No me gusta sumergirme en agua
fría. Me produce displacer. La idea de displacer es, curiosamente muy importante
para las personas. Debemos aprender lo que nos disgusta, lo que nos quita
placer. Es quizás algo que olvidamos. A ver, me explico, el placer es un camino
que es infinito. Puedes quedarte con los placeres conocidos o permitirte, cada
tanto el descubrir nuevos senderos. Saborear saberes o experiencias nuevas y en
ellas descubrir los placeres que no conocías o, los conocidos, con nuevos matices.
Eso es genial. Para hacerlo, creo, es importante saber también lo que te
produce displacer. Lo que lo apaga a la satisfacción potencial.
Es, sin dudas, el camino de la
asertividad real. Aquel que te permite expresar, a partir de tus propias
emociones lo que sientes, lo que necesitas, lo que quieres y trasmitirlo sin
que eso sea imposición. Valga una aclaración, decir lo que te produce displacer
no es la excusa para no conocer lo nuevo, lo diferente, lo que no
experimentamos, es saber que caminos nos producen daño, nos afectan, no
queremos experimentarlo y poder disponer del derecho de decirlo y que lo
respeten. Conocer los limites donde se encuentra nuestro displacer nos permite,
curiosamente, adentrarnos más en el espacio desconocido donde todavía hay
placeres que no experimentamos y hacerlo con la certeza que el placer que
podemos encontrar será siempre positivo, enriquecedor y, como los tréboles de
cuatro hojas, a veces, tan únicos que nos dará el éxtasis.