencional y activo de procurar que las personas que nos rodean sonrían. A veces, coincidente con las que uno ama.
Dentro de ello, sea por la
inocente ambición de ser tentados, la sonrisa de niños y niñas es uno de los
manjares más buscados. Siempre es maravilloso ver a un infante abrir un regalo,
por ejemplo o maravillarse con alguna cosilla que le sorprende. Para muchos que
se permitieron y lograron ser padres, ver a un hijo sonreír, con la magia de la
espontaneidad, con la inocente picardía que surge en la infancia, es una
invitación a muchas cosas: a sentirse feliz, por un lado y, por otro, a rogar,
a quien sea posible rogar, que esa sonrisa se mantenga el resto de la vida.
Un imposible, lo sabemos, pero es lógico pensarlo.
Un niño que sonríe, también es,
como un adulto que sonríe, lo sabemos. Hay, en ese gesto, tan sencillo una síntesis
perfecta de aquello que atesoramos, anhelamos, amamos. Quizás por eso, pienso, la
medida de nuestro amor –ese sentimiento tan peculiar- es el eco que nos produce
ver, aún sin ser participes, la sonrisa del amado. Las fiestas, tal vez, sean universales por eso, nos recuerda que nuestra humanidad también está llamada a ser feliz, aunque nos opongamos con tanto ahínco.