Quizás, el descubrimiento social más importante de la humanidad haya sido el darse cuenta que no vemos la realidad de manera objetiva sino que la construimos en base a nuestra percepción. Efectivamente los seres humanos, por su innegable complejidad, hacemos que lo que es, no es, necesariamente, lo que los demás ven. Sin embargo, nuestra visión, es, cuando la necesitamos, prueba irrefutable de objetividad. Este mecanismo hace que podamos construir un mundo a partir de lo que necesitamos, de lo que deseamos, de lo que tememos o de lo que nos protege.
No es que distorsionemos las cosas, sino que le vamos agregando interpretaciones, riquezas o límites en nuestra comprensión de lo que se presenta, valores, palabras, necesidades y todo eso como si fuera una receta que se va haciendo a “ojo de buen cubero”. Es lógico, entonces que lo que veamos sea de una variedad que nos siempre sabemos manejar y por ello, procuramos moldear siempre la realidad con el cristal que tenemos.
Es, sin dudas, una de las formas que tenemos de poder convivir, sobrevivir y superarnos. La forma que podemos comunicar, intercambiar y, sin dudas, intimar. Pero no sería malo pensar, más seguido, que estamos construyendo. Quizás, al hacerlo nos descubramos más sensibles a la diferencia, más dispuesto a la intimidad, más convencidos de la necesidad, más pacientes en el encuentro, más receptivos a la comunicación, más expuestos a la felicidad. Tal vez, sea el camino para poder hacer realidad eso que alguien dijo y que siempre pregonamos: "He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".
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