Es el último día del año me dijeron. Yo pensé que era martes. Los dos
hechos son verdad, en esta ocasión. Sencillo y claro. Dos hechos que coinciden,
algo que también puede ser habitual. Pero, sin embargo, en esta situación estos dos hechos parecen
que fueran de dos niveles de trascendencia bien diferente. El fin de año se presenta como un
cambio, el día martes como lo cotidiano. Antes el lunes y luego el miércoles.
Pero un año es algo más, es lo diferente. No por nada hacemos promesas y deseos
para fin de año y no para el martes –tal vez, en ocasiones, algunos ni se casan
ni se embarcan-. Un fin de año nos hace ser felices y compartirlo o, por lo
menos, nos obliga a jugar a ello. Un martes no, nos sale lo que nos sale.
Un fin de año nos invita a balances, planteos, decisiones y recuerdo.
Un martes pues no tanto. Puesto, en definitiva, que tenemos muchos martes por
año y un solo “último día del año”. Así que, como dicen unos españoles que
conozco, no hay color. El fin de año se merece la fanfarria y el martes, lo que
le toque. El fin de año merece felicidad y lágrimas y las aceptamos como la
naturalidad de la emoción. Exige una buena comida y hasta vestirse para la
ocasión. Brindis seguro y también, música y, con alguna suerte, baile y todo.
Se lo vive consciente que no habrá mañana
(nada de fin del mundo ni eso, sino que la mañana siguiente se la pasa
uno durmiendo, con suerte y por eso a darle sin problemas.
Un martes es otra cosa. Tiene lo cotidiano pegado a la piel. Entonces
es tan mundano que no pide ni fiesta, ni vestimentas particulares, ni comidas
especiales, ni compañías deseadas y, mucho menos, baile. Un martes tiene
mañana, tarde, noche y sueño. Porque luego, viene una mañana más, de esas donde
se madruga a pesar de uno mismo.
Todo indica que es mejor que sea fin de año…a menos, claro está que
aceptemos que un martes también es un buen día para imaginar cosas que deseamos
hacer al día siguiente. De encuentros que soñamos tener, de esperanzas que
renovamos, de la real y concreta intención de ser mejores o de dejar atrás algún
par de problemas o vicios. Nos permitamos, simplemente, sorprendernos y darnos
cuenta que, en ocasiones, un martes también puede ser un buen día para
sorprendernos, festejar, bailar y trasnochar como si al día siguiente no “hubiese
mañana”. Tal vez así, la felicidad, el amor, el encuentro y el placer estén
allí, siempre a nuestro alcance un día cualquiera.