Hay, sin dudas, belleza en su presencia y magnificencia en su forma de estar. Toda la fuerza que surge de su aparente inaccesible belleza y la contundencia del mensaje que se puede escuchar: estamos solos y por ello, innegable, completa y necesariamente necesitados de la compañía. Necesitados de otro que nos mire, de otro que miremos, aunque sean como esos cactus, pasajeros a la vista de tantos pero reales y concretos. Sólo pocos lo miran, sólo pocos lo comprenden. Pero ellos siguen estando.
La naturaleza sigue brindando metáforas que se vuelven elocuentes para
los seres humanos. Sigue siendo ella, con sus detalles de formas, colores,
sabores y demás quien inspira la poesía, por ejemplo. Sus detalles, repetidos
desde siempre y renovados aún para siempre, han permitidos que seres humanos,
desde casi el inicio mismo, buscaran formas para decir, explicar y encontrar en
ello metáforas que nos digan las mismas cosas de siempre pero que todo el
tiempo parezcan nuevas.
Si, el ser humano intenta explicar la belleza con las palabras. Es
parte de sus posibilidades y la belleza, entonces, radica en ese intento de
entrelazar palabras para que tengan un sentido. Luego con ello hacer que la
interpretación que ofrezca sea agradable, consistente, eficaz, efectista o lo
que fuera. Tal vez por ello, sigo pensando que lo marca la esencia humana es su
capacidad de interpretar. Viendo lo mismo es capaz de dar sentidos distintos,
de colorear de otro modo aquello que muchos ven. Interpretar, una forma de leer
lo que nos rodea, lo que nos llega, nos
toca, nos afecta, nos inquieta y, luego de devolverlo de otra manera, muchas
veces, a los demás.