Los grandes escritores tienen la
magia de utilizar las palabras para dar el golpe certero. Así uno se encuentra
cada tanto con esa cita –que tantas veces no sabe ni sabrá en que libro fueron
escritas- que hacen que parezca que la
claridad esta allí. Con pocas palabras y en una línea se transforman en la voz
exacta de lo que uno anda rumiando en delirios infumables. Como si ellos, con
la sabiduría del andar fuesen capaces de sintetizar un universo y así iluminar
sobre lo incomprensible que nos parece algo. Un verso que nos despierta, una
imagen que nos permite soñar despiertos o esas frases que tiene el peso de lo
cotidiano o de la verdad revelada sobre lo que nos inquieta. Esta perorata –que
prueba que no soy de esos escritores- surge por una frase de Mark Twain que me
llego por algún lado: "es más fácil engañar a la gente, que convencerla
que han sido engañadas”.
En esta época donde uno ve que se
deambula entre aciertos y errores, entre denuncias permanente y defensas con
diatribas, esta frase impacta porque nos sumerge en un hecho contundente:
estamos inmersos tanto en lo cotidiano, tantas veces, que no somos capaces
permitirnos uno de los lujos que tiene la humanidad, el de poder equivocarse y
ser capaces de aprender del error y hasta de reconocerlo. Si uno lo hace, tal
vez, Dios y la patria se lo agradecerán y sino, simplemente aquel, el que
importa, el que está al lado, el que está creciendo, el que está por venir.