viernes, diciembre 31, 2010

Cosas simples

Desear un feliz año es algo simple. Además hoy parece, muchas veces, sencillito. Internet ha permitido hacerlo con “un solo clik”, como dicen. En esto, tan simple, va una tracalada de cosas, bien revueltas. Así podemos identificar sin mucho esfuerzo: sentimiento, deseos, protocolos, compañerismos, sensiblería, profundidad, cercanía, circunstancia, distancia, ambición y sinceridad. ¿Cómo hacemos para separar esas cosas? Nos podríamos preguntar. Fácil, si recordamos la esencia de las cosas simples. Las cosas simples se las reconoce porque producen felicidad espontanea. Es como una pequeña sorpresa que está dentro de los planes. Es como cuando vas por la calle y ves a esa persona que no pensabas encontrar ese día y la ves, o, por ejemplo, cuando alguien te dice algo lindo porque si. Algo simple está hecho de lo que está al alcance en ese momento.
Las cosas simples son, sin dudas, el combustible más importante que podemos tener porque nos muestra que la felicidad es algo que se puede saborear. Eso sí, sólo si podemos percibir las cosas simples, cosa que a veces nos las perdemos.
Por eso, hoy, un deseo de Feliz Año Nuevo está cocinado con esas cosas simples, las que creen que la felicidad está allí, cerquita. Un feliz Año Nuevo para esas personas que están cerca y para aquellas que, circunstancialmente están en alguna distancia física –la espiritual, esa que nos define holísticamente esfuma la distancia- es un deseo simple y por ello, es, para mí, basado en lo lindo que uno tiene.

jueves, diciembre 30, 2010

Viajes

Viajamos para lo diferente. Un viaje necesariamente nos saca de la rutina, de lo cotidiano, de lo cercano y nos enfrenta, nos confronta, nos acerca a aquello que no está en lo que sentimos como diario. No solo por lo externo sino, ojalá muchas veces, por lo interno. La distancia de eso que es nuestro hábito, nos permite el saborear lo que sentimos, indagarnos sobre lo que creemos y darnos cuenta, en el mejor de los escenarios, donde eludimos a lo que nos hace felices; es posible que podamos, si nos animamos, bucear por las rendijas que nuestro ánimo permiten que se escabullan las buenas oportunidades.
¡Si! viajar es una de esas oportunidades que se nos ofrecen para sentir el peso y/o el valor de la diferencia (a nosotros de sopesar) y con ello sopear la certeza e incertidumbre de nuestros días. No estoy hablando solo de viajes como cosas esotéricas o reflexivas, sino como experiencias vitales de lo cotidiano.
Viajar al Machu Pichu, a Cafayate o a Europa nos ofrece ese abanico de sabores, fragancias y vivencias que pueden nutrir nuestra propia paleta de colores. Así, tal vez, seamos capaces cuando volvamos a nuestra rutina a estar más energizados, creativos y dispuestos para que en nuestro cotidiano podamos construir un poco más de felicidad para uno y para los demás.
Viajemos, en definitiva, saboreando. Pero al hacerlo, recordemos que un viaje siempre lleva implícito un regreso, donde nos espera aquel que los demás creen que somos o aquel que nos obligan a ser y, por ello, el desafío de ser aún mejores que lo que partimos, más cercanos a nuestro propio sueño, convicción y esperanza de ser, siempre, nosotros mismos: plenos, creativos, confiados, asertivos, abiertos y con cierta felicidad constante. Algo sólo válido si podemos compartir.

viernes, diciembre 24, 2010

Navidad

Pocas festividades tienen tanto consenso como navidad. Hay en ello, lejos de creencias y otras cuestiones una idea que estamos más cercas de los demás. La idea de familia, de reunión, de placer y de emoción se conjuga en esas cenas que se organizan, independientes de las muestras de fe, de ateísmo, o de otras cosas que puedan aparecer. Es como si en esas cenas que nos esforzamos en preparar y de saciarnos, haya algo que nos permite ser un poco más cercanos al otro.
El cine nos vendió la idea de un espíritu navideño como algo real que hace que la magia aparezca y, de pronto, nos sintamos con una serena tranquilidad y una noción agradable de paz. Lo cierto es, lo creo realmente, que esa sensación no surge por algo esotérico sino por la capacidad que tenemos los seres humanos de generala cuando la solidaridad aparece como una idea más cotidiana; cuando somos capaces de ver al otro de un modo más cercano no por ser familiar, sino por ser humano y reconocer, por ello, que está hecho del mismo manojo de haces de emociones, de sentidos y de vivencias.
Tal vez por ello, siempre vale la pena celebrar, porque en días como esto, nace, en nosotros ese niño que supimos ser y que siempre anhelamos volver a ser: un ser feliz, en paz y en comunión con lo que nos rodea.

¡Valga esto como un deseo enorme de Felicidad para todos y todas!

Sublime

En nuestra vida siempre podemos tener momentos sublimes. Esos momentos que aparecen y que nos ofrecen la posibilidad concreta de ser felices, plenos y, quizás, de sentirnos emocionalmente plenos.
Un momento sublime es aquel que nos “obliga” a conectarnos con lo mejor que tenemos dentro de uno pero también asumiendo que es un instante. Pero lo efímero, en este caso, no juega en contra, sino que potencia las sensaciones. Lo sublime está asociado, necesariamente, a un estado que nos produce un placer, que nos hace vibrar de algún modo y que nos permite reconciliarnos, si, reconciliarnos, con eso que nos acerca a las sensaciones que por algunas razones, quizás, hemos dejado de percibir en algún momento.
Lo sublime es una oportunidad para nuestro espíritu y es, sin lugar a dudas, los instantes que balizan nuestro andar a la instancia suprema en la que nos sentimos ser parte de algo más, en comunión con alguien, con el aroma de lo que es holístico, universal y, curiosamente, eterno: el saber que el otro está allí, esperando, llegando, pensando, sintiendo, creyendo, viviendo.
Abramos nuestros sentidos para que lo sublime, eso que necesariamente será efímero y de vez en cuando, nos produzca el éxtasis que siempre generan los sentidos dispuestos.

domingo, diciembre 19, 2010

Utilidad de escuchar

Leo: “Las cosas más útiles son las más evidentes, cuando las dice otra persona en cierto tono”1. Me regocijo con el descubrimiento de esta evidencia. Quiero agregar que también depende de la persona que escucha que sea útil. Efectivamente, aún lo evidente dicho en el tono exacto, necesita que nuestro oído –nuestro espíritu, se me antoja- esté dispuesto a escucharlo, a darle el peso de la verdad y la eficacia de lo importante y, por ende, de lo necesario para nuestra realidad.
En estas épocas de balances variados, de grandes promesas, de lamentos difusos, de expectativas pasionales, es bueno, pienso, preocuparnos para intetnar escuchar mejor, a pesar de nuestras diferentes limitaciones.
Eso sí, un detalle importante. Cuando se habla de escuchar, no se está hablando de interpretar al otro. Uno de los defectos más terribles que solemos cometer en las relaciones interpersonales. El creer que el otro dijo esto o aquello y asumir, por medio, de nuestras propios temores, de nuestras propias circunstancias algo que el otro, no quiso decir y, sobre todo, que no sintió.
El hacer que algo nos sea útil de lo que el otro dijo, en el tono adecuado y en el momento cierto para nuestro oído, sólo es válido cuando eso nos sirve porque lo elegimos. Nunca es válido para juzgar al otro, ni para condenarlo, obviamente.
Ojalá, escuchemos más, un poco más, al otro. Tal vez, no tanto con nuestros oídos sino con nuestro ser, que incluye el corazón, pero también el resto de nosostros.

1. ROTH, Philip (2010). Engaño. Buenos Aires: Debolsillo, p. 95.

viernes, diciembre 17, 2010

¿Qué miramos cuando miramos?

Quizás, el descubrimiento social más importante de la humanidad haya sido el darse cuenta que no vemos la realidad de manera objetiva sino que la construimos en base a nuestra percepción. Efectivamente los seres humanos, por su innegable complejidad, hacemos que lo que es, no es, necesariamente, lo que los demás ven. Sin embargo, nuestra visión, es, cuando la necesitamos, prueba irrefutable de objetividad. Este mecanismo hace que podamos construir un mundo a partir de lo que necesitamos, de lo que deseamos, de lo que tememos o de lo que nos protege.
No es que distorsionemos las cosas, sino que le vamos agregando interpretaciones, riquezas o límites en nuestra comprensión de lo que se presenta, valores, palabras, necesidades y todo eso como si fuera una receta que se va haciendo a “ojo de buen cubero”. Es lógico, entonces que lo que veamos sea de una variedad que nos siempre sabemos manejar y por ello, procuramos moldear siempre la realidad con el cristal que tenemos.
Es, sin dudas, una de las formas que tenemos de poder convivir, sobrevivir y superarnos. La forma que podemos comunicar, intercambiar y, sin dudas, intimar. Pero no sería malo pensar, más seguido, que estamos construyendo. Quizás, al hacerlo nos descubramos más sensibles a la diferencia, más dispuesto a la intimidad, más convencidos de la necesidad, más pacientes en el encuentro, más receptivos a la comunicación, más expuestos a la felicidad. Tal vez, sea el camino para poder hacer realidad eso que alguien dijo y que siempre pregonamos: "He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".

miércoles, diciembre 15, 2010

Notas sobre la ternura

Pocas palabras representan tan bien el ingrediente que es necesario para la felicidad como la ternura. Ese sentimiento que nos surge y que nos motiva una sensación de tranquilidad, de relajación, de cercanía, porque no decirlo, de frescura. Es, quizás, el motor de los gestos que tienen que ver con la simplicidad de ofrecer a otro una especie de oasis.
Curiosamente no siempre tiene que ver con la cercanía física. A veces, una palabra simple y espontanea en la distancia, como por ejemplo: te mando un abrazo, o quisiera abrazarte –cuando el otro expresa una sensación de fragilidad- muestran el peso que puede tener esta palabra que sintetiza esa humanidad que ansiamos tanto. Vale decirlo la ternura es lo que se percibe, lo que el otro percibe que hacemos, decimos, pensamos o expresamos. ¡Qué lindo sería que esa percepción siempre vaya acompañada de nuestra intención de ser tiernos/as!
En este fin de año propenso a balances incompletos y promesas que deseamos sinceras, pensemos en las veces que ofrecimos ternura, las veces que el otro la percibió y nos comprometamos, un poco más, a ofrecerla de muchas otras maneras. ¿quién sabe si al hacerlo cambiamos el mundo de alguien y nos acercamos a esos instantes de felicidad que nos fortalece?

sábado, diciembre 11, 2010

El paraíso

La noción de paraíso es parte de nuestra cultura occidental. De cierto modo creemos que existe un espacio donde el mal no nos puede afectar, donde estamos fuera de su esfera y que llegamos por méritos propios luego de variados sacrificios.
El paraíso es un lugar físico, siempre nos imaginamos eso. Un lugar donde el sol, la fuente de la vida esta omnipresente. Donde los colores claros resplandecen. El paraíso es algo que recibiremos pero que está siempre lejano. Ese lugar físico que se asocia a naturaleza, claridad, tranquilidad es también el lugar esencial donde podemos encontrar la paz que nuestro espíritu ansia con casi desesperación. El paraíso es el lugar físico que nos permite expandir nuestra felicidad de modo ilimitado, que nos permite el gozo de sentirnos en libertad y sobre todo que nos hace sentir que el placer siempre esta al alcance de nuestras menos.
Dicen que el infierno debe ser lo contrario, solo por eso de polos opuestos. Donde la infelicidad reina, donde el placer esta oculto y sobre todo prohibido.
Creo que la gran diferencia es una sola, las necesidades satisfechas. Es esa la piedra angular que construye el paraíso y aleja el infierno. Sentir que las necesidades que uno considera esencial están satisfechas. Solo eso da la paz, la tranquilidad y por consecuencia la felicidad de poder disfrutar el espacio donde toca en suerte vivir.
Esta forma de pensar tal vez implique una verdad mas elocuente, el ser humano esta lejos del paraíso simplemente porque aún precisa demasiadas cosas para llegar a el.

El paraíso


La noción de paraíso es parte de nuestra cultura occidental. De cierto modo creemos que existe un espacio donde el mal no nos puede afectar, donde estamos fuera de su esfera y que llegamos por méritos propios luego de variados sacrificios.
El paraíso es un lugar físico, siempre nos imaginamos eso. Es siempre más fácil pensar en lo tangible. Un lugar donde el sol, la fuente de la vida está omnipresente. Donde los colores claros resplandecen y nos estimulan. También, creemos que el paraíso es algo que recibiremos en algún momento, como pensando -esperando- que está siempre lejos. Ese lugar físico que se asocia a naturaleza, claridad, tranquilidad es también el lugar esencial donde podemos encontrar la paz que nuestro espíritu ansia con casi desesperación. El paraíso es el lugar físico que nos permite expandir nuestra felicidad de modo ilimitado, que nos permite el gozo de sentirnos en libertad y sobre todo que nos hace sentir que el placer siempre esta al alcance de nuestras menos.
Dicen que el infierno debe ser lo contrario, sólo por eso de polos opuestos. Donde la infelicidad reina, donde el placer esta oculto y sobre todo prohibido. Donde el amor, no tiene cabida.
Creo que la gran diferencia en este mundo que conocemos es una sola, la que se basa en las necesidades satisfechas. Es esa la piedra angular que construye el paraíso y aleja el infierno y viceversa. Sentir que las necesidades que uno considera esenciales están satisfechas. Solo eso da la paz, la tranquilidad y por consecuencia la felicidad de poder disfrutar el espacio donde toca en suerte vivir.
Esta forma de pensar tal vez implique una verdad mas elocuente, el ser humano esta lejos del paraíso simplemente porque aún precisa demasiadas cosas para llegar a el. El camino a la paz interior siempre está balizado por lo caro que somos capaces de dejar de lado y de lo valioso, nunca pesado, que somos capaces de portar con nosotros. 

El camino hacia ese paraíso, en definitiva, es el constante andar por la vida con lo poco que deberíamos siempre caminar: sentimientos sinceros, acciones cotidianas, palabras sentidas y ese tejidos de vivencias que hilamos con esas personas que son las importantes, vitales y deseadas por nosotros.

viernes, diciembre 03, 2010

Encuentro

Al encontrarnos con alguien el universo nos ofrece una circunstancia irrepetible. Un encuentro, que puede ser tantos otros que vivimos o que viviremos, es, siempre, una oportunidad que nos define. Hablo de cualquier encuentro, pero pensando siempre en uno.
¿Por qué nos encontramos con el otro? Por deseo, por casualidad, por causalidad, no digamos por necesidad. Por sorpresa, por inevitabilidad, por religión, por obligación, por pedido, por exigencia, por lo que fuera. En cada encuentro que tenemos, con las mismas personas o con una persona en especial, lo cierto, es que estamos nosotros mismos frente a ese instante. De cara con nuestra circunstancia vital de ese momento, con el peso de nuestras cosas y la esperanza también que, tal como ritmo circadiano, evoluciona de mil maneras diferentes.
Un encuentro con el otro. Donde fuera y como fuera es más que algo que puede ser profundo o superficial es, sin dudas, la posibilidad que descubramos un poco más de nosotros, un poco más del peso de nuestros sentimientos, miedos, intenciones, expectativas, virtudes, deseos y miserias.
Cada encuentro puede ser la ocasión que nos insufla el aire que, a veces, nos permite respirar, en este mundo. En el fondo, nunca sabemos, cual aleteo de cual mariposa que nos encontraremos, sea la que hará que todo, absolutamente todo, adquiera el sentido que deseamos.

martes, noviembre 23, 2010

Collage

Hoy fui feliz. Un momento, porque nunca es más que un momento. Luego, pensé que la difícil tarea de obtener momentos de felicidad es parte de nuestra humanidad.
Sé que, generalmente, no somos felices el tiempo todo. Vamos descubriendo, construyendo, sorprendiéndonos, acercándonos –a veces, lamentablemente, también huyendo- de momentos de felicidad. Esos pequeños instantes –que pueden durar mucho- en los que nuestro universo nos permite la alegría. Allí pensé que la felicidad, tal vez, sea aprender a saborearlos, compartirlos, vivirlos lo más plenamente posible.
Si uno recuerda esos momentos podrá hacer su propio collage de felicidad. Ese que nos permite abrigarnos, sentirlo y, sin dudas, es fundamental, para ofrecer a los demás un poco de felicidad. Un collage que tiene sentido para uno mismo, principalmente. Un excelente collage es el mejor, es decir, aquel que tiene colores, texturas, materiales y formas diferentes. La felicidad, seguramente, se asemeja a eso y por ello, sería lindo pensarla como un caleidoscopio, aún compartiéndolo cada uno verá una imagen propia que deberá encender las sonrisas.
Hagamos nuestro propio collage y dejemos que los demás también lo hagan y por ello no retaceemos nunca el ser ese color, esa textura, esa forma, ese material que permite que otro sea un poco feliz, un poco más, un poco mejor.

jueves, noviembre 18, 2010

¿Cómo estás? ¡Bien! o ¿te digo la verdad?

El ¿cómo estás? es, quizás, una de las preguntas más tremendas, simples y controversiales que los seres humanos hacemos. En esas dos palabras se entrecruzan, con igual valor, el protocolo, la profundidad de la intimidad y el desafío esencial del otro como testigo. La pregunta simple y elemental, es, en ocasiones, una de esas pruebas de fuego que tienen los humanos. ¿Qué contesto?, ¿A quien le contesto?, ¿Desde qué lugar le contesto? ¿Reduzco mi estado al momento del encuentro?, ¿Respondo por mi vida o por un periodo de tiempo reciente?, ¿contamos generalidades o decimos lo que nunca contamos?, ¿hablamos de una rutinaria actividad que realizamos?, ¿Caemos en sentidos comunes, en lugares comunes? ¿En qué posición nos ponemos para responder eso y para preguntarlo?
Contestar "bien" (o sus variantes) es, sin dudas, el atajo que mejor nos funciona. Nos permite elegir a quien contar nuestros pesares, si los hubiera. Reconocer a los testigos preferenciales que pensamos pueden ser útiles. Pero también, el decir "bien", es quizás, en ocasiones, la ofrenda que podemos ofrecer a quien nos pide esa fortaleza. Porque lo digamos, también, a veces preguntamos como plegaria para que el otro, responda un "bien" corto y sincero y me "habilite" a contar como uno esta. 
Decir bien, cuando no estamos no es, necesariamente, una mentira. Es abonar la idea que las palabras sólo dicen un poco de lo que sentimos y el resto, el otro, debemos sentirlo un poco mucho.
En el fondo. Responder así, tal vez pueda ser una profecía auto-cumplida. De tanto decirlo nos haga encontrarnos en la encrucijada de tener que ser coherentes con nuestro enunciado. Y, valga decirlo, también es una prueba eficaz para probarnos que hay personas que nos interesa nuestro bienestar y también se preocupan por nuestro malestar, aunque queramos ocultarlo

Testigos

No vivimos solos. Nuestra vida está llena de testigos. Voluntarios o involuntarios; constantes o circunstanciales; deseados e indeseados; reales o ficticios; conscientes o inconscientes; verdaderos o falsos; amados u odiados. La vida exige testigos. Personas que nos miran, escuchan, sienten, experimentan, disfrutan, sufren y un largo abanico de acciones y sentimientos que surgen de ese encuentro.
A veces, elegimos a nuestros testigos. Lo hacemos por la convicción de un sentimiento. Por la creencia que serán valedores de nuestra vida y que nos permiten, de un modo u otro, hacer de nuestra identidad una construcción segura, una forma de ser y de pretender. Un testigo es, quien nos hace humanos.
Dentro de ellos, están aquellos que son especiales, importantes, imprescindibles. Aquellos que nos facilitan el juicio que hacemos sobre nosotros mismos. Aquellos que hacen que nuestra vida merezca la vida ser compartida, contada, relatada, vivida. Sin ellos, nada tiene importancia.
Testigos de nuestra vida, testigos de otras vidas. Hay en esto, quizás, algo de lo que nos hace un poco mejores, un poco más vitales, un poco más felices.

martes, noviembre 02, 2010

Aparentar: ¿la clave, la verdad, la necesidad, el calvario?

Aparentar es una palabra que parece repulsiva. Es casi lo contrario a lo que la sociedad quiere. Aparentar es mentir, según parece, y de la peor manera, puesto que nadie es capaz de asumir tan abiertamente este hecho. Sin embargo, la sociedad funciona por apariencias. Toda la maquinaria que envuelve el andar cotidiano está llena de apariencias. Creo, que en realidad a los seres humanos nos gusta la apariencia. Podemos decir que no –eso lo permiten las apariencias- mientras aparentamos que lo que decimos es lo que realmente somos. Un poco como todos lo hacemos, entonces, “mal de todos, consuelo de tontos”. Jugá a ser mientras respetes las reglas. Sé cristiano, en apariencia, y nadie te cuestionará lo que haces. Sé democrático, sé académico, sé profesional, sé humilde, sé progresistas, sé tolerante, sé bueno; sé eso que esperamos. La indicación es, en definitiva: cumplí estrictamente las reglas, los rituales, los pactos, las normas sociales y después hace lo que se antoja. Sólo quiero la apariencia. Como vuelto me quedo con el poder decir que no importa la apariencia, que lo que importa es lo uno tiene adentro y todo esas cosas que hacen que uno se sienta tranquilo con su propia conciencia.
Aparentar. Es más que una opción es una forma de hacer que todo funcione mejor. Ya habrá tiempo de hacer que seamos como aparentamos. ¿Podemos hacerlo mejor? Sí, pero lo haremos después, seguramente, ahora dejemos las cosas como están. Después de todo, la humanidad se ha mantenido así desde siempre, ¿No?

lunes, octubre 18, 2010

Aprender…eso que hacemos menos de lo que pensamos

Hay una frase que se utiliza con frecuencia en ambientes donde docentes se convierten en estudiantes nuevamente –cursos, seminarios, posgrados, etc.-: siempre se puede aprender! Una frase que parece ser una invocación mágica de humildad. Se la expresa con una aparente convicción que hace que nos sintamos en presencia de personas abiertas, dúctiles y dispuestas a lo nuevo. Sin embargo, lo cierto que pasa es que somos bastantes reacios, muchas veces, a aprender algo que nos moviliza las estructuras ya admitidas como ciertas. Las personas con los años están mejor predispuestas a aprender algo nuevo que no agite sus pensamientos, ni sus dogmas –sean estos cuales fueran- que aprender algo que los obligue a cuestionar su mentada experiencia, sus certezas asumidas y sus supuestas fortalezas.
Aprender es un proceso que podemos realizarlo siempre, hablando desde el punto de vista neurológico. La neurobiología lo probó con mucha exactitud: sin mediar problemas biológicos, podemos aprender nuevas cosas, no hay impedimentos que limiten porque si ese aprendizaje. Pero aprender es sociabilizar, allí la neurobiología no interviene directamente. El mediador es nuestra capacidad de aceptar lo diferente, de aceitar nuestras rigideces y ser críticos con nuestras posturas. Allí, es donde el aprendizaje se hace mucho más lento, más complicado, más limitado. Allí, es donde interviene con más facilidad el discurso (“siempre se puede aprender”) y la simpatía (generalmente disfrazada de humildad rancia) y menos la convicción que estamos a tiempo, siempre, de aprender algo mejor de lo que sabemos, quizás.
¿Estamos dispuestos a aprender? seria la pregunta esencial para empezar algo nuevo. Antes de responder comprendamos que aprender puede, inevitablemente, hacernos rever nuestra vida. Eso es aprendizaje.

La necedad como precisión

El diccionario nos dice que necio, cia. (Del lat. nescĭus) es: 1] adj. Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber. U. t. c. s. 2] adj. Imprudente o falto de razón. U. t. c. s. 3] adj. Terco y porfiado en lo que hace o dice. U. t. c. s. 4] adj. Dicho de una cosa: Ejecutada con ignorancia, imprudencia o presunción.
No hay palabra que más retrate el accionar de ciertas personas que nos rodean y hasta de uno mismo en ocasiones. Sin embargo, no se la usa con la misma precisión quirúrgica que tiene, dado que posee una carga de agresividad que preferimos no utilizar tan frecuentemente. Sin embargo, la necedad aparece como una constante a nuestro alrededor. Recordemos que esta no define un estado, a priori, sino una situación. Alguien es necio en esto o aquello. No obstante, si la usamos sellamos a la persona, dentro de este mundo que la herramienta del lenguaje ha perdido mucho del valor que tiene.
¿Ahora bien, como llamamos a las personas que actúan de manera imprudente o con falta de razón? Si alguien es ignorante y no sabe lo que podía o debía saber, ¿qué apelativo debemos utilizar? ¿Qué decir si una persona es terca y porfiada en lo que hace o dice, ¿Cómo la debemos calificar por ello?
Si alguien insiste con ciertos comportamientos a pesar de los argumentos en contra está siendo necia. El problema es que la necedad, tal como la expresa el diccionario, está siendo un hábito común en nuestra sociedad. Algo que se ha convertido en el lastre que nos impide avanzar, crear, construir y desarrollarnos. Nada está más rayano con la involución social que esta actitud hoy, lamentablemente, tan cotidiana.
¿Estamos capacitados para revertir esto? Sólo si lo pensamos seriamente es la respuesta. A nosotros de decidir si construimos aún un poco más nuestra humanidad.

viernes, agosto 27, 2010

La crítica: desde la ideal a la real


El diccionario de la Real Academia Española da como octava definición de Crítica la siguiente: Examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc. En esto existe, parece ser un consenso. Una crítica es un juicio sobre algo o alguien. Una crítica evalúa. Una crítica juzga. Una crítica afecta. Una crítica nos afecta.
Esta evidencia nos enfrenta siempre a muchos límites, potencialmente. Pero bien, pensemos en esa crítica. Se le puede asignar muchas adjetivaciones a una crítica –buenas, destructivas, apropiadas, imprevistas, necesarias, etc.-. Adjetivaciones que en realidad procuran dividir las mismas, como una suerte de clasificación. Creo, que la clasificación principal que debemos hacer es si la crítica es buena o mala. Es decir si el juicio emitido puede ser utilizado para ver lo que está errado, equivocado, mal en lo hecho y, por consiguiente, si puede ser resuelto de algún modo. Esta es la clasificación que llamaremos “objetiva” de las críticas. No porque creamos que es posible ser objetivos, sino porque es el modo que pretendemos presentar más limpio el concepto de crítica. Como si al aceptar que una de las mismas es buena, per se, o mala per se, nos permite posicionarnos desde otra perspectiva.
Las otras formas de clasificar a una crítica, están en el terreno de la subjetividad. No implica esto que sea una manera de menospreciar la misma, sino de plantear que puede oscilar en función de nuestro propio clima emocional. Así, una crítica puede ser: con ánimo destructor o constructivo; pertinente o impertinente; autorizadas o desautorizadas; solicitadas o imprevistas; necesarias o innecesarias; apropiadas o inapropiadas.
Toda crítica, como podemos sospechar, puede soportar una variedad de clasificaciones al mismo tiempo. Es decir, que no existe nada que establezca una correlación directa entre: persona adecuada, momento específico y crítica fundada o lo contrario, salvo en nuestra propia subjetividad. Sin embargo, la primera clasificación debería ser la más importante. Si la crítica es buena o mala. Si muestra en su juicio los puntos donde la dificultad es clara e indiscutible. Aprovecharla dependerá de nuestras capacidades. Las adjetivaciones que utilicemos para usarlas o desecharlas marcan nuestra limitación y no la de la crítica.
Que las buenas críticas nos lleguen en el momento justo, que la haga la persona adecuada, que nos la haga con la calidez necesaria. Sí, todos y todas quisiéramos eso. Pero sabemos que lo que hay es algo bastante diferente en el día a día. ¿Qué hacer? Descartar todas las críticas que no sean así o fortalecer nuestra estima y aprovecharlas si son buenas. Quizás eso, haga que las críticas mejoren. Está en nuestras manos. Así de simple. Así de complejo.

jueves, agosto 19, 2010

Valores universales: ¿una trampa?

¿Es posible hablar de valores universales? En esta pregunta es donde surge la verdadera cuestión de fondo del ser humano. Un valor universal sería una opción que el ser humano toma frente a otras opciones y que está incluida en su naturaleza. Es decir, que todas las culturas de la humanidad (de forma diacrónica y sincrónica) eligen cierto valor como un punto de referencia común para ser humanos.
Un valor es aquello por lo que se estima a algo o alguien. Siempre son polarizados, es decir, positivos o negativos y, además, jerarquizados. Lo que define un valor, por lo tanto es alguien. Esto es para uno o para muchos. Se pueden definir como “principios éticos con respecto a los cuales las personas sienten un fuerte compromiso emocional y que emplean para juzgar las conductas”.
Lo universal, por su parte, refiere a todo los seres humanos que habitan la tierra (universal geográfico) y también se puede considerar a todos los habitaron en todo el tiempo que existe la humanidad (universal geográfico e histórico). Pensando esto se puede afirmar sin dudarlo que todos y todas las personas que habitan, habitaron y habitaran la tierra definen, aceptan y viven valores. Es decir que tener valores es universal. Esta afirmación tiene una claridad que no se opone a uno de los principios que definen la forma de comprender hoy el futuro: la diversidad.
Ahora bien, hay algo más que una sutileza en decir que hay valores universales. Esto quisiera decir que, todos los seres humanos que habitan y habitaron la tierra tienen un valor o varios que, entiende lo mismo, lo consideran jerárquicamente como indispensable y, lo más importante, ese o esos valores incluyen los mismos elementos para todos y todas. Esto, es sin dudas, un imposible. Las autoridades, y los funcionales para la autoridad, a veces quieren imponer la panacea del valor universal. Eso, creo, es una trampa.
A pesar nuestro la historia nos muestra que la humanidad nunca tomo un valor como universal, salvo en la declamación. Tal vez porque lo que se llamo como valor universal siempre fueron palabras polisémicas y que tenían matices que hacían que hasta dos opuestos puedan ser considerados como manifestación férrea de un valor: así, hasta se hizo la guerra por la paz. El ser humano intentó, eso sí, defender lo que consideraba un valor que podía reconocerse en más personas. Eso nos hace preguntarnos: ¿Un valor universal es una expresión de deseo ingenua o un llamado a la esperanza?
Estoy seguro que la respuesta no es universal. Para algunos es una forma de expresión de deseo ingenua, infantil: el ser humano quiere ser bueno. Para otros, un llamado de esperanza, en la medida que comprendamos que son un rumbo y por lo tanto siempre puede rectificarse un poco más, un poco mejor.
¿Sirve hablar de valores universales? Creo que no, porque hablar de valores universales nos impide ver los matices donde nos movemos; impide crecer en la diversidad; impide ver los tipos de violencia simbólica presentes; impide, sobre todo, afinar nuestros diagnósticos para darles a los demás un poco más, un poco mejor, cada día. Sólo se puede avanzar en la construcción de algo mejor, cuando nos esmeramos en saber que estamos en el camino, no en la llegada.
Procurar la diversidad como fuente de riqueza, va en contra de una idea universal univoca. Creer que todos podemos buscar consensos para hacer que, por ejemplo, el ser humano sea feliz sin hacer daño a sus congéneres, necesita aún mucho más trabajo que la simple declamación de creer que eso es un valor universal, aunque, no lo negamos, pueda ser una ambición de muchos y de muchas.
Es hora de descartar los falsos optimismos, los que se basan en la ingenuidad infantil. Para ello es hora de ser un poco más niños, que implica, cuestionarse un poco más, buscar al otro y, sobre todo, comprender que somos humanos, no dioses.

domingo, julio 18, 2010

Niveles de escritura y de lectura

Daniel Cassany dice que hay tres niveles de escritura y de lectura de un texto: el de las líneas, el de las entre líneas y aquel del detrás de las líneas. Según esto se puede decir que lo primero es leer el significado literal, lo segundo los dobles sentidos del autor y lo tercero es definir la ideología que mueve esa pluma. Dejando claro en primer lugar, que es una metáfora lo que utiliza y, en segundo lugar, que es factible que los niveles se entremezclen, el mencionado autor insiste en la necesidad de leer los textos en estos tres niveles. En función de ello podríamos decir que existen 6 niveles en un texto –tres del autor y tres del lector, y estos, a su vez, se multiplican por un número finito de lectores posibles-.
Pero es menester comprender que no necesariamente están presentes los seis niveles al mismo tiempo ni tampoco que existe una correlación estricta entre los mismos. Es decir, yo puedo escribir en las líneas y nada más y el otro leer entre líneas y del detrás de líneas. Podrán decir que siempre están los tres niveles. Sin embargo, aparte de haberlas tiene que existir una cierta intencionalidad. Esto es muy evidente en el segundo nivel. Ver un doble sentido no implica que yo, cuando lo escriba lo haya hecho adrede, es más es posible que yo pueda no reconocer la ironía evidente para el otro en mi texto. Sí, hay escritores ingenuos y otros que no son tan leídos como para poner referencias que ignora a textos que los lectores han leído.
¿Qué implica esto? O, mejor preguntado ¿A qué viene este cuento? Creo que muchas veces interpretamos libremente los niveles del texto. Lo hacemos de la manera más ingenua o más perversa, atribuyéndole al autor conceptos y sentidos que nunca puso. Porque es importante recordar que al leer estamos interpretando y poniendo en juego nuestra parte. Aún coincidiendo con el autor, somos nosotros quienes interpretamos. De cierto modo, podemos decir, que al leer un texto, podemos estar re-escribiéndolo, metafóricamente.
Asumamos que al hacerlo podemos hacerlo bien o, tal vez, hacerlo mal. Hacerlo mal no por culpa del autor del texto, sino por nosotros mismos. No somos inocentes en la lectura, ni simplemente un traductor on-line de la intención del autor. Ponemos para hacerlo nuestro conocimiento, nuestra experiencia como lector, pero también nuestro sesgo, nuestra limitación y nuestras propias intencionalidades –léase miedos, angustias, preocupaciones, ansiedades y lo positivos, sueños, expectativas, deseos y alivios-. O, para sintetizar más nuestra propia ideología.
Existe debate sobre las ideas precisamente porque leemos de este modo. Sino todo sería sencillo. Es más hasta que varios coincidan en leer algo de cierto modo no garantiza que así sea. Hasta aquí todo bien, es algo que es lo habitual. El problema es que no seamos sinceros con una cosa. Al leer, reescribimos, pero al hacer esto último: ¿somos conscientes que estamos siendo o ingenuos o verdugos con ese escritor al endilgarle nuestras propias limitaciones?
Cassany acierta cuando dice que “todos tenemos que leer y comprender para ejercer nuestros derechos y deberes”. Agrego que tenemos, también, que comprender que al leer nos convertimos en potenciales jueces, traductores y reproductores de los que escriben. Creernos en la posición superior de ser los verdaderos exegetas de lo que está oculto en lo que el otro dice en las páginas es un riesgo, una amenaza y, a veces, un delirio. Pensar así, quizás, nos haga más responsables con la interpretación. Esto quizás, nos permita más el encuentro con el otro y, por lo tanto, la producción de más humanidad.

lunes, julio 12, 2010

Guerra … las palabras y su peso

Las palabras tienen peso por si mismo. Por más que tengan diferentes significados suelen ser escuchadas y sentidas con uno sólo de aquellos. Guerra no habla, para todos y todas, simplemente de una discordia (como sería su etimología) ni tampoco de la simple “Lucha o combate, aunque sea en sentido moral (cuarta definición del Diccionario Español). Guerra es una palabra que implica, para la mayoría, combate, enemigos, enfrentamiento violento y siempre un tendal de víctimas inocentes. Utilizar guerra para un enfrentamiento de ideas no tan solo es un error, es un desatino, por lo menos. Sí, es una locura. Si eso se hace con cierta claridad intelectual deja de ser un error para convertirse en un acto perverso o, simplemente con malas intenciones.
Nuestra sociedad vive situaciones de muchas complicaciones donde el sustrato de las mismas se hunden en la negligencia –la desidia en este caso es una estrategia de la negligencia- para evitar la corrupción, la constante impunidad del poder de turno –el poder parece ser que se basa en la ostentación de la impunidad-, la evidente característica de ser juez y parte en la clase política –ellos deciden sus propios beneficios: económicos, de prescripción de sus delitos, de los casos en que es válido sus eximiciones de obligaciones -, la constante sumisión de la gente –por sus, a veces, excesivas necesidades- al humor, interés y manipulación de los que están arriba y la falta de independencia –total o parcial- de quienes deben estar a cargo de los controles. Esta lucha contra la desigualdad social, contra todo tipo de abuso es, hoy la madre de todas las luchas Es más, si hay que utilizar alguna vez la palabra guerra sería para el actuar contra esto. Eso sí Nunca jamás esto debe implicar ningún tipo de armas, agresión o violencia. Nunca una guerra en el sentido que entendemos porque es obvio que ello implica castigar a inocentes, débiles y proteger a quienes ostentan el poder.
Por ello digo que el matrimonio homosexual o la unión civil de personas del mismo sexo no es motivo de ninguna guerra sino de una ley que permita que todos y todas tengamos los mismos derechos con deberes ad-hoc (quizás la solución sea llamar a todos y todas uniones civiles y dejar la palabrita matrimonio para los que decidan usar algún culto, que todos y todas tienen derecho a procurar). Esto me recuerda algo fundamental a conseguir: el estado debe ser laico. Es hoy una obligación, una necesidad, un deber. Quizás con gente creyente y con una firmeza de fe, pero laico sin lugar a dudas.
Dejemos nuestros “combates” para las cosas que necesitamos. Dejemos nuestras “guerras” para hacer prosperar nuestra patria chica, que es, quizás la única que es válida
11 de julio de 2010.

jueves, junio 24, 2010

Crisis

Es necio no darse cuenta que las crisis son inevitables en muchas de las situaciones que nos tocan vivir. Es parte del vivir, sin dudas. Todos pasamos por ellas alguna o varias veces durante la vida. Son la sal de la vida, por llamarla de algún modo; pero también el suplicio y el castigo que debemos soportar muchas veces. Crisis que van y vienen por las razones más diversas y por los estímulos más profundos o más insignificantes. Cada cual elije cual será el punto que hará estallar la crisis más profunda, la más reveladora, la más intensa, la más trascendente, la más inocua, la más estúpida, entre las muchas que pueden surgir.
Crisis que aparecen cuando uno no se lo imagina y que sacude lo que existe, con sus fortalezas, con sus debilidades, con sus interrogantes y los deja desnudos de ciertos ropajes y mal maquillados en muchos casos. Las crisis no descubren verdades, lo que hacen es movilizar lo que existe y por lo tanto nuevas tumbas o antiguos tesoros se revelan, a veces de forma aleatoria, otras de manera inevitable.
Toda crisis implica conflicto. Sea con uno mismo o con los demás. Necesariamente es un grito que nos atropella desde adentro y se vomita afuera, muchas veces. Como si fuera lava, ella busca intersticios para salir y descargar las entrañas quemantes que nos dice que algo no es más como era.
¡Bienvenidas sean las crisis!, se debería pensar. Porque si son resueltas implican un paso adelante, un nuevo andar, una forma de ser novedosa para lo que había. Pero, lo cierto es que le tenemos tanto temor porque su aparición nos significa la destrucción, la agonía, la angustia y su presencia nos parece el signo inevitable de nuestra decadencia.

viernes, mayo 28, 2010

La mediocridad, nuevamente

Los grupos humanos organizados –sean gobiernos, universidades, colegios, instituciones- que son mediocres están basados en una suerte de lotería de talentos. Sin dudas, juegan a los dados con las posibilidades de crecimiento. La selección del personal depende de una serie de factores asociados a variables inespecíficas a la tarea que se hilvanan con alguna característica pero que se decide por temas como padrinazgo político, simpatía con las autoridades, presiones sociales, vacios que se llenan porque nadie quiere tomarlos, etc. Así las personas llegan a lugares sin otro mérito que el azar.
Antes que sientan que estoy afectando –injuriando- el honor de quienes son altamente capacitados, permítanme una aclaración. No estoy cuestionando la capacidad de quienes están en el puesto que sea –rector, legislador, gerente o lo que fuera- sino que la llegada al mismo se produce por un fenómeno discrecional que depende de fuerzas, llamemos para simplificar, políticas como la variable que sirve para elegir entre dos capaces. Eso sí, después de llegar por ventura de circunstancias favorables sus capacidades pueden desarrollarse o engalanarse o, simplemente, no ser cuestionadas. Así se transforman en la referencia y son escuchadas como tal, por más que su discurso sea vacio, lleno de errores conceptuales en el tema, algo que debería ser impropio en los especialistas del tema en cuestión. En otras palabras, se pueden construir edificios académicos, de gestión o de valoración social que pueden estar basados en falacias que no son capaces de ser cuestionadas.
Si, algunos pueden decir que llegan por concurso. Pero no olvidemos que los concursos también tienen una parte subjetiva que hace el encargado del concurso que no siempre está capacitado en el tema. Sin contar, por ejemplo en la universidad, los que son designados por contratos y que luego de un tiempo, donde ya avanzaron más que sus posibles contrincantes, el concurso funciona para validar a lo que la circunstancia fortuita le permitió acceder.
La mediocridad como norma se basa en ese sistema aleatorio. Si, en ella también hay sobresalientes, inteligentes, capaces y hasta genios. Mi planteo no va por ellos, sino por el hecho que depende tanto de golpes de suertes que se pierde mucho capital humano.
Sólo en la medida que seamos capaces de cuestionar seriamente las bases sobre las cuales tejemos la construcción del conocimiento, la gestión de la cosa pública, la búsqueda del bien común y reduzcamos las cuestiones aleatorias –como la influencia del padrinazgo político, por citar la más evidente, clara y contundente- podremos aspirar a ser una sociedad un poco mejor, un poco más brillante.

viernes, 28 de mayo de 2010

lunes, mayo 03, 2010

La violencia

Siglo XXI. Los cambios aparecen por doquier si comparamos con otras épocas. Hemos avanzado, aunque no logramos superar los que nos hace daño como humanidad: seguimos ejerciendo la violencia contra el otro –muchas veces- porque se nos da la gana, simplemente. Una violencia que va de la física hasta la simbólica. Lo hacemos porque no podemos evitarla (¿no queremos, no sabemos, no nos importa? Son los temas que quedan en el tintero).
Lo cierto que estamos convencidos que no existe otra forma que más nos descalifica como seres humanos que la violencia ejercida contra el otro. Sin embargo ella surge una y otra vez inevitablemente. La perfeccionamos, luchamos contra ella, pulimos leyes para reducirla, nos capacitamos para tener herramientas, la denunciamos, la castigamos, la investigamos. Pero ella vuelve a estar omnipresente en nuestra humanidad. Como si fuera una parte inviolable de nuestra humanidad. Hagamos lo que hagamos, ella estará presente: conquistemos los cielos, la tierra, venzamos a las enfermedades, limitemos las injusticias, promovamos los DDHH, alcancemos mayores cuotas de felicidad, construyamos bastiones casi inexpugnables para hacerle frente, desarrollemos discursos sólidos sobre su inutilidad. En cualquier caso encontrará las rendijas por donde colarse y decir presente.
Parece que es la medida de nuestros límites. O tal vez, la exigencia de nuestra humanidad. Luchar contra ella. En esta confrontación está clara la exigencia: contra la violencia, rendirse jamás.

Lunes, 03 de mayo de 2010

sábado, enero 23, 2010

¿Sueño estúpidamente real?


Tuve un extraño sueño. Soñé que me ofrecían un trabajo de muchísima responsabilidad. Ser miembro de uno de los pilares que sostenía el funcionamiento de un estado y por ende que ayudaba a la sociedad. Accedía a él sin ningún tipo de prueba de condición necesaria. Al entrar recibiría un salario alto, altísimo. Esto también incluía obtener muchos beneficios, llamados secundarios. De entrada ya podía saber que mi jubilación sería buena, excelente para ser un poco más exacto. Estaba completamente consciente que aún siendo totalmente incompetente para el cargo iba a poder mantenerme cuatro años como mínimo. Firmaba implícitamente una cláusula que me permitía poder usufructuar todos los beneficios amplios que tenía a cambio de nada. Es decir no era imprescindible ni hablar, ni escribir, ni pensar, ni crear, ni producir, ni estar. Alcanzaba con levantar la mano cada tanto y siempre en función de lo que los demás, la mayoría, mostraban como la opción mejor, más allá de mis posibles razonamientos o inquietudes. Hasta podía darme el lujo –si tenía problemas éticos- de tener alguien – o alguienes- que piensen, escriban, creen y produzcan por mí. Esto contenía, obviamente, que yo podía usarlos y sacarles provecho, hasta negando su participación. Encima, por razones de lógica mayor, estaba al tanto que esas personas que iban a trabajar por mi las iba a pagar mi empleador sin cuestionarme la elección, ni el parentesco. Antes de despertarme también supe que mi trabajo tenía tres meses oficiales de vacaciones en el verano, donde mejor se aprovechan si uno dispone de recursos. Eso, obviamente, sin quitarte los días de licencia que puedes usar casi indiscriminadamente el resto del tiempo. Por supuesto, podía hacer distinto, hasta trabajar personalmente en todo y cada una de las cuestiones. Podía dejar la piel pero eso era una decisión que, en realidad, el subrogante de mi empleador real me dejaba a mi propio criterio. Eso sí dejando expresamente claro que hacerlo o no hacerlo no comprometía mi permanencia de cuatro años, los beneficios múltiples, la jubilación de privilegio y algunas que otras gangas.

Así, en mi sueño fui elegido parlamentario. No por el pueblo, que no me conocía, sino por alguien que me puso en una lista con un logo muy popular.
Después desperté. Mi lugar ya estaba ocupado por otros que tenían lo mismo que mi sueño y era simplemente aceptable porque eran las reglas del juego. Cualquier parecido con la realidad quizás sea circunstancial.

Se me viene a la cabeza una frase de Shakespeare en Hamlet "Algo está podrido en el estado de Dinamarca"; Una asociación demasiada libre. Debería consultar con un terapeuta.

Sábado, 23 de enero de 2010

jueves, enero 21, 2010

¿Qué es la mediocridad?

La mediocridad, dice el diccionario, es la calidad de mediocre. Esto, a su vez, dice que es aquello de calidad media. Sin embargo, la palabra tiene un peso social que va más allá de esta simple definición. Es, sin dudas, un calificativo muy fuerte que conlleva una sensación negativa. Nadie quiere ser un mediocre, menos reconocerlo y aún menos que alguien nos endilgue ese epíteto. Pero, entonces, ¿qué es la mediocridad? La definiría como la intención y/o el esfuerzo de menoscabar, reducir, limitar o eliminar, por cualquier medio, las posibilidades de otra persona a partir de saber, creer o percibir que sus restricciones son el máximo permitido. No dejar hacer para que de este modo nadie parezca superior a uno.Jueves, 21 de enero de 2010

Como vemos la persona mediocre actúa o pretende hacerlo sobre algún otro en función de no permitirle el crecimiento. A partir de esta idea que propongo surge un corolario: el máximo estado de mediocridad sería la utilización concreta de los recursos disponibles contra alguien que tenga la posibilidad de superarme. Pero esto nos obliga a hacer una distinción suplementaria. De un lado, el ser mediocre ante alguien que es claramente superior en el campo en que me desarrollo, podríamos decir es lógico (que nadie vea en esto una aceptación, ni una justificación, ni una disculpa. Seguirá siendo una actitud mezquina de espíritu, motivada por la vileza y protegida por algún tipo de poder). Es fruto de lo terrible que es, para algunos, verse superado. Del otro lado, la que considero peor; aquella mediocridad que surge ante la posibilidad. Es decir, no sé si el otro o la otra son mejores, pero por las dudas voy a impedirle que lo haga. Es, creo, un estado de reducción a la pobreza espiritual, al entorpecimiento del desarrollo, en definitiva, un esfuerzo por impedir que nuestra evolución continúe.
Para dejar de ser mediocre no importa ser los mejores, sino comprender que siempre habrá alguien que pueda hacerlo mejor. Por ello, el antídoto para la mediocridad es aprender de quienes son capaces de mejorar lo que vivimos. Buscar la forma de fomentar a quienes tienen mejores capacidades que las nuestras. Al hacerlo, sin dudas, crecemos. Esto es la apertura al acto humano que más nos puede hacer trascender: reconocer al otro/a y al hacerlo avanzar.


martes, enero 19, 2010

La medida del mal menor

Escucho con preocupación –a veces con estupor- a los que consideran como irremediable el aceptar que un mal menor es lo mejor en nuestra época actual. Que se debe claudicar de cualquier utopía social y política cuando hemos conseguido el punto de algo no tan malo, quizás un poco bueno. De ese modo parece ser que lo insalvable del mundo esta atado a esa frase resumen: Si, roba pero hace. Al escucharla me parece que hemos sido despojados –¿mutilados?- de toda esperanza de cambio. Puedo, sin dudas, seguir el razonamiento de los que encuentran válido un mínimo necesario imaginando con ello el pequeño paso para el avance. Pero no me pidan que lo acepte sin más.
Estas personas suelen dividir al mundo entre lo blanco y lo negro. Tienen claro su enemigo y a él ni piedad ni consideración. A sus aliados perdón y redención por cualquier atropello. Se olvidan sistemáticamente que el abuso de poder es abuso de poder sea de izquierda o de derecha. No sirve como argumento válido que el vecino o el antecesor haya hecho peor. Esto obviamente no va en contra de saber que existen niveles de gravedad. Evidentemente que hay distintos tipos de abusos y que por ello no resisten comparación. Pero hay cosas que son límites que no debemos permitirnos ultrapasar. Una ideología que tenga que matar algún inocente para defenderse necesita rendir cuenta de ello, aunque comulguemos con esa ideología. No se puede tolerar como nivel válido el quitar algún derecho inherente a alguien por el solo capricho de una ideología, por más que sea mejor que la otra, la cruel y sanguinaria de los enemigos.
Puedo entender que existan momentos cruciales que hacen que la lucha exija sacrificios constantes. Pero dejemos de joder de una vez: ¿Por qué los sacrificios son para los débiles, los inocentes, los que no opinan, los que son manipulados, para los pobres, para los desahuciados, para los necesitados? Un mal es menor, parece ser, cuando toca al otro y no a uno. Ley pareja no es rigurosa, dicen. Pero también que hecha la ley, hecha la trampa. Lo curioso que siempre es rigurosa para los de abajo y la trampa favorece siempre para los de arriba. ¿No sería hora de revisar nuestras premisas?
Mientras la ley no favorezca la independencia de los derechos estaremos lejos de una sociedad deseable. Es hora de aspirar a una ley que garantice que los derechos sean inherentes a uno y no dependientes del poder de turno y, sobre todo, de no molestarlo. Una ley que sea despiadada con los que usan la riqueza de todos para sus lujos dando limosnas para los de abajo –limosnas aunque sean un poco más abundantes que las que el último les dio-. Una ley que garantice que aún disintiendo completamente con el poder uno tenga derechos que deban ser respetados, valorados y ensalzados. Hoy estamos lejos de eso. Mientras no lo veamos, el cambio se demora más, favoreciendo a pocos y perjudicando a muchos. Verlo es más que un anhelo, es una obligación.

martes, 19 de enero de 2010

lunes, enero 04, 2010

Ser hereje: ¿probable? Blasfemo: ¡nunca!

Si me guío por el diccionario blasfemo es quien dice blasfemias. Estas, a su vez, son “palabra injuriosas contra Dios, la Virgen o los santos. Mientras que el hereje es una “persona que niega alguno de los dogmas establecidos por una religión”. Si uno se pone a ver podríamos decir que será Dios, la Virgen o los santos quien deberían determinar que algo sea injurioso. Los demás son “harina de otro costal”. O sea que sus comentarios son interesante, quizás, pero no válidos para definir la blasfemia. Además, si tenemos en cuenta que uno se imagina a Dios como alguien que es misericordioso y que además ve lo que los demás no ven (antes y después y todo la parafernalia de opciones visuales 3-4-5- y 6 D) evidentemente el tendrá más nivel de comprensión frente a las cosas que los seres humanos consideran blasfemias y reconocerá en ellas nuestras propias imperfecciones, nuestras propias limitaciones y nuestro sencillo infantilismo y por lo tanto no serán cosas injuriosas sino simples pataletas, en el peor de los casos.
La herejía, eso si es cosa de hombres. Por ello está sometido todo ser humano a esa posibilidad. En realidad todo ser humano que decida pertenecer a una determinada verdad revelada. Sin embargo, decir algo contrario a alguna verdad es un tema menor para los que creen que esa verdad sigue siendo verdadera. Por lo tanto, la herejía es un tema de un grupo y allí se termina. Aunque en realidad empieza. Si yo fuera hereje, los que no son herejes deberían, por su propio dogma, pedir a Dios que es bendito y misericordioso que me de herramientas para que yo acepte lo que niego. Por lo tanto, el problema de los seres humanos no-herejes frente a los herejes sería rezar para que dejen de ser herejes y sean no-herejes.
Como ustedes verán, por más que parezca embarazado, la herejía es un problema de fe y la blasfemia no llega ni a eso. Es una forma particular que tienen algunos de decir, Dios, hazte presente de una buena vez que ando necesitando que me expliques porque este mundo parece tan abandonado de tu mano.

Lunes, 04 de enero de 2010

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