El vivir en sociedad implica pautas –el vivir
con otro también. De un modo u otro tenemos que hacer cosas por el otro y,
sobre todo, sabiendo que cosas no debemos hacer por el otro. Es un aprendizaje
que necesita que estemos dispuestos. La mayoría de las pautas parecen que son
de sentido común, se hacen sin cambiar mucho la rutina de uno. Casi salen como
si nada. También lo digamos, son como independientes del color del que está
frente. Otras las asumimos con algún golpe. Algo así como “no sabía que eso no
se podía hacer” o “perdón, nunca imaginé que te molestaría eso”.
Ahora bien, fijar pautas, ponerles nombre y
apellido y marcar el origen de las mismas, las consecuencias, hacerlas
explicitas como método de prevención es molesto. Porque la pauta queda como
algo aislado, perdido y suena más a sanción previa que a otra cosa. Es como una
forma de coartar la espontaneidad que podemos tener; perdón que el otro tiene.
Algo así como “no me gusta que me beses a la mañana”. Te encuentras, de
repente, con ese límite en el cariño, como si la sentencia estuviera así. Allí,
con la pauta dicha te sumerges en las dudas. Te explotan las dudas
relacionadas. Todas muy prácticas. “¿Hasta qué hora es la mañana?”, por
ejemplo. O, la existencia, “¿eso inhibe el sexo de la mañana?” o la inquietud
histórica “¿pero antes te gustaba?! Es en ese momento, donde puedes caer en la tentación terrible y
lapidaria de querer aclarara algo. Porque la pauta necesita aclaración y
cometes el error, ante las dudas de la pauta, preguntas. Ver la respuesta. Si,
la primera la ves, porque es la no verbal: se mezclan el desprecio, la
sorpresa, el enojo, la burla, el desencanto, la inquietud, la ira y, con
suerte, lo absurdo.
Allí, en ese preciso momento, te das cuenta,
que ya estás condenado. Eres culpable de no aceptar el valor intrínseco y
divino de la pauta. Eres culpable de cuestionarla, de ser incapaz de ver lo
obvio, de herir los sentimientos con tanta bajeza, de ser inescrupuloso, de no
medir tus palabras, de ser injusto con todo y según tu primera respuesta, se
agregaran reproches, llanto y hasta decepción permanente, aunque no visible
pero si atesorada para cuando la situación amerite. Si, lo sé no entiendes,
¿Por qué? Ahora siente esa duda, siéntela en tu cuerpo, en tu mente, en tu
rostro. Pues así, así quedarás en ese momento.
Luego, sólo intentarás, golpeado y desconcertado,
totalmente perdido, volver a tu rutina y querer recuperar tu cotidianeidad,
haciendo caso omiso de todo lo vivido pero allí está. Detrás de todo, el juez,
ya se instaló en su despacho.