Dar una noticia es algo cotidiano. Noticias que son importantes y
otras que son insignificantes. Algunas que mueven tu mundo o el mundo del otro.
Están, también, las que nos emocionan –para bien y para mal-, las que nos
golpean, nos destruyen, nos motivan, nos elevan, nos inquietan. Noticias que
son claras, noticias que no entendemos. Noticias que nos alarman. Noticias que
anhelábamos. Noticias que confirman lo que sabíamos; noticias que nos
sorprenden, aun sabiéndolas. No existe un arte de dar noticias, sino existe una
forma de considerar la noticia pero, lo que interesa, es el valor que le damos,
le ofrecemos al anoticiado, por llamarlo de algún modo.
Efectivamente, dar una noticia es simple (el famoso mito de somos
simples). Es abrir la boca y enunciar las palabras de significado convencional
para decir algo: me compré un auto, me voy de viaje, me caso, nació mi sobrino,
falleció mi padre, conseguí trabajo o alguna cosa como esa. No parece tarea
complicada. Pero allí surge el otro, florece lo que sentimos con la noticia y
con el anoticiado, leemos –aunque sea erróneamente la respuesta del otro- la
ignoramos o le damos importancia. Dejamos que la noticia respire entre uno y el
otro.
Contenemos, comunicamos, compartimos, nos liberamos. Todas son formas
de dar una noticia. Pero, como todo, depende del peso y valor que le damos a la
otra persona, a la que está al frente de uno y, sobre todo, la persona que nos
permitimos sentir cerca.
El ser humano es complejo. Lo es, aunque podamos hacer las cosas
simples. Llamar al pan, pan, y al vino, vino. Es simple, pero la interrelación
con el otro no es sólo eso. Es ternura o lo contrario, es pasado o futuro. Es
cercanía o indiferencia. Es sentimiento y más. Pero no es la complejidad lo que
es terrible, comprendamos, es la complicación que construimos. La belleza del
ser humano está en su compleja forma de comunicar, noticias por ejemplo, que
nunca son sólo palabras sino el eco de nuestros sentidos, la esencia de nuestro
pasado, la quimera del futuro, la certeza del otro.