jueves, junio 24, 2010

Crisis

Es necio no darse cuenta que las crisis son inevitables en muchas de las situaciones que nos tocan vivir. Es parte del vivir, sin dudas. Todos pasamos por ellas alguna o varias veces durante la vida. Son la sal de la vida, por llamarla de algún modo; pero también el suplicio y el castigo que debemos soportar muchas veces. Crisis que van y vienen por las razones más diversas y por los estímulos más profundos o más insignificantes. Cada cual elije cual será el punto que hará estallar la crisis más profunda, la más reveladora, la más intensa, la más trascendente, la más inocua, la más estúpida, entre las muchas que pueden surgir.
Crisis que aparecen cuando uno no se lo imagina y que sacude lo que existe, con sus fortalezas, con sus debilidades, con sus interrogantes y los deja desnudos de ciertos ropajes y mal maquillados en muchos casos. Las crisis no descubren verdades, lo que hacen es movilizar lo que existe y por lo tanto nuevas tumbas o antiguos tesoros se revelan, a veces de forma aleatoria, otras de manera inevitable.
Toda crisis implica conflicto. Sea con uno mismo o con los demás. Necesariamente es un grito que nos atropella desde adentro y se vomita afuera, muchas veces. Como si fuera lava, ella busca intersticios para salir y descargar las entrañas quemantes que nos dice que algo no es más como era.
¡Bienvenidas sean las crisis!, se debería pensar. Porque si son resueltas implican un paso adelante, un nuevo andar, una forma de ser novedosa para lo que había. Pero, lo cierto es que le tenemos tanto temor porque su aparición nos significa la destrucción, la agonía, la angustia y su presencia nos parece el signo inevitable de nuestra decadencia.

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