domingo, noviembre 17, 2019

Tres cuestiones



La vida cada tanto nos hace pensar y decirlo. Como si fuera que tenemos que poner en palabra, escrita u oral, lo que nos guía. No como verdad sino como una síntesis de lo que hacemos o, mejor dicho, lo que aspiramos hacer. Las razones son las más variadas, conversaciones, aniversarios, entradas de blog, reuniones o, simplemente, el día (habitualmente la noche, por eso que inspira).
Lo cierto que eso me llevo a esta sentencia que me parecía útil verbalizar: tres cosas son las importantes en la vida. Esas que nos permiten pensar en felicidad, en necesidad de ocuparnos y de buscarlo hasta sin aliento. Las tres cosas son: alguien con quien compartir, alguien por quien preocuparse y alguien a quien darle cariño. Lo que uno espera, valga decirlo aquí, es que seamos ese alguien para otra persona, obviamente.
Pero esto merece un poco más de detalle. Alguien no implica una sola persona, pero si una persona como mínimo. No es la unidad perfecta con nadie, somos humanos, pero siempre está bueno que una persona reúna ese todo. Pero si es sólo una persona no está tan bueno. Debemos comprender que lo que reduce, quita, en cuanto a relaciones, en su sentido más positivo.
Pero me permito desarrollar más estas ideas. Compartir es permitirse que lo que nos pasa en lo cotidiano otro –varios otros- lo puedan percibir, soportarlo, tolerarlo o disfrutarlo. Porque lo cierto que no siempre pasan cosas buenas y ellas también se deben compartir. Si está claro que la regla es clara: el número de personas que comparte lo terrible es inversamente proporcional a lo terrible que sea. Para la alegría, es más fácil y, por ello, es directamente proporcional. Pero aún en estos casos, lo sabemos, lo que importa es cuales son las personas que queremos que estén en ese momento. Eso nos delata la importancia real de las personas. Compartir charlas, juntadas, besos, cama, cocina, risas y lágrimas. Cada cosa tendrá su nombre pero siempre hay alguna que puede ser el denominador común. Saberlo es importante. Valga decirlo, no es deseo de compartir, es la intención que conlleva un esfuerzo serio, constante y concreto de hacerlo.
Preocuparse es la forma de decir que lo que al otro le pasa nos importa. Por alguien nos interesa su bienestar. Nos inquieta y nos moviliza. No es sólo el decirlo es el intentar con los recursos que tenemos de cuidarlo. Cometiendo errores, quizás, somos humanos. Pero es la intención real que no va en contra del otro nunca. Aunque, debo remarcar, puede hacer daño. Cuidar al otro es complicado, complejo e increíblemente sanador. Porque abrimos un oasis en nuestro corazón. Cuidar al otro, lo que surge de preocuparnos, pero no como algo superficial, sino como algo que nos moviliza, nos interpela siempre.
Dar cariño es la forma elocuente de ser humano. Es permitirse el mejor boomerang que disponemos. Es dar y con ello energizarnos. Porque el cariño que se da nos alimenta. Pero valga decirlo, recibirlo implica también algo estupendo, innegociable, increíble y esencial para la vida. Pero el cariño se da y se recibe, pero uno lo hace, nunca jamás se puede obligar. Nunca jamás se debe dar como moneda de cambio. Por ello cuesta. Pero lo cierto que no siempre podemos darlo, es verdad. Pero saberlo y desearlo es lo que puede estar a la base de nuestra mejor motivación.
Dar cariño de todas las formas posibles, de las que sabemos y de las que podemos aprender. Porque dar cariño es buscar la forma de acercarnos al otro y de hacer que el otro sepa que existimos pero, sobre todo, que existe.
Si, sólo son tres cosas las que importan. Pensarlo, sentirlo y vivirlo quizás nos dé más vida o, lo que es seguro, nos dará una vida mucho mejor.

viernes, noviembre 08, 2019

El qué dirán





A mucha gente le gusta decir que no le importa “el qué dirán”. Lo plantean como un tema seguro, real y definido. Lo enuncian de un modo grandilocuente. Se afanan en mencionarlo despotricando contra aquellos que son más conservadores y que procuran hacer lo que creen lo mejor para que nadie hable de ellos. Es más cuando  hablan de esos "conservadores, reprimidos y preocupados por la opinión de los otros, o sea esclavos del pensar ajeno y que no son libres", suelen insistir mucho, ser muy locuaces para avanzar supuestos argumentos a como ese otro, esa otra se comporta.

Sin embargo, me he encontrado que generalmente a los únicos que realmente no les importa el famoso “qué dirán” son, precisamente, aquellos que no necesitan anunciarlo. Gente que vive las cosas con sus decisiones, acciones, omisiones y haceres. Y van por la vida acertando y errando en su andar sin que se modifiquen mucho por "el que dirán". Básicamente la opinión de los demás hasta escuchándola, la mayoría de las veces se la sudan.
Eso me hizo pensar que podría decirse que aquellos que andan haciendo gala de su “independencia del decir ajeno” se preocupan demasiado por lo que los demás dicen. Uno quiere convencerse que no deberían decirlo porque esa opinión está errada. Estas personas que enfatizan que no les importa "el qué dirán", son las que, tengan por seguro, siempre encuentran una buena razón, por llamar así a su rastra de excusas, para que en esta ocasión y “excepcionalmente o, sólo justito porque es este tema o es esta persona, será mejor no dejar que hablen los demás; así, están seguro que hay que comportarse según el manual implícito de las normas sociales aceptadas y el comportamiento considerado normal. La vida termina mostrando con evidencia esas cosas. Para peor, esas personas se convencen que son completamente ajenas al qué dirán. Se creen tanto su juego que se enojan simplemente porque le decís que no es así. Son como la fábula del rey desnudo.
Cada cual que haga su juego como le guste, sería lo atinado a decir. Pero creo que la vida nos va enseñando, para algunos rápido y para otros, como uno, muy tarde, que sólo importa lo que te dicen dos o tres personas, quizás. Aquellas que son capaces de decirte, cara a cara, lo que creen porque aprendieron que su palabra tiene valor para uno.


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