La libertad sexual no consiste en poder hacer
todo, sino en poder decidir qué hacer. Así, decidir experimentar sexualmente algo,
cualquier cosa, puede servir para mostrar la libertad sexual. Sin embargo, la
verdadera libertad sexual también incluye el poder decidir “no quiero
experimentar esto o aquello”. Cuando hablamos de decidir es fundamental que eso
incluya la claridad sobre ese procedimiento racional y volitivo de considerar
los elementos disponibles, los sentimientos involucrados, el conocimiento de
uno mismo y otras cuestiones para elegir. No es simplemente el hacerlo. Es
asumir y consentir en su sentido real y concreto.
La libertad sexual no incluye,
necesariamente, el manual del kamasutra –aunque maravilloso es el poder
seguirlo un poco o mucho-, ni tampoco la concreción de cada una de las
fantasías que nos desvelan –aunque ellas puedan ser un festín de placer en
tantas ocasiones-, ni tampoco el cumplir una lista mitológica de deseos
sexuales –aunque sea espectacular poder hacerla y jugar con ella-. La libertad
sexual incluye la capacidad madurada de encontrarse con el otro para recorrer
caminos de placer e intimidad, donde el límite esté dado por la comunicación
más diversa que podamos descubrir.
La libertad sexual es la que nos permite experimentar la intimidad como un espacio de seguridad tal, que el otro pueda sentirse en la tranquilidad de desnudarse siempre un poco más y, viceversa. Quizás, un ejemplo concreto de esa libertad sexual sea cuando somos capaces de sumergirnos en una experiencia novedosa con el otro y, al no gustarnos, poder decirlo; decir no me gustó, no quiero repetirlo y lo que haya después sea, inevitablemente, una intimidad que respira aún más gozosa.
La libertad sexual es la que nos permite experimentar la intimidad como un espacio de seguridad tal, que el otro pueda sentirse en la tranquilidad de desnudarse siempre un poco más y, viceversa. Quizás, un ejemplo concreto de esa libertad sexual sea cuando somos capaces de sumergirnos en una experiencia novedosa con el otro y, al no gustarnos, poder decirlo; decir no me gustó, no quiero repetirlo y lo que haya después sea, inevitablemente, una intimidad que respira aún más gozosa.
La libertad sexual es, tal vez, el norte que marca el encuentro con el otro
de un modo creativo, diverso y genuino. Por ello, la promovamos, sabiendo
que ella, siempre nace en el pudor que se valoriza.