Leonard Cohen cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias dijo que siempre intentó hacer su música dentro de “los estrictos
límites de la dignidad y la belleza”. Nada más claro, contundente, difícil y
complicado como declaración de vida.
Muchos pueden subscribir esa
idea. Aunque no todos pensarán, antes de hacerlo, si realmente tienen claro que significa dignidad y belleza. Y, lo sabemos, definir aquello con lo que nos llenamos la boca no es tarea que sea
fácil para todo el mundo, aunque sea tan simple. Es más, para muchos es una ley: cuanto más utilizan ciertas palabras grandilocuentes, menos se preocupan en saber que significa. (tal vez no sea una buena ley para todos pero si para los políticos, en general).
Por esta idea es que, tal vez, me permito este borrador. Un intento simple de querer definir que es eso que Cohen dice y que pretendo subscribir.
La dignidad la podría definir, simplemente, por la capacidad de permitir la integridad de una persona, aún
en la carencia absoluta, en la falta manifiesta. La belleza, cada cual tendrá su medida pero,
permítanme definirla como el descubrimiento fuera de uno de una integridad sin
carencia para el que observa.
La dignidad se ofrece, la belleza se recibe, podemos decirlo de un
modo sencillo. La dignidad nace del interior de uno y se presenta como una
verdadera declaración ante el mundo, la belleza existe fuera de uno y se
descubre –recordemos que uno, también es “el fuera de uno” de otros. La belleza
radica no en la perfección sino en la sensación que un momento particular se
llena por un instante fugaz pero perenne. La integridad parece ser más una lucha
cotidiana contra lo que afecta al hecho de ser humano: la crueldad, la
desesperación, el odio, la violencia, aunque es, nuestra especie, quien la
reproduce como una constante.