La impunidad siempre ha sido una característica reprobable del poder. La impunidad para decir, hacer, atacar, destruir, matar, silenciar, ultrajar, etc. Para muchos ciudadanos se ha transformado en “la característica”. De este modo, la impunidad es la representación más contundente de un poder abusivo que afecta a los demás. Ellos, los que tienen poder, pueden lo que los demás no pueden y nunca van a ser condenados por lo que los otros lo son, por lo menos, y esto lo demostró la historia, mientras tengan el poder.
Para cualquier persona esto que enuncié es una verdad no constatada científicamente pero si, demostrada hasta el hastío en el día a día. Una impunidad que se consigue de muchas formas, pero sobre todo imponiendo razones e interpretaciones para mostrar que en realidad esta vez no es impunidad sino justicia. Bush es, sin dudas, el ejemplo más contundente e indiscutible de este procedimiento: no sólo está impune por los delitos de lesa humanidad cometidos en poblaciones civiles, sino que además ha generado un discurso omnipresente que lo que hizo está más que justificado por “los terroristas”.
Por eso, el poder, lo primero que hace es demonizar. Encontrar un culpable fuera de discusión. Alguien que permita producir disculpas por los supuestos actos de impunidad del poder. Así, en realidad estoy haciendo esto porque antes estos o aquellos hicieron algo peor, curiosamente, cuando tenían impunidad, y así el ciclo del poder se reinicia: intenciones puestas como buenas, abusos elaborados como excepciones, impunidades justificadas como necesarias.
El poder siempre implica un desafío tremendo para cualquiera, porque conlleva el riesgo de la injusticia como efecto secundario real. Evitarla implica más que tener un discurso contra las injusticias posibles es velar, con firmeza, para no caer en las trampas del poder: permitirse las impunidades porque en este caso no es impunidad sino necesidad por un bien más justo.
El principal esfuerzo de una revolución real no es sólo luchar contra el poder abusivo establecido, sino evitar reemplazar ese poder por otro poder, de cualquier especie, que este basado en la impunidad como norma, la opresión disfrazada de cualquier manera, el silenciamiento de los que piensan diferente y de un esfuerzo sistemático para convertir en demonio a los adversarios.
Por ello, creo que el único desafío real de nuestra sociedad es desarrollar los mecanismos reales y no los discursivos para procurar y garantizar los medios para evitar que los que tengan el poder nunca tengan la impunidad del poderoso.
Domingo, 08 de Octubre de 2006
Para cualquier persona esto que enuncié es una verdad no constatada científicamente pero si, demostrada hasta el hastío en el día a día. Una impunidad que se consigue de muchas formas, pero sobre todo imponiendo razones e interpretaciones para mostrar que en realidad esta vez no es impunidad sino justicia. Bush es, sin dudas, el ejemplo más contundente e indiscutible de este procedimiento: no sólo está impune por los delitos de lesa humanidad cometidos en poblaciones civiles, sino que además ha generado un discurso omnipresente que lo que hizo está más que justificado por “los terroristas”.
Por eso, el poder, lo primero que hace es demonizar. Encontrar un culpable fuera de discusión. Alguien que permita producir disculpas por los supuestos actos de impunidad del poder. Así, en realidad estoy haciendo esto porque antes estos o aquellos hicieron algo peor, curiosamente, cuando tenían impunidad, y así el ciclo del poder se reinicia: intenciones puestas como buenas, abusos elaborados como excepciones, impunidades justificadas como necesarias.
El poder siempre implica un desafío tremendo para cualquiera, porque conlleva el riesgo de la injusticia como efecto secundario real. Evitarla implica más que tener un discurso contra las injusticias posibles es velar, con firmeza, para no caer en las trampas del poder: permitirse las impunidades porque en este caso no es impunidad sino necesidad por un bien más justo.
El principal esfuerzo de una revolución real no es sólo luchar contra el poder abusivo establecido, sino evitar reemplazar ese poder por otro poder, de cualquier especie, que este basado en la impunidad como norma, la opresión disfrazada de cualquier manera, el silenciamiento de los que piensan diferente y de un esfuerzo sistemático para convertir en demonio a los adversarios.
Por ello, creo que el único desafío real de nuestra sociedad es desarrollar los mecanismos reales y no los discursivos para procurar y garantizar los medios para evitar que los que tengan el poder nunca tengan la impunidad del poderoso.
Domingo, 08 de Octubre de 2006