Frente al mar una tormenta tiene una fuerza inusitada. Como si fuese
una sacudida para todos. El sol, también tiene una manera ampulosa de
mostrarse. El amanecer parece el amanecer de la alegría. Estas sensaciones son
las que tienen el turista, muchas veces. El que se enfrenta al mar como algo
excepcional, por ser sólo unos días en su año. A los que viven frente a él más tiempo o todo el año, las dos nociones se le hacen piel
y carne, por decirlo así o, mejor aún, la asumen como parte del vivir. Están
presentes pero uno no las nombra cada vez que aparecen.
La vida de cada uno tiene ese ciclo también: tormenta y sol. Algo así
como un poco de sombra o complicaciones y otra parte de luz o claridad. Nos
sometemos incesantemente a esas situaciones y a las sensaciones que producen en
nuestro cotidiano.
Es más, no hay vida sin esas dos manifestaciones de nuestra realidad.
Esto toma importancia en la medida que lo asumimos. No por lo inevitable que
tiene –todos tendremos “tormenta” y “sol”- sino por lo descriptivo. Lo primero
puede hacernos pensar que la resignación es el camino que debemos emprender. Lo
segundo nos habla más de la búsqueda de los caminos de la optimización.
Lo primero, la resignación, está asociado a la dupla inevitable a la que el
ser humano se expone y, en ocasiones, se sumerge: el optimismo y el pesimismo. El pesimista cree que el
estado es permanente: la tormenta es el punto final o, también cree que el sol
es lo definitivo; el optimista sabe que el sol brilla pero no siempre y por
ello es importante los recursos para cuando la tormenta llegue y, también
piensa que “siempre que llovió, paró”. El ancla, nunca es sólo un peso que nos atrasa, sino también lo que nos salva, muchas veces.
Un diagnóstico –el ver a través de algo- es el camino necesario para
poder pensar las alternativas que existen. Así que ver que hay una tormenta que llega o está debería implicar el pensar que es lo que podemos realizar y como debemos optimizar nuestras
opciones. Tanto como cuando hay sol. Un ejemplo sobre esto: Mi piel es blanca,
el sol no le hace bien. No prefiero la tormenta pero, indudablemente que tiene
su belleza para mi. En los dos casos lo que cuenta es la protección que puedo tener
para disfrutarlas y no el hecho aislado de mi vivencia particular, o de la
tuya, o de cualquiera.
Quizás sea bueno, entonces, pensar que no hay respuesta válida posible si no tenemos las preguntas. Una respuesta antecede a una pregunta. Así funcionamos, así podemos avanzar siempre.
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