Tú, yo y el del lado tenemos versiones sobre las cosas que nos pasan.
La poblamos de hechos, la atestiguamos ante notario público, exigimos que se
reconozca la nuestra como la más fidedigna, es más como la verdadera,
inobjetable. Pero son sólo versiones. Versiones más literarias, en cualquier de
sus géneros: biográfica, ficcional, poética, drama o lo que fuera. Pero es,
simplemente, versiones que damos. Algunas, obviamente, tienen más consenso que
otras y, en ocasiones, esas se imponen con más fuerza. Pero ni el consenso, ni
la imposición dan sello de veracidad, aunque lo fueran.
Está claro que no podemos ir por la vida –o tal vez si- cuestionando
todo lo que pasa y poniendo en tela de juicio todas las versiones. La vida es
más apacible en ese sentido. Porque sobre lo cotidiano las versiones se
asemejan y sobre lo global, por más que esté todo más cerca, en realidad las
versiones diferentes sirven para estimular conversaciones de “trasnoche” (que,
muchas veces, son a la siesta o la tardecita).
Lo que importa es esa versión diferente que hay entre “tú” y “yo”,
sobre lo que vivimos juntos hace “un tiempito”. Allí está el problema de la
humanidad. ¡Si!, porque en definitiva, construimos el todo a partir de este “vos
y yo” que hacemos todos los días. ¡Ojo! No estoy hablando de parejas solamente,
estoy hablando de ese “vos y yo” de cada una de las múltiples –o pocos-
encuentros que tenemos cada momentos en todos los días. Claro que las que
importan esas que son las cotidianas que podemos vivir con esas personas con
las que nos encontramos más seguido. Pero si uno piensa hasta ese ¡buen día!, dado
por un desconocido/a alguna vez nos ayudo a hacer una versión mejor de ese día.
Parece fácil pero con alguien que compartimos tener una misma versión
sobre algo pero no nos olvidemos que aún entre dos personas siempre hay
pequeños –o grandes- intereses, momentos, vivencias, necesidades, deseos y “mambos”
diferentes, a veces, bastante divergentes.
¿Qué hacer? Pues lo único que sirve, procurar el diálogo permanente,
el escuchar activamente, el sonreír bastante, el aceptar el riesgo de
equivocarse, en ocasiones, el buen vino compartido, y, valga decirlo, el baile
que se intenta. Con todo ello, seguirá habiendo más de una versión pero más posibilidades
que eso nunca sea abismo que separe, una muralla que nos aísle. Así,
seguramente, podremos, seguir construyendo una versión que nos permita el lujo
de compartirla.