Morirse es terminar. Así de simple. Terminar lo que estabas haciendo, sea eso la creación revolucionaria o la nada más rústica. Morirse es poner un punto final sin vueltas. Es decir hasta aquí llego, mejor dicho, que alguien diga hasta ese punto llegas y listo. Los puristas dirán que tu obra continuará. Pero, lo cierto que la persona que la hizo, la creo o la plagió desaparece y libro cerrado. Podrán criticar su obra o recordar sus cosas, pero no hay vueltas atrás, el muerto no se enterará.
Si, algunos llamarán reencarnación al proceso que nos permite perpetuarnos de forma saludable en nuevos cuerpos con nuevas relaciones y todo ello. Pero, el cuerpo que tenemos, con la mente que nos permitimos formar, con las cosas que saboreamos, sea materiales o espirituales, termina en el túmulo donde dejan las osamentas.
Verdad inevitable, adornada de mucho maquillaje para hacerla pasable. Un maquillaje creado, fantaseado y modernizado en años de raciocinio y también en elocuentes rituales que lo único que permiten es que los vivos construyan imágenes validas para mantener una aparente presencia de los muertos. ¿Sirve? ¡Vaya que si! Son tremendamente útiles y, valga decirlo, maravillosamente concebidos. Muestran la capacidad innegable del ser humano de rebuscársela frente a su finitud inevitable. Muerto estarás y esa es la verdad.
La trascendencia que existe, o que deseamos que exista, está realmente en la vida que logramos desarrollar. El resto sólo son chismorreos de vecinos o angustiantes ambiciones de aquellos que ansían que las cosas sean de otro modo de lo que manda la realidad chocante.
Los ejemplos que existen de ese paso después de muerto son importantes y cumplen, tal vez su función más preciada, darnos la posibilidad de morir con dignidad y crear esperanza, ya que eso permite que el ser humano sea capaz de hacer un poco el bien durante su vida, a pesar de su naturaleza que, según las constantes demostraciones del ser humano a lo largo de la historia, es una naturaleza egoísta y violenta.
Celebremos la vida de la mejor manera que creamos, sintamos y podamos. La muerta nos espera seguro y luego, quien sabe.
Lunes, 18 de Septiembre de 2006
Si, algunos llamarán reencarnación al proceso que nos permite perpetuarnos de forma saludable en nuevos cuerpos con nuevas relaciones y todo ello. Pero, el cuerpo que tenemos, con la mente que nos permitimos formar, con las cosas que saboreamos, sea materiales o espirituales, termina en el túmulo donde dejan las osamentas.
Verdad inevitable, adornada de mucho maquillaje para hacerla pasable. Un maquillaje creado, fantaseado y modernizado en años de raciocinio y también en elocuentes rituales que lo único que permiten es que los vivos construyan imágenes validas para mantener una aparente presencia de los muertos. ¿Sirve? ¡Vaya que si! Son tremendamente útiles y, valga decirlo, maravillosamente concebidos. Muestran la capacidad innegable del ser humano de rebuscársela frente a su finitud inevitable. Muerto estarás y esa es la verdad.
La trascendencia que existe, o que deseamos que exista, está realmente en la vida que logramos desarrollar. El resto sólo son chismorreos de vecinos o angustiantes ambiciones de aquellos que ansían que las cosas sean de otro modo de lo que manda la realidad chocante.
Los ejemplos que existen de ese paso después de muerto son importantes y cumplen, tal vez su función más preciada, darnos la posibilidad de morir con dignidad y crear esperanza, ya que eso permite que el ser humano sea capaz de hacer un poco el bien durante su vida, a pesar de su naturaleza que, según las constantes demostraciones del ser humano a lo largo de la historia, es una naturaleza egoísta y violenta.
Celebremos la vida de la mejor manera que creamos, sintamos y podamos. La muerta nos espera seguro y luego, quien sabe.
Lunes, 18 de Septiembre de 2006
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