jueves, diciembre 30, 2010

Viajes

Viajamos para lo diferente. Un viaje necesariamente nos saca de la rutina, de lo cotidiano, de lo cercano y nos enfrenta, nos confronta, nos acerca a aquello que no está en lo que sentimos como diario. No solo por lo externo sino, ojalá muchas veces, por lo interno. La distancia de eso que es nuestro hábito, nos permite el saborear lo que sentimos, indagarnos sobre lo que creemos y darnos cuenta, en el mejor de los escenarios, donde eludimos a lo que nos hace felices; es posible que podamos, si nos animamos, bucear por las rendijas que nuestro ánimo permiten que se escabullan las buenas oportunidades.
¡Si! viajar es una de esas oportunidades que se nos ofrecen para sentir el peso y/o el valor de la diferencia (a nosotros de sopesar) y con ello sopear la certeza e incertidumbre de nuestros días. No estoy hablando solo de viajes como cosas esotéricas o reflexivas, sino como experiencias vitales de lo cotidiano.
Viajar al Machu Pichu, a Cafayate o a Europa nos ofrece ese abanico de sabores, fragancias y vivencias que pueden nutrir nuestra propia paleta de colores. Así, tal vez, seamos capaces cuando volvamos a nuestra rutina a estar más energizados, creativos y dispuestos para que en nuestro cotidiano podamos construir un poco más de felicidad para uno y para los demás.
Viajemos, en definitiva, saboreando. Pero al hacerlo, recordemos que un viaje siempre lleva implícito un regreso, donde nos espera aquel que los demás creen que somos o aquel que nos obligan a ser y, por ello, el desafío de ser aún mejores que lo que partimos, más cercanos a nuestro propio sueño, convicción y esperanza de ser, siempre, nosotros mismos: plenos, creativos, confiados, asertivos, abiertos y con cierta felicidad constante. Algo sólo válido si podemos compartir.

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