Para evitar malos entendidos digamos que estoy convencido que el tabaco es perjudicial para la salud. Por ello, nuestra analogía implica que los celos son dañinos para la pareja. A corto, mediano o largo plazo.
El tabaco está comprobado que produce daños inevitables en las personas fumadoras, tanto en las activas como en las llamadas pasivas. Sin embargo aún genera la sensación de ventajas personales y sociales para las personas. La gente encuentra en ello reconocimiento social, placer, satisfacción, hábito común, entre muchas otras cosas. Sumemos a esto que no siempre produce la muerte, y cuando llega lo hace, muchas veces, después de una larga vida; agreguemos, además, que los problemas secundarios que produce el tabaco parecen ser fácilmente asumibles: algunos problemas respiratorios, el olor a tabaco, la piel y los dientes amarillos, el aliento con ese olor particular, tal vez algún carácter irascible, etc. Para terminar también digamos que los que fuman defienden la hipótesis, que no necesita probarse, que pueden dejarlo cuando quieran. Si, el hábito de fumar es tan natural, aceptable, valorizado como los celos, y, según lo evidente, tan perjudiciales.
Efectivamente, los celos son algo que funciona como el tabaco: son aceptados, hasta bien vista su presencia. Se podría llegar a prohibirlos, aceptar que producen daño, sin embargo, no se los cuestiona abiertamente. Todos conocemos gente que sufre por ellos, pero también aceptamos normalmente que hay un mínimo tolerable y hasta socialmente aceptable. Los casos de muerte por los celos, no impacta pero como algo dramático pero externo a nosotros. Siempre nos escudamos en la convicción que a nosotros no nos afectará. Para terminar digamos que, los efectos secundarios, no son tan molestos en definitiva y es parte de la libertad que tenemos de aceptarlos. Veamos, a continuación, algunos elementos para intentar desmontar esta supuesta normalidad y alentar a la consideración de los celos como algo que indefendible.
Lo primero que tenemos que considerar es que los celos son una realidad personal que repercute sobre la otra persona. Esta realidad produce múltiples efectos sobre las dos personas implicadas y puede repercutir negativamente sobre terceros ocasionales. Exactamente como el tabaco. De esos efectos, algunos son considerados hasta simpáticos, otros son considerados deseables por ser apreciados como una representación de algo positivo.
Esta falacia esta basada en lo normal (estadística) que es esta realidad y en los “limitados casos de daño visible que son conocidos” que además el daño surge por la suma de otras cosas. Sostenemos que el daño, imperceptible muchas veces es daño también puesto, como reza el proverbio, “la gota orada la piedra”.
Los celos son una de las tantas patologías que se aceptan como normales, pues por siglos han sido aceptados como una manifestación del amor más profundo. Los celos son normales como el tabaco. Ambos pueden conducir a la muerte, tanto de una persona (la tragedia pasional) como la de una relación (sin la tragedia de sangre). A pesar de esta evidencia no se ha demistificado a los celos y se continúa manteniéndolos como una representación del amor verdadero. Es más, para poder mantener el sistema válido, se ha creado el artificio de dividirlos en “normales” y “patológicos” para defender su existencia. Tan artificial la separación que no se puede establecer un límite preciso. Esto permite, por esa imprecisión, disculpar demasiadas cosas y aceptar muchas situaciones.
Puntualicemos, antes de continuar, que los celos no tienen nada que ver con la traición, la infidelidad o la deslealtad, situaciones que pueden fomentar los celos posteriores, pero no son la causa. Siguiendo con nuestra alegoría, ejemplifiquemos diciendo que una persona puede fumar más en el período de preparación de un examen, pero no por ello se puede acusar que los exámenes son una de las causa del tabaquismo. Los celos son una realidad personal debido a lo imaginario. Los ejemplos se construyen a partir del sentimiento con retazos de la realidad: es sobre el pañuelo de Desdémona donde Otelo crea la infidelidad probada. El pañuelo existe, el resto se siente y no se domina.
La gente fuma porque le gusta y porque no puede evitarlo. Necesita hacer terapia para dejarlo a pesar de la fantochada de muchos que dicen que pueden abandonar el hábito cuando quieran (digo fantochada pues en realidad, son la excepción limitadísima quienes pueden dejarlo de verdad). La sociedad lo impulsa, lo vende, lo muestra y lo favorece, porque conviene esa “normalidad”. Tanto como con los celos.
Mientras no comprendamos que los celos son una manifestación patológica, aún cuando no produzca daño evidente, estamos dejando que las personas sufran por experimentarlos o por recibirlos y estamos evitando prevenir un daño que les impide a muchos disfrutar la verdadera felicidad que siempre pasará por el reencuentro con el otro, en la libertad de la decisión, en la confianza de la comunicación y en la entrega de la intimidad compartida.
El tabaco está comprobado que produce daños inevitables en las personas fumadoras, tanto en las activas como en las llamadas pasivas. Sin embargo aún genera la sensación de ventajas personales y sociales para las personas. La gente encuentra en ello reconocimiento social, placer, satisfacción, hábito común, entre muchas otras cosas. Sumemos a esto que no siempre produce la muerte, y cuando llega lo hace, muchas veces, después de una larga vida; agreguemos, además, que los problemas secundarios que produce el tabaco parecen ser fácilmente asumibles: algunos problemas respiratorios, el olor a tabaco, la piel y los dientes amarillos, el aliento con ese olor particular, tal vez algún carácter irascible, etc. Para terminar también digamos que los que fuman defienden la hipótesis, que no necesita probarse, que pueden dejarlo cuando quieran. Si, el hábito de fumar es tan natural, aceptable, valorizado como los celos, y, según lo evidente, tan perjudiciales.
Efectivamente, los celos son algo que funciona como el tabaco: son aceptados, hasta bien vista su presencia. Se podría llegar a prohibirlos, aceptar que producen daño, sin embargo, no se los cuestiona abiertamente. Todos conocemos gente que sufre por ellos, pero también aceptamos normalmente que hay un mínimo tolerable y hasta socialmente aceptable. Los casos de muerte por los celos, no impacta pero como algo dramático pero externo a nosotros. Siempre nos escudamos en la convicción que a nosotros no nos afectará. Para terminar digamos que, los efectos secundarios, no son tan molestos en definitiva y es parte de la libertad que tenemos de aceptarlos. Veamos, a continuación, algunos elementos para intentar desmontar esta supuesta normalidad y alentar a la consideración de los celos como algo que indefendible.
Lo primero que tenemos que considerar es que los celos son una realidad personal que repercute sobre la otra persona. Esta realidad produce múltiples efectos sobre las dos personas implicadas y puede repercutir negativamente sobre terceros ocasionales. Exactamente como el tabaco. De esos efectos, algunos son considerados hasta simpáticos, otros son considerados deseables por ser apreciados como una representación de algo positivo.
Esta falacia esta basada en lo normal (estadística) que es esta realidad y en los “limitados casos de daño visible que son conocidos” que además el daño surge por la suma de otras cosas. Sostenemos que el daño, imperceptible muchas veces es daño también puesto, como reza el proverbio, “la gota orada la piedra”.
Los celos son una de las tantas patologías que se aceptan como normales, pues por siglos han sido aceptados como una manifestación del amor más profundo. Los celos son normales como el tabaco. Ambos pueden conducir a la muerte, tanto de una persona (la tragedia pasional) como la de una relación (sin la tragedia de sangre). A pesar de esta evidencia no se ha demistificado a los celos y se continúa manteniéndolos como una representación del amor verdadero. Es más, para poder mantener el sistema válido, se ha creado el artificio de dividirlos en “normales” y “patológicos” para defender su existencia. Tan artificial la separación que no se puede establecer un límite preciso. Esto permite, por esa imprecisión, disculpar demasiadas cosas y aceptar muchas situaciones.
Puntualicemos, antes de continuar, que los celos no tienen nada que ver con la traición, la infidelidad o la deslealtad, situaciones que pueden fomentar los celos posteriores, pero no son la causa. Siguiendo con nuestra alegoría, ejemplifiquemos diciendo que una persona puede fumar más en el período de preparación de un examen, pero no por ello se puede acusar que los exámenes son una de las causa del tabaquismo. Los celos son una realidad personal debido a lo imaginario. Los ejemplos se construyen a partir del sentimiento con retazos de la realidad: es sobre el pañuelo de Desdémona donde Otelo crea la infidelidad probada. El pañuelo existe, el resto se siente y no se domina.
La gente fuma porque le gusta y porque no puede evitarlo. Necesita hacer terapia para dejarlo a pesar de la fantochada de muchos que dicen que pueden abandonar el hábito cuando quieran (digo fantochada pues en realidad, son la excepción limitadísima quienes pueden dejarlo de verdad). La sociedad lo impulsa, lo vende, lo muestra y lo favorece, porque conviene esa “normalidad”. Tanto como con los celos.
Mientras no comprendamos que los celos son una manifestación patológica, aún cuando no produzca daño evidente, estamos dejando que las personas sufran por experimentarlos o por recibirlos y estamos evitando prevenir un daño que les impide a muchos disfrutar la verdadera felicidad que siempre pasará por el reencuentro con el otro, en la libertad de la decisión, en la confianza de la comunicación y en la entrega de la intimidad compartida.
Texto publicado en la página del Dr. Sapetti www.sexovida.com