La vida sexual de las personas incluye un abanico enorme de cosas. Va desde lo que experimentamos hasta lo que descartamos. Va desde lo que vimos en algún sitio hasta lo que somos capaces de imaginar. Va desde la actividad solitaria hasta la grupal. Va desde lo que hablamos hasta lo que callamos. En esa amplias opciones que disponemos, hacemos lo que podemos, lo que sentimos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que nos permitimos. No hay una receta, hay sugerencias.
Siempre pensé que la clave es el consentimiento. Esa capacidad de elegir hacer sexualmente hablando con lo que tenemos frente (desde lo que está frente a nuestras narices o aquello que está en nuestro cerebro) y hacerlo con la certeza que podemos elegir el camino a recorrer pero, sobre todo, hasta donde recorrerlo y con quien (valga remarcar que el otro, la otra, los otros, las otras tienen la misma capacidad). He aquí la verdadera seguridad que nos ofrece la actividad sexual. Dejo expresamente de lado, como experiencia sexual la actividad violenta, la que se ejerce como ignorando que frente a uno hay otra persona que debe consentir. Porque lo que hacemos sexualmente con otro sin que haya consentido, eso, no es actividad sexual, es un crimen.
Pero volvamos a las experiencias sexuales que consentimos y hacemos con un otro que, a su vez, consiente. Dentro de ese repertorio existen varias que somos capaces de hacer (como especie el infinito, como seres individuales aquellas que nos permitimos). De un modo u otro creo que existen varias características que deben aparecer. Deberían estar todas juntas pero no es excluyente. Así, sin pretensión de exhaustividad, anoto las siguientes: si partimos de la idea de consentimiento como piedra angular, es clave que el encuentro con el otro (sea circunstancial o renovador) sea una condición. Si parece obvio pero encuentro no es sólo cuerpo presente, por más que existen actividades que sólo buscan eso, un cuerpo para disfrutar. Encuentro es la "reciprocidad" (que jamás implica hacer lo mismo) en la entrega. Es ofrecerse un poco o mucho y que el otro lo haga.
Para esto, es necesario la segunda característica: la disponibilidad, esta característica me parece una piedra angular. Cuando nuestra disponibilidad es mayor, es más alta la posibilidad que el encuentro sea fructífero (a nivel del placer, a nivel de la satisfacción). Aclaro, disponibilidad no es lo mismo que disponible. La disponibilidad es una actitud de apertura a recibir al otro. Es una capacidad (por lo tanto de se desarrolla) para que una persona sea capaz de superar los obstáculos que siempre pueden aparecer frente al otro, con la intención de entender (de manera amplia o circunstancial), aceptar (por poco o mucho tiempo) y de usufructuar el contacto con el otro de un modo positivo. Lo tercero es la comunicación como una forma de escuchar, principalmente. Es el desarrollar nuevas formas de decir las cosas y de escucharla en el otro. Ver los matices de los estímulos que se producen y animarse la maravillosa sensación de hablar, de decir lo obvio procurando nuevas formas de decirlo. Es escuchar el ritmo de la piel, la cadencia excitante de los sentidos, la sólida constancia de los labios, la siempre misteriosa y clara elocuencia de la mirada, la versatilidad que usa el deseo, la inconstante, pero perseverante expresión del momento vivido.
Finalmente, lo último, que hoy anoto, es la búsqueda incesante, decidida, permanente del placer como parte del encuentro. No obsesiva. Es saber que el gozo, no es sólo un fin sino un camino a realizar Por más que el gozo final sea maravillosamente deseable. Saber que el gozo se va haciendo permite que uno puede experimentar nuevos senderos, aún repitiendo caminos conocidos.
Animarse a experiencias sexuales nuevas no es andar experimentado lo que está fuera de nuestro alcance físico, mental, social o espiritual -aunque bravo los que lo hacen-. Es intentar nuevas formas de encuentro a partir de la experiencia del placer que ofrece el camino. Nos animemos a lo nuevo por el camino maravilloso del encuentro, de la disponibilidad y de la comunicación. Quizás, así, la satisfacción sera siempre más integral y más activa.
Pero volvamos a las experiencias sexuales que consentimos y hacemos con un otro que, a su vez, consiente. Dentro de ese repertorio existen varias que somos capaces de hacer (como especie el infinito, como seres individuales aquellas que nos permitimos). De un modo u otro creo que existen varias características que deben aparecer. Deberían estar todas juntas pero no es excluyente. Así, sin pretensión de exhaustividad, anoto las siguientes: si partimos de la idea de consentimiento como piedra angular, es clave que el encuentro con el otro (sea circunstancial o renovador) sea una condición. Si parece obvio pero encuentro no es sólo cuerpo presente, por más que existen actividades que sólo buscan eso, un cuerpo para disfrutar. Encuentro es la "reciprocidad" (que jamás implica hacer lo mismo) en la entrega. Es ofrecerse un poco o mucho y que el otro lo haga.
Para esto, es necesario la segunda característica: la disponibilidad, esta característica me parece una piedra angular. Cuando nuestra disponibilidad es mayor, es más alta la posibilidad que el encuentro sea fructífero (a nivel del placer, a nivel de la satisfacción). Aclaro, disponibilidad no es lo mismo que disponible. La disponibilidad es una actitud de apertura a recibir al otro. Es una capacidad (por lo tanto de se desarrolla) para que una persona sea capaz de superar los obstáculos que siempre pueden aparecer frente al otro, con la intención de entender (de manera amplia o circunstancial), aceptar (por poco o mucho tiempo) y de usufructuar el contacto con el otro de un modo positivo. Lo tercero es la comunicación como una forma de escuchar, principalmente. Es el desarrollar nuevas formas de decir las cosas y de escucharla en el otro. Ver los matices de los estímulos que se producen y animarse la maravillosa sensación de hablar, de decir lo obvio procurando nuevas formas de decirlo. Es escuchar el ritmo de la piel, la cadencia excitante de los sentidos, la sólida constancia de los labios, la siempre misteriosa y clara elocuencia de la mirada, la versatilidad que usa el deseo, la inconstante, pero perseverante expresión del momento vivido.
Finalmente, lo último, que hoy anoto, es la búsqueda incesante, decidida, permanente del placer como parte del encuentro. No obsesiva. Es saber que el gozo, no es sólo un fin sino un camino a realizar Por más que el gozo final sea maravillosamente deseable. Saber que el gozo se va haciendo permite que uno puede experimentar nuevos senderos, aún repitiendo caminos conocidos.
Animarse a experiencias sexuales nuevas no es andar experimentado lo que está fuera de nuestro alcance físico, mental, social o espiritual -aunque bravo los que lo hacen-. Es intentar nuevas formas de encuentro a partir de la experiencia del placer que ofrece el camino. Nos animemos a lo nuevo por el camino maravilloso del encuentro, de la disponibilidad y de la comunicación. Quizás, así, la satisfacción sera siempre más integral y más activa.