El amor es ese sentimiento que nos inquieta y tranquiliza, como un ritmo cardíaco de la vida. El está en nuestros genes y en el medio. Se hace gesto desde la respiración misma que le damos. Se manifiesta desde la palabra, desde el silencio, desde el ser. Se disimula para el exterior, en ocasiones, pero se hace incontenible en el exterior. Se canaliza o se desborda. Pero está allí. En ocasiones su presencia encuentra eco en otro amor, en otras, simplemente, logra hacerse carne en la piel de un amante, ese "otro", esa "otra" que nos permite el disfrutar el ofrecer lo que se gesta en nuestro interior y se magnifica en el dar.
El amante, valga aclararlo, no lo menciono como el clásico "tercera/o en discordia, sino como el otro que posibilita, alimenta, genera y potencia el amor. No se trata de un tercero, puesto que el amor es una comunicación personalizada entre dos personas. Valga aclarar que uno puede tener relaciones personalizadas con más de una persona (la discusión moral y demás, es importante pero no es univoca para todos y todas).
El amor depende de nosotros, el amante no, podríamos decir, simplificando. Dicho de otro modo, el amante puede irse, desaparecer, olvidarnos, alejarse, morir, abandonarnos, elegir a otra persona para ser eco y procurar el eco de su amor, casarse, o cualquier cosa y está bien que lo haga (a pesar del efecto devastador que puede producirnos). Pero el amor, eso no depende lo que el/ella haga.
Debo hacer una segunda aclaración. El amor, también se va. No lo vamos a discutir y, también que el amor no produce el sufrimiento. Pero si nos duele la ausencia del amante, el recuerdo de lo que se compartió y no se puede hacer; nos afecta la indiferencia, el silencio y las imposibilidades que surgen por el amante. Recordemos, por otro lado, que nosotros también somos -o podemos ser- el amante aquél.
Pero, también, es el amante que nos permite -¿permitió? ¿permitirá?- el placer de lo que sólo se puede hacer por el encuentro con ese otro, donde nuestro amor puede mostrarse con más esplendor.
Si, definitivamente y, casi a pesar de los amantes, estamos condenados a amar. Ojalá que ese amor encuentre la respuesta en ese amante que, a pesar de tiempo, silencio, o lo que fuera, sigue presente.
Pero, también, es el amante que nos permite -¿permitió? ¿permitirá?- el placer de lo que sólo se puede hacer por el encuentro con ese otro, donde nuestro amor puede mostrarse con más esplendor.
Si, definitivamente y, casi a pesar de los amantes, estamos condenados a amar. Ojalá que ese amor encuentre la respuesta en ese amante que, a pesar de tiempo, silencio, o lo que fuera, sigue presente.