sábado, enero 21, 2012

Silencio



Vivimos rodeados de palabras. Palabras sentidas, coherentes, vacías, molestas, enigmáticas, vulgares, soberbias, innecesarias, rígidas, volátiles, exigidas, calladas, ridículas, protocolares, ansiadas, desesperadas, comprendidas, incomprensibles y muchas otras más. Estamos hechos para la palabra. Necesitamos la palabra para la existencia. Necesitamos de ellas porque necesitamos comunicar y recibir comunicación. Necesitamos nombrar y ser nombrados, en otros términos.
Con más o menos verbo, pero necesitamos de la palabra. El silencio no es la condición humana, curiosamente. Es verdad que, a veces, es el silencio quien nos da placer y que estando sumergidos en él nos permitimos el sentirnos vivos, integrados, próximos y muchas otras cosas, muchas de ellas muy positivas. Pero eso es cuando procuramos que el silencio, realizado por la intención voluntaria de una ausencia de palabra, se transforma en un amplificador de esos mensajes inaudibles que están en nuestro interior y en la cercanía.
Necesitamos, insisto, el mensaje, sea de la forma que sea. Un mensaje que será traducido por nuestras limitaciones de la forma que podamos percibirlo. Todo eso siempre, con los aciertos inevitables como con los errores que, valga decirlo, muchas veces son evitables.
Nuestra vida es comunicación. Es el permanente camino de intentar decir claramente lo que sentimos, deseamos, pensamos, creemos y anhelamos. Es el constante –o debería serlo- intento de escuchar cuando el otro o la otra nos dicen –lo más claro que puede aún cuando es confuso para nosotros- lo que siente, desea, piensa, cree y anhela.
Si es así, ¿Por qué nos resistimos a poner en la comunicación nuestro mayor esfuerzo? ¿Por qué no nos dedicamos de lleno a lo que nos permite el universo que disponemos, que nos ofrece? En algunos casos es nuestra limitación, obvia para nosotros, desconocida para los demás. En otras nuestra suficiencia, que oculta nuestra carencia. En ocasiones es la resignación de no poder hablar con quien queremos, como queremos. En muchos casos es el silencio que nos obliga el otro. Sea de un modo u otro, pensemos que no será en el silencio donde comunicaremos mejor, pero si con silencio lo haremos mejor. La sutil diferencia es la que, quizás, aún nos cuesta.
Escuchar y hablar pueden ser dos caras de una moneda que todos podemos guardar. Es en esa simbólica pieza donde podremos encontrar el valor que tenemos y que el otro tiene. 

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