Los 9 de julio se evoca la independencia de mi país, Argentina. Muchas personas harán mención a la fecha patria, con más sapiencia y con más claridad. No es lo que me toca hacer, pero la palabra independencia si evoca mucho de lo que intentamos hablar en esas columnas: la relación con el otro. Recordemos lo obvio y necesario en primer lugar: la definición. El diccionario nos refiere que es la cualidad de ser independiente y esta palabra nos remite a 4 significados según la real academia, de los cuales retengo dos: “Que no tiene dependencia, que no depende de otro” y “Dicho de una persona que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena”. Básicamente se asocia con la idea de autonomía. Un valor revindicado por la ética, como también uno de los componentes necesarios de la autoestima.
Ahora
bien, la construcción de una independencia precisa de una especie de plan, que
no quiere decir otra cosa que hay algunos pasos a tener en cuenta:
1- La convicción de lo que se quiere:
esta no surge de la nada, sino del autoconocimiento. Que es lo que me hace bien
y preciso. A veces olvidamos que saber nuestros propios límites, deseos,
habilidades, necesidades y certezas es el primer paso. No es sólo reflexivo,
sino completamente educativo. El autoconocimiento es un trabajo que no siempre
se realiza, pero que es esencial.
2- Lo segundo es clave: Comprender que
la independencia no es un hecho individual, sino compartido. El otro es
importante, por lo tanto, la forma de relacionarnos, la forma de expresar lo
que deseamos y lo que no deseamos no es un tema menor. La comunicación es parte
constitutiva de la independencia. Expresar en términos claros los límites que
no queremos pasar o que los demás pasen, expresando con decisión lo que
deseamos y/o necesitamos tiene que ver con un concepto comunicativo fundamental
a aprender y enseñar: la asertividad.
3-
Lo tercero es aprender que nuestras convicciones se deben mantener y para ello las debemos elegir dentro del abanico más concreto y amplio. Nuestro país eligió hace tiempo, con buen tino, la noción de Derechos Humanos como un paraguas donde orientar las acciones. Es un marco lo suficientemente amplio como, también, es muy concreto para orientar nuestras acciones.Esta
propuesta de un plan tiene un trasfondo muy concreto: la independencia se
construye día a día, se sostiene con las acciones y evoluciona con nuestro
compromiso. Eso es lo que se hace cuando la educación está en el centro de las
políticas públicas. El famoso “educar al
soberano” no es más que apostar a lo seguro: una educación positiva sólo puede
generar beneficios. He aquí la cuestión que este 9 de julio pasado nos debe
interpelar, quizás.