Los egoístas son comunes. En general, son muchos más de los que aceptamos como tal. No porque no les veamos o porque no sepamos reconocerlos, sino, porque a veces no somos capaces de aceptar que alguien tan cercano sea realmente un egoísta. Así los padres no ven a sus hijos egoístas, los maridos no ven a sus mujeres, las mujeres no ven a sus maridos, los amigos no ven a sus amigos como tales, y la lista puede continuar.
Para ver y reconocer al egoísta se tiene dos posibilidades: la proximidad con el observador o la vivencia del acto egoísta. En el primer caso aceptas que alguien es egoísta por que alguien, en quien no necesitas, no puedes, o no quieres desconfiar, te lo ha dicho. En el segundo caso, directamente sufres el acto egoísta.
Lo curioso de este “no ver al egoísta” es que este tiene, habitualmente, características muy particulares, digamos específicas, que podrían identificarse a leguas. Sin dudas, debemos reconocer que las personas egoístas tienen cierta habilidad para rodearse o generar a su alrededor dos cosas: una simpatía que hace que muchos no sean capaces de asumir que son egoístas y, lo que llamaré, un reflejo inverso moral. Me refiero a aquellas reacciones que tienen algunas personas sintetizado en la frase de “no pagar con la misma moneda” o sus variantes aceptadas. Este tipo de cosas permite que las personas egoístas vayan por la vida recibiendo, como pago por su egoísmo, muchísimas ventajas, no solo aquellas de las que privan a los demás, sino también aquellas que reciben como compensación, precisamente, por ser egoístas.
Dentro de estos egoístas los más complicados son los que voy a llamar de egoístas-perversos. Son aquellos que esconden su egoísmo bajo una supuesta generosidad. El ejemplo más representativo, pero no el único, son los políticos. Hacen de la generosidad un acto central de su trayectoria. Sin embargo, nunca ofrecen lo que es suyo. Nunca ofrecen su esfuerzo, nunca ofrecen su patrimonio (salvo cuando eso implica mayores beneficios, exclusivamente, para él). Siempre quedan bien con todos, los externos, nunca el círculo interno, mientras consigan que los demás hagan las cosas, siempre protegiéndose al máximo para que nada salga de sus bolsillos o de su esfuerzo. Muchos aceptarán claramente la existencia de estos tipejos, sin embargo, no son capaces de observar, muchas veces, que están rodeados en la familia también por este tipo de egoístas, aquellos que parecen que hacen todo por los demás pero que en realidad nunca observan a los demás. Los beneficios que se obtienen están en función de su propio plan o limitación. Por ello son capaces de sacrificar a quien sea, para mantener su propio status quo.
Dicen la leyenda, para consolar a los estúpidos, que un día pagarán. Si, cuando no valga la pena el pago.
Lunes, 04 de Septiembre de 2006
Para ver y reconocer al egoísta se tiene dos posibilidades: la proximidad con el observador o la vivencia del acto egoísta. En el primer caso aceptas que alguien es egoísta por que alguien, en quien no necesitas, no puedes, o no quieres desconfiar, te lo ha dicho. En el segundo caso, directamente sufres el acto egoísta.
Lo curioso de este “no ver al egoísta” es que este tiene, habitualmente, características muy particulares, digamos específicas, que podrían identificarse a leguas. Sin dudas, debemos reconocer que las personas egoístas tienen cierta habilidad para rodearse o generar a su alrededor dos cosas: una simpatía que hace que muchos no sean capaces de asumir que son egoístas y, lo que llamaré, un reflejo inverso moral. Me refiero a aquellas reacciones que tienen algunas personas sintetizado en la frase de “no pagar con la misma moneda” o sus variantes aceptadas. Este tipo de cosas permite que las personas egoístas vayan por la vida recibiendo, como pago por su egoísmo, muchísimas ventajas, no solo aquellas de las que privan a los demás, sino también aquellas que reciben como compensación, precisamente, por ser egoístas.
Dentro de estos egoístas los más complicados son los que voy a llamar de egoístas-perversos. Son aquellos que esconden su egoísmo bajo una supuesta generosidad. El ejemplo más representativo, pero no el único, son los políticos. Hacen de la generosidad un acto central de su trayectoria. Sin embargo, nunca ofrecen lo que es suyo. Nunca ofrecen su esfuerzo, nunca ofrecen su patrimonio (salvo cuando eso implica mayores beneficios, exclusivamente, para él). Siempre quedan bien con todos, los externos, nunca el círculo interno, mientras consigan que los demás hagan las cosas, siempre protegiéndose al máximo para que nada salga de sus bolsillos o de su esfuerzo. Muchos aceptarán claramente la existencia de estos tipejos, sin embargo, no son capaces de observar, muchas veces, que están rodeados en la familia también por este tipo de egoístas, aquellos que parecen que hacen todo por los demás pero que en realidad nunca observan a los demás. Los beneficios que se obtienen están en función de su propio plan o limitación. Por ello son capaces de sacrificar a quien sea, para mantener su propio status quo.
Dicen la leyenda, para consolar a los estúpidos, que un día pagarán. Si, cuando no valga la pena el pago.
Lunes, 04 de Septiembre de 2006
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