viernes, mayo 22, 2020

El futuro siempre depende del presente



No hay futurología en esto. Los pronósticos, al fin de cuentas, sólo son eso. Algunos de ellos acertarán, por eso que, algunas veces, son pronósticos de 50% para cada lado. Luego se podrá desandar el camino y justificar lo que se había pronosticado. Pero eso es para otro debate. Algunos dirían que pensar que pasará, sólo es teoría, buena o mala, pero teoría al fin. Soy un amante de la teoría, se podría decir. Pero, en este caso, quiero escribir, no desde la teoría sino desde el presente, como algo más práctico. 
La pandemia y sus efectos tangibles: la cuarentena vivenciada y la incertidumbre como una realidad nombrada, cambios de comportamiento que nos exigieron y exigimos. También, para varios, una variada gama de sufrimientos que aparecieron, y nos tuvimos que hacer cargo de algún modo. Frente a todo esto, como suele pasar, apareció lo mejor y lo peor de lo seres humanos. Ese crisol donde la humanidad mezcla, de manera no homogénea, aciertos y errores, vicios y virtudes. Era, es y será inevitable. Somos humanos y ante la presión, ante lo que nos sacude mucho, ante la incertidumbre, reaccionamos como podemos, hacemos lo que creemos, pensamos lo que nos sale y actuamos o nos paralizamos. Depende de quién nos "gobierna" en nuestro cerebro: nuestros miedos, nuestros intereses, nuestra desesperación, nuestras convicciones o lo que fuera.
Pero lo que es innegable que, aparecieron actitudes positivas, algunas que parecían olvidados o no eran tan comunes. Otras, que no veíamos tan seguido de cerca o, quizás, algunas que las queríamos deseables, pero eran escasas. De repente, algunas parecen muy constantes. Sí, todo por la pandemia, esa que nos afectó. 
Pero, ¿Cuándo pase, volveremos a la normalidad? No sé. Es la respuesta cierta. Hubo voces para todo. Alguna normalidad, vieja o nueva, se instalará. Pero, no sabemos a ciencia cierta. Entonces, ¿podemos pensar en una cuestión práctica para el futuro? Quizás, es buen momento para pensar en simple: aprovechar lo que es positivo, que claramente existe, y buscar fomentarlo, reconocerlo y estimularlo. Creyendo en una hipótesis simple: si potenciamos lo que nos gusta, quizás seríamos capaces de generar el hábito de lo positivo. No es que eso garantice nada, pero es una buena apuesta.
Un ejemplo, personal, pero no particular. En esta época, en la universidad he vistos mayores intentos de hacer cosas de manera conjunta, poner al servicio una forma de ver, una modalidad de aprender y de compartir. El reconocer que uno no sabe y pedir ayuda. No en todos, no en todos lugares. Pero, definitivamente, me pareció más evidente que antes. 
Entonces, quizás sea una solución. Ni mágica, ni de sueños. No vale creer que esto nos cambió a todos pero tampoco importa. Lo que si lo tiene valor es creer que si nos apoyamos sobre quienes manifiestan los cambios, podremos hacer que persistan esos cambios que vemos como positivos. Así, cuando todo vuelva a algo más parecido a lo que nos era habitual, el futuro será un poquito mejor. 
Básicamente sería como pensar que esta vez podemos regar con más inteligencia eso que deseamos y, así habrá más posibilidades que tengamos los frutos que esperamos y que nos hacen bien. Hay certezas que una parte de la humanidad es fértil para crear lo mejor. Invirtamos en ello. Es, la verdadera práctica de eso que mi abuelo recitaba como refrán: "a dios rogando y con el mazo dando". 

domingo, mayo 17, 2020

Tucumán y la ley Micaela


La ley Micaela establece la capacitación obligatoria en género y violencia de género para todas las personas que se desempeñan en la función pública, en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial de la Nación. Hablar de eso en el 2020 debería ser un tema simple, en el sentido de algo que asumimos que es innegociable, imprescindible y pro-sociedad más equitativa, justa y humana. Sin embargo, aún discutimos si se adhiere o no a esta norma nacional. 
Un tufo de antigüedad nos invade. Como si la Pandemia del COVID-19 no fuese suficiente para decirnos que aún podemos correr los riesgos que creíamos desterrados (la última pandemia fue de principios del siglo pasado). Pero aquí estamos teniendo que aceptar que algunos (si, en masculino) no comprendieron aún, que la violencia de género y la inequidad –marcada a fuego por cuestiones de género- son sucesos reales que están vigentes y que nos delatan como sociedad. Que son obstáculos para esa humanidad que debemos recuperar (Ernesto Sábato dixit).
Cuando Tucumán se adhiera a la ley, quizás esta semana –porque lo hará, por la fuerza de las presiones, de las convicciones o de lo que fuera-, cuando lo realice, el debate, las preguntas, las inquietudes y la mezcla entre rabia y angustia que apareció por esto no callará. Que la discusión sobre esta ley haya sido tan visible de argumentos vacíos y violentos habla de una ideología reinante que nos atrasa, nos atropella y nos debería inquietar. Es una ley que simplemente dice que hay que capacitarse para tener más herramientas para evitar la violencia, viéndola y actuando contra ella y para lograr una sociedad más equitativa para el bienestar de todas las personas.
Luego que se adhieran a una ley, que fue aprobada por los representantes de la provincia a nivel nacional. Parlamentarios que no fueron capaces de crear una ley que sea nacional y federal y que no tenga que pasar la humillación que implica “discutir con argumentos pobres y perimidos” porque no se debe adherir a una ley por el bien, insisto de todas aquellas personas que vienen en el suelo argentino, como reza la constitución nuestra. Después que se adhieran vendrá la otra lucha, aquella que hace que la misma se ejecute no como tarea administrativa sino para, insisto, adquirir herramientas para ser mejores como personas, como sociedad, como humanidad.
Aprender lo que es necesario. Aprender que no existe ninguna religión que hoy crea, sostenga o defienda que la violencia contra una mujer por ser mujer es algo válido. Aprender que la lucha contra la violencia es una urgencia que debemos realizar, que la búsqueda de la equidad es un desafío impostergable y que, en definitiva, no es por el contra ellos, ni por ellas, ni por elles, es por la humanidad que la conformamos todas las personas.
Obviamente, la discusión por la ley Micaela pone en evidencia algo más. Una pregunta más: ¿estamos haciendo la educación sexual integral que la ley 26150 promueve? Una ley que también daría herramientas para que la sociedad sea aún mejor, una sociedad como la que realmente todos deseamos: libre, equitativa, justa, pacifica. Una sociedad donde podamos ser mejores siempre.

Adhesión a la ley Micaela ya y acción por lo que implica YA

miércoles, mayo 13, 2020

El optimismo del médico o el optimismo verdadero




La vida nos enseña o, en realidad, nos brinda enseñanzas que algunas veces, creo que muy pocas, las aprovechamos. Tal vez por eso, la vida nos sigue enseñando lo mismo, una y otra vez y, en ocasiones con metodologías más duras o más bruscas. Pero bueno, vamos aprendiendo. Una de las formas que tiene la vida es confrontarnos con los opuestos, como se hace en el jardín de infantes, para uno, ahora convertido en educación inicial. Así descubrimos opuestos reales y otros que no lo son tanto pero que apelamos a ellos como una forma de llamar la atención sobre dos polos que se oponen “diametralmente” (es una palabra con mucha presencia). Siempre es más fácil los opuestos que el resto. Pero, sabemos que la vida no pasa en los extremos, aunque los vivamos así, sino en ese permanente deambular por los equilibrios inestables que vamos construyendo por obra y gracia del andar, del encuentro y de la increíble capacidad del ser humano de generar cosas. 
Todo esto surge porque hoy me contraponían el optimismo al pesimismo. Eso me hizo reflexionar un poco sobre esa dupla de optimismo y pesimismo.
El optimismo radica en creer que uno es capaz de obtener los mejores resultados posibles aprovechando los recursos reales que uno tiene. No es ni magia, ni ilusión. El pesimismo, por su parte, es creer poco en los recursos o no verlos, directamente y, además, estar convencido que existe un destino fatal que nos rodea, independiente de cualquier lógica. Básicamente el pesimismo es un prejuicio que nos encarcela y el optimismo es una confianza que nos permite un poco más de libertad o de manejo de la situación difícil.
Tal vez por eso decidí llamar (sólo por deformación profesional) al optimismo que uno debería buscar, como el "optimismo del médico". 
¿Qué significa este optimismo para mí? Pues cuando una persona que ejerce la medicina se encuentra con un paciente procura llegar a un diagnóstico lo más certero, completo e integral (o a eso debiera tender). Confundir desánimo con depresión o decepción con optimismo es factible, pero claramente el diagnóstico es diferente y si no nos damos cuenta, cometeremos un gran error. 
Pero lo cierto, cuando se consigue el diagnóstico, el medico o la médica tratará de usar los recursos disponibles, desde su saber, siempre limitado, hasta el uso del saber de otros colegas, para aportar una solución y, para ello, buscará comunicar a esa persona que está al frente, padeciendo, el mejor escenario disponible. Si el médico dice que la situación es mejor de lo que es, mintiendo no está siendo optimista, sino negligente. Si el médico promete la cura, lo sabemos, también está siendo negligente. Debe ser optimista, sin dudas, pero partiendo de esa premisa médica: algunas veces curamos, siempre acompañamos.
Ser optimista es ver la realidad y, a partir de ello, creer posible aplicar los mejores recursos disponibles, confiando que eso será útil y permitirá recibir u ofrecer la calma que genera un poco de paz, un poco de satisfacción y la sensación veraz en una esperanza humana posible.

Resistencia al cambio u otra visión


Quienes cuestionan al psicoanálisis suelen utilizar como broma trivial el decir que el mismo es fácil: sería como tirar la moneda y que el psicoanalista te diga: si sale cara, gano y si sale cruz, pierde usted. Obviamente es una simplificación enorme que no se merece discutir profundamente. Pero si la refiero es porque estuve pensando sobre algo que aparece desde esta práctica y que hoy se generalizó a muchas otras situaciones: la resistencia al cambio. Alguien propone una postura nueva o un cambio completo de algo y los demás no la aceptan con los más variados argumentos y se utilizar como defensa: “es resistente al cambio”.
Una aclaración: si creo que es posible que sea “resistencia al cambio” lo que no creo, y por aquí van los tiros para mí, que sea la única opción cuando alguien se opone a una propuesta. Es decir, no creo que la “resistencia al cambio”, sea en sí mismo negativa. Las propuestas de cambio, sean cual fueran, deberían ser “propuestas”, por lo tanto, abiertas a la discusión, al análisis y, sobre todo al consenso y al disenso. Pero, lo sabemos, está más relacionadas con el poder, como capacidad que alguien tiene para hacer que el otro acepte lo que se dice, se plantea o se exige.
El poder es intrínsecamente humano y se manifiesta en la acción utilizando diferentes estrategias o recursos. De un modo u otro el uso del mismo se muestra en términos de resultados: la otra persona hace, dice, actúa en términos de los considerandos de quien tiene el poder. Repito, no es negativo en sí mismo, es una forma concreta de acción humana. Recordemos que se habla del “poder del amor”.
Retomando la idea: ¿Cuándo decimos que alguien es resistente al cambio? ¿Qué decimos? ¿Qué el otro es terco y no quiere cambiar? ¿Qué la propuesta que hacemos no lo convenció? ¿Qué se niega a aceptar las novedades que uno presenta? ¿Qué no acepta lo que sabemos que es lo mejor? ¿Algunas vez pensamos como opción que la respuesta es me quedé sin argumentos y ahora ataco? A veces nos preguntamos si ¿Habré sido claro para convencer? O, nos plantemos como hipótesis ¿Será que hay otras propuestas más sólidas que la que yo ofrezco?
El poder es inevitable, por ser intrínseco al ser humano, repito. Por ello, creo que debemos esforzarnos que este no sea nunca abusivo, que no haga daño innecesario, que no aísle a nadie, que no afecta de manera cruel e injusta, que no produzca retrocesos en la humanidad. Esto sin dudas. Para ello, obviamente, la comunicación es el recurso fundamental que el ser humano debe erigir, desarrollar, construir, asimilar y potenciar. Una comunicación basada en el encuentro con el otro, en la intención innegociable de buscar consensos y la forma certera de producir paz y futuro.

viernes, mayo 08, 2020

Pensando sobre la intimidad



La pandemia nos sacudió. Todo parece reformularse de algún modo. Todo parece que se modificará, como signo de esperanza y, sabemos, que no todo lo hará y, algunas cosas, también lo serán para peor. Sin embargo, una parte importante del ser humano pasará indudablemente por el tamiz de lo vivido y, dentro  de ello, una importante será la intimidad que vivimos. 
Como bien escribe Eva Illouz, en el diario El País de España lo siguiente: “La intimidad, en el mundo antes y después, seguirá siendo uno de los principales escenarios en los que se representará la lucha del individuo con la sociedad”, aunque debo agregar que es allí, en la intimidad, donde la presencia y la ausencia, donde la necesidad y la satisfacción, donde la calma y la beligerancia de uno se confronta, se define y se ofrece siempre.


Escribía hace tiempo: “La intimidad es una eternidad concentrada en un instante”. Porque realmente creo que es el espacio crucial donde la fragilidad se expone sin riesgo, o así lo sentimos, y, también, donde la incertidumbre no genera ansiedad, sino cierta esperanza positiva. Si, intencionalmente pongo en relieve estas dos palabras que tanto aparecieron, de un modo u otro, en la pandemia: fragilidad e incertidumbre.
Hago referencia a ello porque la noción de intimidad siempre conlleva el sentido de la desnudez y del aquí y ahora. La desnudez, como mostrar parte de uno sin lo que lo cubre habitualmente. No es siempre de piel, ni de alma, ni de sentires. Es un acto personal donde uno exhibe algo que, generalmente está oculto y que la otra persona que lo recibe, lo percibe y lo siente como íntimo. La intimidad es de uno, pero se refleja en la forma que es recibido por el otro.
Por su parte a la incertidumbre, la queremos ignorar, pero es fundante de intimidad. Es, creo, una propuesta de futuro pero que sabemos que sólo es real en el presente. Confiamos en ella, una vez realizada, pero existe cuando se realiza. Así podemos evocar nuestra más bella escena de intimidad vivida, pero lo que ansiamos, lo que queremos: es vivirla hoy.
Cuando pase la pandemia, retomaremos algo de nuestra vida pasada y reformularemos, quizás, algunas cosas. Tal vez, nos demos cuenta de la necesidad de tener esto o aquello y descartar una cosa u la otra. Probablemente. Pero, creo que lo más importante será repensar como hacemos para que nuestra intimidad no sólo sea oasis para encontrar, sino ese espacio que lo expandimos a nuestro gusto, a nuestro sentir y, además, cómo aprender y desarrollar la virtud humana que tener la capacidad de albergar la intimidad de otros.

jueves, mayo 07, 2020

Normas sobre qué no hacer en un grupo de WhatsApp


Esta cuarentena uno se encontró, entre otras cosas, con más tiempo y más mensajes en los grupos de WhastsAPP. Se me ocurrió, entonces pensar un listado no muy "académico" sobre cosas que, básicamente, me molestan -aunque haya "pecado" en ocasiones. Sin ser exhaustivo y siempre sujeto a modificaciones y ampliaciones van las que voy considerando:
 1-      Ser el iluminado. Aquel que da un mensaje, por lo general obvio, que no aporta mucho por, insisto, la obviedad. Siempre maquilado como pensamiento de un sabio eremita del siglo IV y rematar todo con “hasta la vista, baby”, o sea, con ya hablé, ahora me voy, no hay más para decir después de esta inmensa iluminación de mi inteligencia. Ejemplo: Grupo de docentes donde la gente opina sobre lo que hay que hacer. Uno de ellos dice: “Lo único cierto es la incertidumbre. Estimo pertinente paciencia y perseverancia. Cada uno de nosotros solo ve una parte del elefante. Buen fin de semana para todos y sus familias. Abzos”.
2-      Un clásico, mandar de nuevo, pero aun de nuevo un audio o un video re-importante. Porque uno tiene la posta. Ese mismo video que circula por todo grupo de WhatsApp, creemos que es único y solo accedimos a él por estar en la cima, y entonces nos vemos obligado a compartir esa vivencia, esa reflexión sin parangón. A veces, nos urge el hacerlo y por ello ni siquiera nos percatamos que ya fue enviado, a donde lo enviamos, una, dos o tres veces. Pasa que no lo leemos…pero lo demás si deben hacerlo.
3-      Hacer mención a lo ocupado que uno está para justificar que uno es medio imbécil. Si no pude leer nada, me explican. O el famoso tengo muchas cosas que hacer, no puedo perder el tiempo aquí. Pues vete, esto se trata si el grupo es importante para ti o no.
4-      Aplaudir cualquier mensaje que comience o tenga una frase “bonita”. Una frase estimuladora. Si en el medio hay mensajes fascistas, horribles, crueles, demoníacos, no importa si no se trata de leer todo, solo que es “bonito”.
5-      Obsesionarse con ser el que hace lo necesario. Así es el que a pesar que se dice que el grupo no es para mandar nada que no corresponde a lo que el grupo está armado, “se olvida” o, peor, “a pesar de eso” envía un comentario que, no tiene nada que ver y, encima, solo es un link, porque “da paja” escribir un poco más. Peor es cuando alguien le dice eso y se “enoja”, porque hay que permitir expresarse.
6-      Mantener la conversación privada que solo les interesa a dos personas de un grupo de 200 en el chat oficial. Porque nos cuesta hacer el movimiento de enviar un mensaje privado. Esto es típico en grupo de docentes o grupos sociales pro-algo. Por supuesto si si se recrimina las “razones” están, porque todos sabemos que el pensamiento crítico es lo que se le enrostra al otro por no tenerlo y nunca se analiza si lo tenemos o no.
7-      Particularmente soy enemigo de los emojis en más de uno (la lista de aplausos y vítores, la sucesión de “fiestas y demás”. En esto me refiero exclusivamente a los grupos. No a los intercambios entre dos personas que corren otras lógicas de comunicación, como en la vida no virtual, obviamente.


viernes, mayo 01, 2020

Dia del trabajador


Durante mucho tiempo no fui muy adepto a los “días de…” me parecían una suerte de innecesario. Luego, me di cuenta que está bueno recordar lo que es importante, necesario. Conmemorar lo que nos duele y nos hace querer mejorar. Días para hacer pausas y, de ese modo, celebrar logros, avances, pequeños o grandes pasos o, en ocasiones, darnos cuenta que algo es increíblemente bueno y que cada día deberíamos celebrarlo, se merece, al menos, el dedicarse un día para eso. El trabajo valga por eso, recordar a los “mártires de Chicago”, pensar lo que falta y celebrar que uno tiene un trabajo.
Pero (siempre hay un “pero” para algunos), lo sabemos el trabajo no es igual para todos. Algunos pueden, literalmente, celebrar un día por su trabajo cuando lo deseen. Si, están los que pueden interrumpir su faena sin pedir permiso a nadie, comer lo que se les antoja, beber sin pausa, deleitarse sin preguntarse nada, ni cuestionarse ni lo más mínimo. Otros, lo sabemos, necesitan su trabajo en el día a día porque eso alcanza para poco y, quizás sólo para comer, sin tanto deleite, ni lujos ni nada. Muchos están en el medio. Otros, siempre demasiados sin importar cuantos son, están con el dolor de no tener trabajo. Esta es la realidad del trabajo por donde andamos viviendo.
Pues eso es lo que es. La inequidad, la injusticia, la ambición, la soberbia, la acaparación, la ilegalidad, el abuso, el ultraje, la humillación entre otros males, forma parte de nuestra humanidad. Hoy, valdría acordarse de eso bastante. Pero, también lo forma el resto: el esfuerzo que se hace por la equidad, la justicia como tentativa humana de humanizar, la humildad como inevitable en tantas personas, la generosidad como fruto jugoso que sale tantas veces, la solidaridad como forma de encuentro, la legalidad como consenso, la ternura como normativa interna, el trabajo como dignidad irrenunciable.
Así que si, hoy el día del trabajador nos debe hablar de esas cosas simples que nos permiten el lujo de una sonrisa porque lo intentamos con la fuerza que nuestra humanidad nos permite, aquella que no hace daño, sino que nos eleva: hacer lo que hacemos, pensando que ponemos en ello, lo mejor que hay, quizás así, realmente podemos ser parte de, como diría Borges, “los justos” que pueden salvar al mundo.

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