En
la vida uno debería acumular sonrisas. Varias de ellas, las que se expresan en
los labios y, sobre todo, las que se hacen con todo uno. Esas sonrisas que
toman brillo porque hablan desde adentro. Las personas sensibles pueden verlas
y, muchas veces, esa sensibilidad está asociada a un sentimiento puro. Por eso
es una experiencia tan pura, tan plena el ver sonreír a la persona que se ama.
En eso radica, quizás, una de las comuniones para excelsas que pueda haber y
que debemos buscar.
Esas
sonrisas son las que siempre quedan como tesoros para quienes las comparten.
Algunas veces, cuando las tormentas arrecian en la vida y todo parece un gran
naufragio esas sonrisas siguen siendo aquella energía que va más allá de todo. Lo
que nos hace sentir que por más que tanto se puede haber perdido, la vida nos
permitió más de una vez el placer de esas sonrisas percibidas, vividas,
sentidas y comunicadas.
Por
ello antes que lleguen las tormentas –que siempre habrá, porque la vida las
incluye-, atesóralas, sin cesar, todas las oportunidades que tengas para la
contemplación de la sonrisa en las personas amadas; júntalas como si fuesen piedras
preciosas, tesoros únicos, invaluables y que sólo tienen tu nombre. Convéncete también
que esas sonrisas que ves son los bálsamos que el alma necesita y necesitará.
No dejes de hacerlo en cada ocasión y, por supuesto, ofrécelas, para el otro.
Quizás eso siempre permita sentir un poco más la certeza de estar vivos.