Entonces, consentir no es simple, pero es imprescindible. No
es innato, sino que es una construcción basada en una pedagogía que aliente el conocimiento,
el autoconocimiento, las habilidades para la vida (concepto de la Organización Mundial
para la salud) y los valores más concretos para este siglo XXI: el paradigma de
los Derechos Humanos.
Consentir es, estoy convencido, la piedra angular para
construir relaciones de cualquier tipo. Como tal precisa de varios elementos no
se consigue solo porque querer, se debe no sólo desear, pensar, intentar,
sentir, decir, revisar, expresarse, preguntar, responderse, aceptar,
establecer, reconocer, percibir, disfrutar, satisfacer, satisfacerse, amigarse,
disponerse, entregar, entregarse, recibir, recibirse. Una lista larga pero
también inacabada.
Si, consentir será decir “si” o decir “no”, sin otro límite
que la convicción y sin otra razón que la convicción o la duda. Pero llegar a
hacerlo de modo que el consentimiento sea lo que nos permita estar, sentir y
compartir de la mejor manera posible y que redunde en beneficios para uno y,
por ende, para los demás, es una artesanía que se debe aprender, se debe
realizar, se debe perfeccionar y se debe respetar.
Así que nuevamente, pidamos educación sexual para que haya
más posibilidades que la violencia no sea tan fácil, para que la satisfacción
sea un cotidiano y para que los encuentros sean lo que siempre deben ser: la
certeza de algo bueno.
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