Dentro del repertorio de actividades sexuales que disponemos está el
sexo oral. ¿Qué es? Una pregunta tonta. No obstante, la veamos. Es practicar
sexo con la boca. Sería la primera respuesta. Pero, salvo en chistes poco
certeros, se podría decir que incluiría, también, el hablar de sexo, aunque,
claramente, no imaginamos eso cuando deseamos, pedimos o hacemos sexo oral. Nos
imaginamos que la boca procura los genitales para que la excitación y, en
muchas ocasiones, el orgasmo aparezcan. El sexo oral es una de las actividades
ideales para preliminares, para parte del medio o para un buen final o, valga
decirlo, para recomenzar. Es algo que se puede hacer con la calma de lo
compartido o hasta con cierto frenesí de la llegada.
Es uno de los caminos que forma
parte de la intimidad del placer y de las maravillas del placer de la
intimidad. Como alguna vez sugería, en temas sexo no se trata de dar
indicaciones. Seguir un manual no es lo mejor, pero escuchar sugerencias
siempre es un buen recurso. Siempre y cuando sirvan para descubrir formas de
hacer el camino, de percibir que senderos conocidos por nosotros, y los otros,
existen para el placer, la comunicación y la compañía. Ayudaría para poder ver
el alcance que puede tener una actividad tan intensa para hacernos volar y, al
mismo tiempo de sumergirnos en el agua cálida de placer. Sí, creo que, a veces,
el placer es una laguna paradisíaca, o puede serlo.
Pero bueno, para llegar al sexo oral hay varios caminos pero, sugiero
que, alguna vez por lo menos, uno debe optar por el camino largo. Aquel que
comienza usando la boca para decir palabras que permiten la excitación y el
tomar confianza para recorrer los senderos maravillosos del gozo. Una buena
charla, rociada de palabras que tienen algo de odalisca. Para los que andan
queriendo saber los caminos podemos simplificar que hay que ir de esos labios
hasta estos otros labios y, permítanme decir que sí parece más evidente en la
mujer, vale para todos. Ya me explicaré. Si comenzamos con las palabras no es
para terminar sin ellas, ellas nos acompañan todo el viaje. Son parte del
equipaje imprescindible para el placer. Pero como todo, con un ritmo justo, con
una cadencia necesaria, con el contenido adecuado. Es como uno de los hilos con
que se hilvana el gozo.
Los labios deben buscar a los otros labios y besarlos de tal modo que
se sienta que la pasión es una invitación y al mismo tiempo sentir que los
labios besados están hablando de esa pasión e invitándonos. Luego, hay que
comenzar el peregrinaje. Digo peregrinación porque el camino largo es eso. Se
sabe dónde se quiere llegar pero sabe que la forma que se llega también es
importante. No es sólo andar rápido sino andar bien. La piel en el medio debe
ser recorrida casi puntillosamente. Labios, lenguas, palabras y manos, deben ir
con el ritmo que manda el paisaje. Sin urgencia y sólo con los sentidos prestos
a descubrir ese movimiento del cuerpo, aquel andar de la piel, esa respuesta
del otro. Parece poco el espacio a recorrer, sin embargo es el camino que
pierde la dimensión en la medida que nos olvidamos del tiempo que pasa y nos
concentramos en el diálogo de las pieles y los sentidos.
Pero allí estás, llegando al pubis, están
tus manos en las caderas, quizás, y sabes que allí está la meta que buscabas. Tus palabras, tus labios y tu lengua está allí, envolviendo al otro presente y el otro, está recibiendo con todo su ser movimientos, deseo, intención y entrega. Es como que esos otros labios también están hablando, tanto varón y mujer, ya han trasmutado, si has seguido el camino largo, a los genitales en algo más desarrollado que también dice. Y espera tu presencia pidiendo más, y haciendo que el cuerpo te diga más. Allí utiliza alternativamente, sin prisa, pero sin pausa, palabras que celebren el encuentro (comprendiendo que ya todo es traducido a melodías de intimidad. Por eso sé soez, sé directo, sé presente, sé sentimental pero habla, di que te gusta recorrer el camino y estar allí y jura, en ese momento que lo harías más por ti. Hazlo escuchando la voz que te devuelven deseo y presencia); también utiliza tu mirada que busca la mirada, que recorra el universo de la piel disponible y procure el rostro que te está siguiendo. No te olvides de usar las manos para abrirse camino, para ordenar el sendero y para sentir el pulso inquietante de la otra piel y, al mismo tiempo que pueda percibir tu propio ritmo; Recuerda que tus labios estén allí, no sólo con lo obvio, sino conversando quedito con los genitales que se ofrecen y, así, imagínalos hablándote. Que tu lengua, explore con la calma de aquel que ve la fragilidad y ve la fortaleza. Sacia tu sed, sin apuro pero sabiendo que el néctar preciado del gozo está allí.
tus manos en las caderas, quizás, y sabes que allí está la meta que buscabas. Tus palabras, tus labios y tu lengua está allí, envolviendo al otro presente y el otro, está recibiendo con todo su ser movimientos, deseo, intención y entrega. Es como que esos otros labios también están hablando, tanto varón y mujer, ya han trasmutado, si has seguido el camino largo, a los genitales en algo más desarrollado que también dice. Y espera tu presencia pidiendo más, y haciendo que el cuerpo te diga más. Allí utiliza alternativamente, sin prisa, pero sin pausa, palabras que celebren el encuentro (comprendiendo que ya todo es traducido a melodías de intimidad. Por eso sé soez, sé directo, sé presente, sé sentimental pero habla, di que te gusta recorrer el camino y estar allí y jura, en ese momento que lo harías más por ti. Hazlo escuchando la voz que te devuelven deseo y presencia); también utiliza tu mirada que busca la mirada, que recorra el universo de la piel disponible y procure el rostro que te está siguiendo. No te olvides de usar las manos para abrirse camino, para ordenar el sendero y para sentir el pulso inquietante de la otra piel y, al mismo tiempo que pueda percibir tu propio ritmo; Recuerda que tus labios estén allí, no sólo con lo obvio, sino conversando quedito con los genitales que se ofrecen y, así, imagínalos hablándote. Que tu lengua, explore con la calma de aquel que ve la fragilidad y ve la fortaleza. Sacia tu sed, sin apuro pero sabiendo que el néctar preciado del gozo está allí.
Hazlo hasta que sientas o te digan que el placer los baña entero. Allí
abraza, hazte aún más presente y recibe toda la presencia. Retoma tu pulso y
sigue hablando, cuenta en voz queda, las maravillas que viste en ese cuerpo
cuando gozaste y, finalmente, agradece lo que el camino te ha dado.
Si alguna vez logras hacer eso, estoy seguro, que el placer será esa energía
que hace que los momentos sean siempre una intimidad compartida que nos ayuda a
ser tan humanos como necesitamos.
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