La vida se comparte. En este simple hecho radica la complejidad del
ser humano. No estamos solos. No vivimos solos. Sólo sentimos solos, quizás. El
compartir, con intención de hacerlo o sin la misma, marca nuestra existencia.
Caminamos o deambulamos por lo que nos toca de tiempo con alguien. Es verdad
pueden ignorar nuestra presencia. Pueden menospreciarla y hasta hacerla
desaparecer, pero allí están la presencia de uno y de los demás en parte de lo
cotidiano.

Todo lo bueno que el ser humano hace está asociado al hecho de compartir: la risa, el beso, el baile, el sexo -como ejemplos del compartir magnífico que disponemos-. Se comparte la comida y se transforma en calidez; se comparte un café y se hace encuentro; se comparte desnudez y se hace erotismo, se comparte una cama y se hace el amor. Por supuesto, en esos casos en que cada uno de esos gestos va acompañado de la apertura de una intimidad que nos apacigua, no necesariamente que confiesa.
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