Pocas palabras representan tan bien el ingrediente que es necesario para la felicidad como la ternura. Ese sentimiento que nos surge y que nos motiva una sensación de tranquilidad, de relajación, de cercanía, porque no decirlo, de frescura. Es, quizás, el motor de los gestos que tienen que ver con la simplicidad de ofrecer a otro una especie de oasis.
Curiosamente no siempre tiene que ver con la cercanía física. A veces, una palabra simple y espontanea en la distancia, como por ejemplo: te mando un abrazo, o quisiera abrazarte –cuando el otro expresa una sensación de fragilidad- muestran el peso que puede tener esta palabra que sintetiza esa humanidad que ansiamos tanto. Vale decirlo la ternura es lo que se percibe, lo que el otro percibe que hacemos, decimos, pensamos o expresamos. ¡Qué lindo sería que esa percepción siempre vaya acompañada de nuestra intención de ser tiernos/as!
En este fin de año propenso a balances incompletos y promesas que deseamos sinceras, pensemos en las veces que ofrecimos ternura, las veces que el otro la percibió y nos comprometamos, un poco más, a ofrecerla de muchas otras maneras. ¿quién sabe si al hacerlo cambiamos el mundo de alguien y nos acercamos a esos instantes de felicidad que nos fortalece?