Al encontrarnos con alguien el universo nos ofrece una circunstancia irrepetible. Un encuentro, que puede ser tantos otros que vivimos o que viviremos, es, siempre, una oportunidad que nos define. Hablo de cualquier encuentro, pero pensando siempre en uno.
¿Por qué nos encontramos con el otro? Por deseo, por casualidad, por causalidad, no digamos por necesidad. Por sorpresa, por inevitabilidad, por religión, por obligación, por pedido, por exigencia, por lo que fuera. En cada encuentro que tenemos, con las mismas personas o con una persona en especial, lo cierto, es que estamos nosotros mismos frente a ese instante. De cara con nuestra circunstancia vital de ese momento, con el peso de nuestras cosas y la esperanza también que, tal como ritmo circadiano, evoluciona de mil maneras diferentes.
Un encuentro con el otro. Donde fuera y como fuera es más que algo que puede ser profundo o superficial es, sin dudas, la posibilidad que descubramos un poco más de nosotros, un poco más del peso de nuestros sentimientos, miedos, intenciones, expectativas, virtudes, deseos y miserias.
Cada encuentro puede ser la ocasión que nos insufla el aire que, a veces, nos permite respirar, en este mundo. En el fondo, nunca sabemos, cual aleteo de cual mariposa que nos encontraremos, sea la que hará que todo, absolutamente todo, adquiera el sentido que deseamos.
Él es un chino. Un chino alto. Tiene la piel blanca de los chinos del norte. Es muy elegante. Lleva el traje en tela de seda cruda y los zapatos ingleses color caoba de los jóvenes banqueros de Saigón.
ResponderBorrarÉl la mira.
Se miran. Se sonríen. Él se acerca.
Fuma un 555. Ella es muy joven. Hay algo de temor en su mano que tiembla, aunque apenas, cuando él le ofrece un cigarrillo.
—¿Fuma?
La niña hace una señal: No.
—Perdóneme... Es tan inesperado encontrarla aquí... Usted no se da cuenta...
LA NIÑA NO CONTESTA. NO SONRÍE. LE MIRA FUERTE. FEROZ SERÍA LA PALABRA PARA DECIR ESA MIRADA. INSOLENTE. DESCARADA ES LA PALABRA DE LA MADRE: «NO SE MIRA ASÍ A LA GENTE». SE DIRÍA QUE NO OYE BIEN LO QUE ÉL LE DICE. MIRA EL TRAJE, EL COCHE. ALREDEDOR DE ÉL, EL PERFUME DEL AGUA DE COLONIA EUROPEA, MÁS LEJANO, EL DEL OPIO Y LA SEDA, DEL BÓMBICE DE SEDA, DEL ÁMBAR DE LA SEDA, DEL ÁMBAR DE LA PIEL.
Ella lo mira todo. Al chófer, el coche y, una vez más, le mira a él, al chino. La infancia parece en su mirada de una curiosidad desplazada, siempre sorprendente, insaciable. Él la mira mirar todas esas novedades que transporta aquel día el transbordador.
La curiosidad de él empieza ahí.
me gusta ese encuentro. (El amante de la china del Norte - Margueritte Duras). Saludos
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