Las relaciones, me resultó evidente estos días, se definen por
límites. Como los que nos rodean. Algunas veces son claros y contundentes. Como
marcados con muros y con puestos fronterizos que exigen visados para poder
traspasar las barreras. Otras veces, como lo de las comunidad europea, un
espacio común que se puede recorrer tranquilamente, aunque sea aparentemente.
También los hay como esos que separan provincias u estados, donde el límite no
es nada preciso y tampoco importa tanto, -hasta que importa, pero eso es otra
cuestión-. Así, existen límites que si uno los atraviesa no son un problema y
otros, que al hacerlo es una declaración de guerra. Aquellos donde uno es
realmente un extranjero para el otro y otros donde un es acogido con un acto de
entrega del otro. Limites que marcan, establecen, señalan y dan derechos o
imponen deberes. Limites donde la guerra surge, el conflicto se hace un riesgo
permanente y otros, donde la simplicidad de los limites está en la intención de
los gestos.
¡Sí! Las relaciones se pueden definir por límites. Limites corporales
–a qué parte del cuerpo del otro y del mío puedo tocar, por ejemplo- límites de
la palabra que cosas puedo compartir, decir, preguntar, inquirir- límites de
las emociones –aquellas que podemos mostrar y no- límites de todo tipo que
marcan, sobre todo, como somos y como nos permitimos el encuentro. Cada persona
tiene sus límites, cada persona tiene su forma de considerar el mundo, de ver
las cosas y, con ello, de hacer que todo sea un poco más simple, o más
complejo.
Las relaciones implican, en este sentido, el contacto con límites
donde todo o nada pasa. Límites que deberían depende siempre de dos. Nunca de
uno. Este juego permanente, constante de buscar espacios comunes, de guardar
espacios propios y de permitirse el lujo de ser dueño de ese lugarcito donde
uno es el simple soberano de su decisión. En definitiva es allí el secreto para
poder compartir. El tener algo que es de uno sólo y por ello es capaz de
ofrecerlo con la generosidad que sólo da la exclusividad de poseerlo. Aunque lo
de tantas veces.
Vivan los límites, abajo las fronteras. Bienvenido el andar.