Somos mortales. Los seres humanos siempre morimos. Esto es un hecho.
La mortalidad es parte de nuestra realidad, de nuestra esencia. La conforma
inevitablemente. Esto es algo que está incluido en la definición de ser humano
–junto, obviamente, a otros atributos mucho más agradables-. Causa sufrimiento
la muerte, pero no deja de ser cierto que ese hecho define al ser humano. Así
de inevitable es la definición del ser humano: es un ser mortal, entre otras
características. Porque vive es que puede morir, podemos decir de manera
cierta, aunque no suene muy amigable para algunos.
Así como este ejemplo hay muchas otras definiciones que incluyen
inexorablemente una parte no tan agradable. Pero una definición no está basada
en lo que suponemos, sino en algo más concreto. Por ejemplo, el ser humano
sufre, pero eso no está en su definición más concreta –a pesar de algunos-.
Ahora bien, es altamente probable que todos los seres humanos hayamos sufrido,
a pesar de muchos otros seres humanos que hubiesen querido que nos ahorremos
los sufrimientos.
El amor es algo que nos resulta difícil definir y, por ello, lo
definimos por aproximación, por atributos, por experiencias poéticas y por
vivencias particulares. En cada una de esas definiciones nos aceramos a una
idea que, muchas veces, compartimos con el otro. No voy a pretender dar una definición
de amor que sea una síntesis de algo. No, eso no es mi intención en este
momento. Pero si quiero descartar un atributo que algunos le dan al amor. Es
más, elevo la apuesta, que su presencia descarta, precisamente, la presencia
del amor. Estoy hablando de los celos.
El amor no incluye a los celos. Es verdad que los mismos aparecen
cuando una persona dice que ama, algunos, hasta lo mencionan como lo inevitable.
Decir que uno ama es, sin dudas, una contingencia necesaria para que los celos
puedan aparecer. Es decir al sentir que se ama a alguien se puede producir el
ambiente propicio para que aparezca ese sentimiento que se asocia a la idea de
un ser particular para uno, esa noción rayana con la idea de propiedad.
Los celos no son, definitivamente, atributos del amor. Es una falacia
que ha sido gestada por los mal llamados crímenes pasionales –desde Otelo, tal
vez y los que saben literatura sabrán textos anteriores- pero que son
consecuencia, directa, concreta e inevitable de la violencia que las personas
pueden albergar. Una violencia que, indudablemente, puede surgir con cierta
intensidad en aquellas situaciones donde la proximidad aparece.
Los seres humanos podemos ser celosos. Esto es una evidencia. Pero también podemos amar. No existe entre esos dos elementos una causa-efecto. Pensarlo así, quizás nos haga buscar nuevos sentidos para nuestras carencias, nuevos límites para nuestros impulsos agresivos. En definitiva, preocuparnos de nuestra necesidad/obligación de evitar la violencia y, sobre todo, mejores formas –más verdaderas- de mostrar el amor que creemos sentir.