Sexo con amor y sin amor. Sexo con calma y con nerviosismo. Sexo con
deseo y sin deseo. Sexo con orgasmo y sin orgasmo. Sexo rápido, sexo con
paciencia. Sexo público, sexo íntimo; Sexo soñado y pesadilla de sexo. Sexo con
interés, sexo desinteresado. Sexo buscado, sexo pagado, sexo fantaseado, sexo
amado. Sexo solitario, sexo en grupo, sexo en pareja, sexo con animales.
Sexo con fetiches, sexo con apatía, sexo
con fantasía, sexo con imaginación. Sexo con ternura, sexo con violencia, sexo
agresivo, sexo complaciente y complacido. Sexo de muchas maneras. Sexo con
variedad, sexo sin variedad. Sexo coercitivo, sexo suplicado, sexo concedido.
Son muchas las formas de tener sexo. Algunas de ellas se disfrutan mucho, otras
no tanto y otras no.
Todas las personas practican el sexo, en algún momento de su vida
–acepto lo temerario de mi generalización-. La mayoría de ellas lo realizan con
una persona como forma más placentera. No la única, lo escribo sabiéndolo
redundante. Lo cierto que tener sexo con una persona que acepta hacerlo con uno
abre el juego de muchas maneras. Primero permite decidir con quién hacerlo y dejar que el otro también nos elija para hacerlo.
Esto abre la puerta para, potencialmente, jugar (jugar con alguien siempre es
más lindo), comunicar (el otro/ la otra nos da la opción de la riqueza
en la comunicación), disfrutar (no por sincronía sino por el hecho
mágico de descubrir el placer en otro rostro, lo que siempre genera placer), pensar (esto, sin dudas, nos alienta al descubrimiento, aún de esa
parte de piel que aún no conocemos), imaginar (tal vez así poder
recorrer esa piel que no conocemos o esa sensación que no tenemos), fantasear (quizás dejarse llevar por esa sensación que ambicionamos). En
definitiva, permite permitirse todo eso y las infinitas opciones que esa paleta
de “colores” permiten colorear.
El sexo seguirá siendo esa experiencia tan diversa que tenemos los seres humanos
tantas veces en la vida y que, algunas de ellas, la transformamos en el encuentro que fortalece
los vínculos que existen. Así, en ocasiones, es ese momento donde nuestro ser
adquiere uno de esos tatuajes indelebles que sólo nosotros vemos por siempre y
que tiene la forma de la vivencia esencial, aquella que se teje con el ser amado.