Los grises tienen mala fama. Como si ellos
fueran sólo lo tibio. Lo que representa aquello que no se juega. Pero, la realidad es que la vida está llena de grises
necesarios. Los grises forman partes del otoño, por ejemplo, una estación que
lejos de ser terrible es el anticipo de lo que vendrá. Es la estación que
permite la reflexión y que, particularmente, me encanta para el amor. Un amor
reposado y estable. Los grises hablan de una vida pasada, de una vida que
tenemos atrás pero que no es pasado pisado, es, como dice la canción “la memoria de
los ríos que cruzamos”. Seguramente no es el color ideal. Pero la vida, la
verdadera, aquella que logramos vivir con nuestras opciones, limitaciones y
demás, siempre necesita de los grises, es más forman parte de ella. Forman parte de esas tonalidades que hacen que otros
colores, también nuestros, tengan protagonismo. Quizás los grises son los
colores que signifiquen las pausas, los indispensables espacios que nos permiten
recuperar la fuerza y hacer unos pasos más, aún más, aún después.
En definitiva, las nieves del tiempo platearon
la sien…sigue siendo la forma maravillosa que tiene el tiempo de decirnos que
hemos vivido. No por nada, en nuestra piel y en los cabellos, aún la vida más
plena, deja briznas de color gris y las trazas en la piel, aunque la cosmética
moderna, se empeñe en querer borrarlas, ocultarlas o simplemente deformarlas.