miércoles, diciembre 31, 2014

Año nuevo

Un año pasa y con ello se van promesas variopintas y sucesos diversos. Durante 365 días hemos logrado hacer algunas cosas y nos quedaron en el tintero, seguramente, otras. Nos enfrentamos a dificultades que hemos superado, ignorado, agrandado, valorizado, combatido y alguna que otra cosa de las que podemos hacer frente a ellas. Hemos entrado, salido, permanecido, negado o, tal vez, no hemos tenido ninguna crisis. Seguramente hemos llorado y, espero, que hemos reído algunas veces y viceversa. Hemos amado –Ojalá- hemos tenido sexo, quizás, con alguno de los sentimientos posibles para hacerlo (espero que nunca desprecio ni menosprecio).
Hemos ganado y hemos perdido, aunque sea simbólicamente. Hemos escrito mensajes, quizás alguno más interesante que otros. Hemos suspirado, tal vez, alguna vez inspiramos, aunque sea paz. Hemos leído, aunque sea una línea que nos produjera certeza, hemos renegado por cosas, tal vez importantes y, por las otras, las cotidianas. Hemos mentido y hemos dicho verdad (aunque sea a nosotros mismos). Nos miramos al espejo un poco y con ánimos diferentes. Hemos dicho buen día con ganas que sea una promesa a cumplir y hemos dicho buenas noches con la satisfacción de haber hecho un día como justos. En ocasiones nos lo privamos.
Hemos deseados y soñado, y, (loado sea el señor si así lo es) hemos conseguido fruto jugosos del deseo y de los sueños. Hemos visto una escena que nos atrapó y, probablemente, alguna que nos emocionó. Bailamos en alguna ocasión, haciéndolo como se debe: libre. Escuchamos una música y, envidio a ellos, las cantaron. Vimos crecer a niños o, tal vez, una niña. Hemos deseados besos y lo repartimos con sutileza gourmet o, tal vez, con la generosidad del bosque justo después de esas lluvias primaverales.
Dormimos solos o acompañados. En una de esas rezamos, o tal vez, simplemente rogamos lo imposible. Nos agarró la nostalgia de lo pasado y la esperanza de lo próximo. Nos excitamos de varias maneras y de algunas de las sanas y necesarias. Nos permitimos compañía y la dimos. Leímos con ganas de sumergirnos en esa página. Dormitamos, dormimos, soñamos.
Caminamos, con apuros y con pausas. Yendo a algún sitio y, a veces, sólo volviendo. Nos quisimos un poco o mucho y, como pasa, a veces nos detestamos otra tanto, nunca mucho, por favor. Recibimos cariño, aún sin notarlo y, ojalá lo hayamos dado como lluvia y como don de forma elegida y aleatoria también.


Todos y cada uno de nosotros hicimos todo esto, seguramente más y espero que no menos. El año se ha cumplido. Que empiece el nuevo para volver a vivirlo a “nuestra manera”.

domingo, diciembre 28, 2014

La duración del sexo



Un estudio del Journal of Sexual Medicine asegura que siete minutos son suficientes para tener relaciones sexuales completamente satisfactorias. Recordemos, también, que el orgasmo promedio dura entre 3 y 12 segundos (el sexo tántrico y demás no es promedio, aclaremos). Sólo 420 segundos y un 1% de ellos para el goce. ¡Diablos! Podemos decir, tan poquito. Un nuevo hecho científico desnudado –que bien esta palabra aquí-. Ya lo sabemos. Pero, lo cierto, es que nadie anda cronometrando en sus relaciones –bueno, algunos pero es otro problema-. Es más podemos agregar que si cronometramos seguramente el placer no aparecerá.
Si uno piensa los encuentros amorosos que tuvo –si queremos ser cuidadosos con el lenguaje- o sexuales, en ocasiones coitales, – si llamamos a las cosas de manera más concreta-, lo que nos queda en la piel, en la retina, en la memoria, o en donde albergamos nuestras sensaciones de placer están asociadas al momento vivido y no al tiempo que se ha utilizado. Así, sea que tuvimos una noche casi perfecta –nunca lo es porque siempre hay una noche más para poder vivirla aún mejor- o si fue un escarceo rápido en un instante fugaz –en algún lugar físicamente incomodo pero suficientemente excitante para intentarlo- lo que resta en nuestras sensaciones escapa al conteo de segundos, se filtra en la piel y ocupa los sentidos donde los placeres se traducen de tantas formas diferentes.
Lo cierto sigue siendo que no importará nunca el tiempo que dure sino la consistencia de esa red en la que nos permitimos abandonarnos. La que nosotros tejemos y, sobre todo, aquella que conseguimos tejer con la compañía con la que nos permitirnos un instante o una vida de placer.
El placer siempre llega cuando nos permitimos el lujo de estar en ese instante donde la intimidad, aunque sea en silencio se construye de una manera tan particular que no se repite más. Tal vez, esas veces, son las que uno siempre recuerda, y queda, como tatuaje, que va recubriendo cada pedazo de esa piel interna que tenemos.
El encuentro permite llegar a esos caminos de la satisfacción y por allí encontramos los senderos que nos pueden conducir al placer. No se trata de caminarlos como turistas, sino descubrirlos como habitantes de ese espacio. Hacerlo es mucho más que dedicarse, es permitirse la locura de ofrecerse, de ser y de estar, aunque sea, pasajeramente, como la vida misma.


viernes, diciembre 26, 2014

Frases

Los grandes escritores tienen la magia de utilizar las palabras para dar el golpe certero. Así uno se encuentra cada tanto con esa cita –que tantas veces no sabe ni sabrá en que libro fueron escritas-  que hacen que parezca que la claridad esta allí. Con pocas palabras y en una línea se transforman en la voz exacta de lo que uno anda rumiando en delirios infumables. Como si ellos, con la sabiduría del andar fuesen capaces de sintetizar un universo y así iluminar sobre lo incomprensible que nos parece algo. Un verso que nos despierta, una imagen que nos permite soñar despiertos o esas frases que tiene el peso de lo cotidiano o de la verdad revelada sobre lo que nos inquieta. Esta perorata –que prueba que no soy de esos escritores- surge por una frase de Mark Twain que me llego por algún lado: "es más fácil engañar a la gente, que convencerla que han sido engañadas”.

En esta época donde uno ve que se deambula entre aciertos y errores, entre denuncias permanente y defensas con diatribas, esta frase impacta porque nos sumerge en un hecho contundente: estamos inmersos tanto en lo cotidiano, tantas veces, que no somos capaces permitirnos uno de los lujos que tiene la humanidad, el de poder equivocarse y ser capaces de aprender del error y hasta de reconocerlo. Si uno lo hace, tal vez, Dios y la patria se lo agradecerán y sino, simplemente aquel, el que importa, el que está al lado, el que está creciendo, el que está por venir.

Displacer


No me gusta sumergirme en agua fría. Me produce displacer. La idea de displacer es, curiosamente muy importante para las personas. Debemos aprender lo que nos disgusta, lo que nos quita placer. Es quizás algo que olvidamos. A ver, me explico, el placer es un camino que es infinito. Puedes quedarte con los placeres conocidos o permitirte, cada tanto el descubrir nuevos senderos. Saborear saberes o experiencias nuevas y en ellas descubrir los placeres que no conocías o, los conocidos, con nuevos matices. Eso es genial. Para hacerlo, creo, es importante saber también lo que te produce displacer. Lo que lo apaga a la satisfacción potencial.
 


Es, sin dudas, el camino de la asertividad real. Aquel que te permite expresar, a partir de tus propias emociones lo que sientes, lo que necesitas, lo que quieres y trasmitirlo sin que eso sea imposición. Valga una aclaración, decir lo que te produce displacer no es la excusa para no conocer lo nuevo, lo diferente, lo que no experimentamos, es saber que caminos nos producen daño, nos afectan, no queremos experimentarlo y poder disponer del derecho de decirlo y que lo respeten. Conocer los limites donde se encuentra nuestro displacer nos permite, curiosamente, adentrarnos más en el espacio desconocido donde todavía hay placeres que no experimentamos y hacerlo con la certeza que el placer que podemos encontrar será siempre positivo, enriquecedor y, como los tréboles de cuatro hojas, a veces, tan únicos que nos dará el éxtasis.

martes, diciembre 23, 2014

Navidad

Más allá de los sentidos religiosos, de los rituales amados y renegados, de las sutilezas de los mitos y de toda esa yerba, la navidad nos sigue permitiendo el lujo del encuentro, del saludo, de la sencilla y contundente imagen del otro como importante, del intento real de compartir comida, compañía y alegría y de permitirse la emoción de lo ya conocido pero que, nuevamente, nos llega.
Si, la navidad, con sus colores, con sus comidas, con sus regalos, con sus saludos, con todo ello, sigue siendo ese momento que nos permitimos tanto de humanidad, con tan poco. Vaya que vale la pena. 

jueves, diciembre 18, 2014

Sonrisas




En la vida uno debería acumular sonrisas. Varias de ellas, las que se expresan en los labios y, sobre todo, las que se hacen con todo uno. Esas sonrisas que toman brillo porque hablan desde adentro. Las personas sensibles pueden verlas y, muchas veces, esa sensibilidad está asociada a un sentimiento puro. Por eso es una experiencia tan pura, tan plena el ver sonreír a la persona que se ama. En eso radica, quizás, una de las comuniones para excelsas que pueda haber y que debemos buscar.

Esas sonrisas son las que siempre quedan como tesoros para quienes las comparten. Algunas veces, cuando las tormentas arrecian en la vida y todo parece un gran naufragio esas sonrisas siguen siendo aquella energía que va más allá de todo. Lo que nos hace sentir que por más que tanto se puede haber perdido, la vida nos permitió más de una vez el placer de esas sonrisas percibidas, vividas, sentidas y comunicadas.

Por ello antes que lleguen las tormentas –que siempre habrá, porque la vida las incluye-, atesóralas, sin cesar, todas las oportunidades que tengas para la contemplación de la sonrisa en las personas amadas; júntalas como si fuesen piedras preciosas, tesoros únicos, invaluables y que sólo tienen tu nombre. Convéncete también que esas sonrisas que ves son los bálsamos que el alma necesita y necesitará. No dejes de hacerlo en cada ocasión y, por supuesto, ofrécelas, para el otro. Quizás eso siempre permita sentir un poco más la certeza de estar vivos.

viernes, diciembre 12, 2014

12 de diciembre de 2014



Hace diez años moría mi padre. Diez años. Mucho tiempo. Yo no estaba cuando pasó. Llegué con el ya enterrado. Me quedan los recuerdos y esos olvidos que la memoria me juega. Entre ellos se acomoda siempre su ausencia. Mis lágrimas, que derramó cada tanto, siempre la nutren. La ausencia es una constante. Está allí hablando de la ausencia y por más que la voz sea queda esta allí, hablándome un poco más de esas cosas compartidas y de aquellas que nunca podré tener. Esa es la ausencia total, aquella que nos deja sin un pequeño universo de cosas cotidianas que son, las que en definitiva, nos permite recrear la vida en cada instante.

De todo lo que la ausencia me priva, hoy, me hace falta el cariño, no sólo el que recibía sino el que daba. Porque dar cariño y que alguien lo reciba dándote la sensación de recibir un tesoro eso es la esperanza que nos hace sentir que la suma de todas las cosas es posible.
El resto, que es tanto, hasta es parte de la vida que no esté tanto tiempo. Pero eso, el cariño que se puede dar y recibir y que produzca esa sensación tan íntima que nos cobija, nos exalta, nos estimula, nos enriquece y nos permite el camino interminable a todas las utopías, eso es lo que la ausencia total nos quita.
Si, quedan estos otros cariños que aún damos y recibimos y que, sin dudas, nos permite todo eso que mencioné porque cada cariño expresado y recibido siempre es la síntesis perfecta de la “suma de todos los amaneceres del mundo”. Pero cada cariño digamos tiene nombre y apellido. Se hace a la medida, se adapta con el tiempo a esa persona que le damos y por eso, nos pesa tanto que falte.


Así que si, me falta mi padre y ese cariño y este cariño que se desangra sin parar. 

martes, diciembre 09, 2014

La palabra

A ver, lo digamos claro: los seres humanos tenemos 6-7 emociones y con eso nos damos un festín. Es decir, la expresamos de pocas maneras pero con eso hilvanamos miles de vivencias, momentos y gestos. Hemos sido capaces de estar pasando por el universo y llenar hojas y hojas de historias que algunas parecidas, otras novedosas pero capaces de incentivar en otro alguna emoción. No existe especie conocida con esa capacidad de expresar lo vivido, aún lo mismo con tanta variación. Como si una escala musical de solo 7 notas y un abecedario de veinte y tantas letras fueran el fondo interminable de una galera mágica. Si, la magia fuese tan real. Porque hay realidad en esa formas caprichosas, sistemáticas, irregulares, pensadas, expulsadas, racionales o lo que fuera de encadenar palabras o notas.

Las diferencias entre las personas son constantes. En la sutileza o en lo bruto. Somos diferentes con ese otro que necesitamos y nos necesita, aún cuando no se mencione “en actas”. La diferencia es parte de nuestra genética humana  (como metáfora). Sin embargo, en esa imposibilidad de ser iguales radica la riqueza de todos; porque en ella, en la diferencia esta la fuente potencial de la riqueza. Somos más por que el otro nos puede dar un poco más, un poco diferente (nunca olvidar que somos el otro para los demás). La posibilidad de eso se instala a partir de la palabra que, podríamos decir, son los puentes que nos permiten la cercanía con el abismo que tantas veces nos puede separar. Pero la palabra, como puente imaginario sólo sirve si nos abocamos a la tarea de usarla. Perdón por la evidencia: los puentes nos permiten sortear el rio, pero para hacerlo hay que usarlo. Pues en eso debemos ocupar nuestro esfuerzo. Quizás, en ello, esté la ecuación exacta que nos permita avanzar hacia la paz, hacia la felicidad que siempre será con el otro. Así que, ¿porque no convertirnos en embajadores de la palabra?

lunes, diciembre 08, 2014

Merecer


La vida, se escucha a veces, es injusta. Algo así como que no merecemos esto o aquello que, casualmente, nos toca en suerte. Una suerte de horóscopo que, por una alineación de astros incorrectas, nos hace recibir algo que no debería corresponder con nuestro grado de bondad, simpatía o lo que fuera. Algo así como no merecemos esto o aquello. Sin querer ser ni en un ápice un adepto a estas teorías astrales creo que está claro que las personas nos merecemos algunas cosas y que no nos merecemos otras. Por más que algunas de las primeras las recibamos de carambola –o de suerte- y que de las segundas parezca que algunos se ensañan con uno.
Creo que las personas nos merecemos ser felices. Ergo, no creo que merezcamos la infelicidad. Así de simple y contundente. Si me apuran, como decía un amigo, podemos aclarar un poco más. Creo que las personas nos merecemos utilizar la palabra en ese majestuoso gesto del diálogo. Nos merecemos la sonrisa compartida, aunque sea por lo circunstancial. Nos merecemos la música, la que podemos hacer o simplemente saborear de los otros. Nos merecemos la alegría de compartir momentos que sean pletóricos de satisfacción. Nos merecemos el intercambio amigable de cosas fútiles que sirven para transportar los gestos profundos de reconocer al otro. Nos merecemos, sin más, que el cariño sea una opción que podamos dar y recibir; que alguien se preocupe por nosotros y que vele por nuestra salud, por más que no lo permitamos tan abiertamente; nos merecemos enojarnos y que eso le preocupe a alguien y alegrarnos y que compartirla sea un festín de sabores. Nos merecemos el sencillo placer de comer un plato que nos encante y darnos el lujo de un placer prohibido. Una copa de vino o un helado. Nos merecemos que haya otro que nos busque y que nos guste sentir allí, en la distancia exacta que nos fascina. Nos merecemos la posibilidad cotidiana de sentirnos útiles, capaces, respetados, deseados, amados, dispuestos. Nos merecemos el baile, la osadía de lo diferente, el viaje que nos encanta, el cuento que nos estremece, el libro que nos hace sacudir la cabeza asintiendo o riendo.

Sí, creo que todo nos merecemos un poco de eso y más, pero un mínimo de eso seguro. Pero, yo, tú y el del lado sabemos que no todos los tienen. Algo no estamos haciendo bien. 

sábado, diciembre 06, 2014

DDHH y democracia


Cuando pensamos en democracia como forma de gobierno muchos piensan en un sistema que garantice los derechos humanos como criterio excluyente de toda política del estado. Algo así como un esfuerzo sistemático para que estos sean defendidos, estimulados, promovidos, respetados y efectivizados. Al mismo tiempo, se piensa, que existirá un estado de alerta permanente contra todo aquello que los afecte, los ofenda, los limite o los anule. En nuestro país, de acuerdo a la decisión jurídica que se tomó los crímenes del estado contra los derechos humanos son imprescriptibles por su gravedad y por el poder que ostenta el estado contra el individuo.
En democracia, a mi entender, el crimen que más afecta a los DDHH es la corrupción y, por decisión de nuestro país, la corrupción del estado es más grave y es una cuestión que debe ser considerada particularmente. Esto, sin desconocer la importancia que tiene la corrupción que se realiza entre particulares como un problema, pero allí le caben las generales de la ley. También es un delito. Pero que en el caso del estado es más grave porque afecta el bien común y directamente afecta a los DDHH.
No podemos imaginar, ingenuamente, que un estado será ascético de toda corrupción y menos pensar que toda denuncia de la oposición es válida por solo decirlo. Esa discusión no debe negar una verdad: que el estado democrático debe garantizar un sistema de control aceitado, eficaz, rápido y contundente que no permita que el ciudadano común crea que la corrupción es una mancha de petróleo en un mar, siempre incapaz de controlarse. Algo que queda sólo sujeto a la simpatía o antipatía contras los gobernantes de turno.
Es decir, Lo que si debe garantizar la democracia es el escuchar la voz de las personas que viven bajo esa forma de gobierno. Esto implica que cuando la percepción de corrupción se manifiesta como una constante podemos afirmar que el estado no está haciendo algo por ello. En este punto donde quiero resaltar que ese no hacer contra la corrupción implica una violación flagrante de los DDHH. Podemos con retórica llevar la discusión a otro lado pero no se puede negar que la corrupción del estado perjudica directamente a la posibilidad que los ciudadanos gocen –en mayor o menos medida- de toda la amplitud de sus DDHH. Negarlo es negar la evidencia. No en vano las Naciones Unidad establecieron el 9 de diciembre, el día anterior de los DDHH, como el día Internacional contra la Corrupción. La corrupción en el estado de una democracia que se escuda con políticas públicas de necesidad por situaciones de pobreza económica y que, al mismo tiempo, muestra un enriquecimiento de la clase política sin importar su signo político, es una ecuación que responde directamente a esa sentencia de Platón: “la obra mayor de la injusticia es parecer justo sin serlo”.

Trabajar por los DDHH debe asociarse directamente al hecho incuestionable de fomentar la democracia como forma de gobierno positiva. Hoy, Saramago tiene razón cuando decía: “La democracia se ha convertido en un  instrumento de dominio del poder económico y no tiene ninguna capacidad de controlar los abusos de este poder”. Antes de poner el grito en el cielo por la sentencia del escritor, cayendo en lugares comunes como: “que no es así” o que “otras formas de gobierno son peores”, trabajemos sobre la cuestión, para luego decir que está equivocado el escritor portugués. Si lo hacemos podremos celebrar que la democracia que construimos nunca podrá ser aniquilada por ningún poder militar y, sobre todo, prostituida por políticos vulgares, ineptos y corruptos que sólo buscan el poder para enriquecerse a costa del pueblo que está condenado a recibir sólo sus dádivas y no los derechos que le pertenecen. 

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