sábado, julio 09, 2022

Independencia

 

Los 9 de julio se evoca la independencia de mi país, Argentina. Muchas personas harán mención a la fecha patria, con más sapiencia y con más claridad. No es lo que me toca hacer, pero la palabra independencia si evoca mucho de lo que intentamos hablar en esas columnas: la relación con el otro. Recordemos lo obvio y necesario en primer lugar: la definición.  El diccionario nos refiere que es la cualidad de ser independiente y esta palabra nos remite a 4 significados según la real academia, de los cuales retengo dos: “Que no tiene dependencia, que no depende de otro” y “Dicho de una persona que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena”. Básicamente se asocia con la idea de autonomía. Un valor revindicado por la ética, como también uno de los componentes necesarios de la autoestima.

Lo cierto que la independencia tiene que ver con la construcción personal de una identidad propia, con la delimitación individual de lo que se quiere, se desea para uno, con la convicción personal de lo que es lo mejor para la construcción de las relaciones que ambicionamos y, finalmente, con lo que nos autorizamos a hacer –que incluye lo que pensamos, lo que ansiamos, lo que nos comprometemos, lo que aceptamos- en pos de la noción de bien que creamos. Porque lo cierto que la noción de independencia no es declarativa, sino que es operativa y por lo tanto activa.

Ahora bien, la construcción de una independencia precisa de una especie de plan, que no quiere decir otra cosa que hay algunos pasos a tener en cuenta:

1-      La convicción de lo que se quiere: esta no surge de la nada, sino del autoconocimiento. Que es lo que me hace bien y preciso. A veces olvidamos que saber nuestros propios límites, deseos, habilidades, necesidades y certezas es el primer paso. No es sólo reflexivo, sino completamente educativo. El autoconocimiento es un trabajo que no siempre se realiza, pero que es esencial.

2-      Lo segundo es clave: Comprender que la independencia no es un hecho individual, sino compartido. El otro es importante, por lo tanto, la forma de relacionarnos, la forma de expresar lo que deseamos y lo que no deseamos no es un tema menor. La comunicación es parte constitutiva de la independencia. Expresar en términos claros los límites que no queremos pasar o que los demás pasen, expresando con decisión lo que deseamos y/o necesitamos tiene que ver con un concepto comunicativo fundamental a aprender y enseñar: la asertividad.

3-   

Lo tercero es aprender que nuestras convicciones se deben mantener y para ello las debemos elegir dentro del abanico más concreto y amplio. Nuestro país eligió hace tiempo, con buen tino, la noción de Derechos Humanos como un paraguas donde orientar las acciones. Es un marco lo suficientemente amplio como, también, es muy concreto para orientar nuestras acciones.

Esta propuesta de un plan tiene un trasfondo muy concreto: la independencia se construye día a día, se sostiene con las acciones y evoluciona con nuestro compromiso. Eso es lo que se hace cuando la educación está en el centro de las políticas públicas.  El famoso “educar al soberano” no es más que apostar a lo seguro: una educación positiva sólo puede generar beneficios. He aquí la cuestión que este 9 de julio pasado nos debe interpelar, quizás.

 

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