Buscar. Revolverse en el fondo del abismo, que surge inapelable e intangible. Querer imaginar algo más que el borde la nada, que se antoja tan presente. Los fantasmas no existen pero espantan. Surgen inverosímiles sin poder sujetarlos de las solapas para pedirles explicaciones por su presencia, fuera de lugar.
La cama siempre parece el lugar perfecto. Mezcla de sueño y ataúd, el cuerpo se extiende en sus límites ya marcados y la mente deambula en sus sensaciones de ceguera, procurando con otros sentidos los caminos y las salidas que, inevitablemente, parecen que nunca se llegarán a encontrar.
Uno intenta hablar. Las palabras están ausentes, como extraviadas entre la mente y la garganta. Algunas ideas se esfuman y las otras se difunden sin entusiasmo, pero no llegan casi nunca al verbo. Se quedan en pensamiento, como haciendo tiempo, mientras se espera el sueño, que no es reparador sino excusa para que la cama sea lógica y no martirio.
Exorcizar el momento parece lo indicado. Ver horizontes y ver más allá de las líneas, para intentar esbozar proyectos. Pero la bruma no deja ver ni sol, ni norte, ni nada. Se titubea sin titubeos. Se presiente que el tiempo se ha perdido, se evapora y se acumula en los frenos que se hacen de piedra, de cemento, de muerte.
Los gritos, supuestamente salvadores, sólo son más piedras en el túmulo que se presenta lógico, palpable e inevitable. Se intenta la sonrisa, sin el entusiasmo de la alegría, sino con la obsecuencia de la desesperación. Se hace mueca de excusa. Otro momento se va, vaciado por la fuerza centrífuga del peso que endurece músculos y algo más. Las fuerzas parecen aún más silentes, áfonas de cualquier frenesí, se desintegran en la idea que no tiene otra cosa que el eco del vacío permanente.
No existe ayuda a pedir y, sin embargo, se clama con la insistencia del naufrago solitario que quiere ver, en la naturaleza, ayuda, y no desencanto e indiferencia. La desidia se hace parte del cuerpo, como tumor, que inerte en otros tiempos, cobra vida y se agiganta. Los demás no tienen más que palabras que la mente ya utilizó. Palabras, ya descoloridas, de empuje, que se escuchan como ecos antiguos de tantas mañanas intentadas con las mismas palabras.
Intentas reaccionar para que te dejen en paz. Fórmulas matemáticas de exasperante estupidez intentan hacerte comprender y tú sigues con los incentivos fugaces y las explicaciones sosas sobre las realidades imposibles. Escuchas la denigrante exaltación que realizan de las virtudes que no existen envueltas en falacias, definidas a simple vista. Es imposible de creer y los demás se mienten impiadosos.
No se quiere mencionar la palabra y ella está sentada en el trono de la realidad, su presencia está extendida como manto real, que se hace presente de forma total. Ilusos desvaríos de humillaciones se acumulan en esos intentos condenados a la peor de las muertes, la de la desidia imperiosa.
Sábado, 06 de Mayo de 2006
La cama siempre parece el lugar perfecto. Mezcla de sueño y ataúd, el cuerpo se extiende en sus límites ya marcados y la mente deambula en sus sensaciones de ceguera, procurando con otros sentidos los caminos y las salidas que, inevitablemente, parecen que nunca se llegarán a encontrar.
Uno intenta hablar. Las palabras están ausentes, como extraviadas entre la mente y la garganta. Algunas ideas se esfuman y las otras se difunden sin entusiasmo, pero no llegan casi nunca al verbo. Se quedan en pensamiento, como haciendo tiempo, mientras se espera el sueño, que no es reparador sino excusa para que la cama sea lógica y no martirio.
Exorcizar el momento parece lo indicado. Ver horizontes y ver más allá de las líneas, para intentar esbozar proyectos. Pero la bruma no deja ver ni sol, ni norte, ni nada. Se titubea sin titubeos. Se presiente que el tiempo se ha perdido, se evapora y se acumula en los frenos que se hacen de piedra, de cemento, de muerte.
Los gritos, supuestamente salvadores, sólo son más piedras en el túmulo que se presenta lógico, palpable e inevitable. Se intenta la sonrisa, sin el entusiasmo de la alegría, sino con la obsecuencia de la desesperación. Se hace mueca de excusa. Otro momento se va, vaciado por la fuerza centrífuga del peso que endurece músculos y algo más. Las fuerzas parecen aún más silentes, áfonas de cualquier frenesí, se desintegran en la idea que no tiene otra cosa que el eco del vacío permanente.
No existe ayuda a pedir y, sin embargo, se clama con la insistencia del naufrago solitario que quiere ver, en la naturaleza, ayuda, y no desencanto e indiferencia. La desidia se hace parte del cuerpo, como tumor, que inerte en otros tiempos, cobra vida y se agiganta. Los demás no tienen más que palabras que la mente ya utilizó. Palabras, ya descoloridas, de empuje, que se escuchan como ecos antiguos de tantas mañanas intentadas con las mismas palabras.
Intentas reaccionar para que te dejen en paz. Fórmulas matemáticas de exasperante estupidez intentan hacerte comprender y tú sigues con los incentivos fugaces y las explicaciones sosas sobre las realidades imposibles. Escuchas la denigrante exaltación que realizan de las virtudes que no existen envueltas en falacias, definidas a simple vista. Es imposible de creer y los demás se mienten impiadosos.
No se quiere mencionar la palabra y ella está sentada en el trono de la realidad, su presencia está extendida como manto real, que se hace presente de forma total. Ilusos desvaríos de humillaciones se acumulan en esos intentos condenados a la peor de las muertes, la de la desidia imperiosa.
Sábado, 06 de Mayo de 2006
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