El ser humano “secreta” pudor. Una de las condiciones de nuestra
especie. Tenemos una noción de ello, generalmente. Algunos y algunas pasan de
ella, es verdad. El diccionario español define a éste como Honestidad,
modestia, recato. Pero el diccionario, si incursionamos en él en este caso no
nos habla mucho de esa noción que tiene que ver con lo sexual, según lo que
todos y todas vamos entendiendo cuando afirmamos: tiene pudor. La palabra honesta y recato empujan para una
noción moral.
Veamos el pudor como una clave de nuestra sexualidad. El pudor es
necesario. Juguemos más fuerte: digamos que es esencial, fundamental,
imprescindible. Es más afirmemos sin temor que una buena educación sexual
integral debe apuntalar, desarrollar y potenciar el pudor de las personas.
Esto, que vengo de afirmar, conlleva dos premisas que considero
innegociables. La primera que la sexualidad es mucho más que sexo –no sólo en
las palabras sino en los hechos- y, la segunda que toda buena educación sexual integral
ofrece al educando todas las herramientas –conocimientos, habilidades y
fortaleza en sus valores personales- para que exista una elección en su
cotidiano.
El pudor, lo entiendo, definitivamente, como una elección que las
personas hacen sobre lo que consideran lo mejor para su cuerpo –léase desnudez
propia y ajena, por ejemplo-, sus relaciones íntimas –las de neto contenido
erótico y las otras-, en concreto en relación con su vivencia que debe ser
siempre personal, apuntando al enriquecimiento lo más holístico posible y a
evitar al máximo todo tipo de violencia contra uno y contra el otro, lo que va
a procurar –pensarlo como norte- hacer la economía máximo de todo daño posible.
Si, tomemos el pudor como una elección que nos permita, en cada
momento, hacer que la felicidad, el placer y el encuentro sean el motor de
nuestra vida. Esto es, en lo personal, un propósito. En educación, ojalá que sea un objetivo.