miércoles, diciembre 26, 2012

Barcelona

Hace unos días me topé de nuevo con Barcelona. Bueno, es un decir. Encontré, una foto antigua, una nueva y me dijeron que alguien viaja a esa ciudad. Bueno no hay nada raro, se puede decir. Hoy alguien viaja a esa ciudad y mañana seguramente lo harán. Pero lo cierto que el “combo” me hizo pensar en esa ciudad tan particular y en una cuestión que relacioné.
Es una de esas ciudades donde uno, cuando la conoce, amaría vivir en ella. Si, pueden decirlo: son muchas las que son así. Pero esta ciudad permite la convicción que podríamos hacerlo, que podríamos disfrutarla, que podríamos descubrirla un poco más, un poco todos los días. Lo suficientemente rara en el sentido "de singular y extraordinaria calidad, primor o gusto en su especie”, pero también en lo raro de una excentricidad. Esa mezcla que no agobia sino que alienta.
¿Cómo no enamorarse de una ciudad que tiene la mistura que ofrecen quienes son cruzadas por dos culturas por lo menos?, ¿cómo no deleitarse cuando los espacios son maravillosamente amplios, ricos de sonidos, de colores y de vivencias? ¿Cómo no pensarse especial cuando el marco de todo es tan particularmente especial? Los espacios para recorrerla se hacen varios, como para saborearlos: ramblas, Plaza Neri, Barrio Gracia, Barceloneta, Port vell, me comentaban algunos.
Esta evocar esa ciudad me hizo pensar, necesariamente, en personas. En personas con las que nos vamos cruzando en la vida. Personas que son las que también encontramos raras, en ocasiones (mejor dicho: maravillosamente raras). Esas personas que, como ciudades tipo Barcelona, tenemos la certeza que son hechas para compartir un camino o un trecho de él. Después, tantas veces no se puede hacer por la razón que sea. Pero la convicción la puedes tener.
Personas que sabes, por algún tipo de impresión real en tus sentidos, que albergan en ellas las capacidades que te permiten hacer que mejores en el contacto con ellos. Sean porque te permiten el silencio para escuchar, la mirada para crecer, la sonrisa para soñar, la piel para disfrutar, la palabra para crear, la realidad para imaginar, la imaginación para vivir.


Dado a las metáforas, Barcelona las permite con maravilla. Sin pensamos las relaciones con las personas, las que importan, ellas pueden ser  como la Sagrada Familia de Gaudí, ya que toda una vida no permite terminarla pero no quita que su belleza está ya marcada desde su idea y que aún lo inacabado tiene la esencia de todo y alberga sus posibilidades. Además como no pensar que, como esa iglesia, las relaciones no tienen una sola cara, por más que algunas de ellas no nos guste tanto.
Podemos decir también, que por más que creamos que hay una sola lengua para comunicar, seguramente hay más. Y que el descubrirlo conlleva aprender a escuchar al otro, comprender la belleza de lo que esa otra lengua expresa, con sus formas y sus riquezas y ver el alcance de nuestras limitaciones.
Tal vez también podemos pensar que las relaciones son como esas fachadas diferentes, excéntricas, raras y que ellas esconden lo que somos capaces de descubrir, en ocasiones. Que la apuesta no surge por otra cosa que por la convicción que se descubre cuando la piel está dispuesta, la mirada atenta o, en resumen, nuestros sentidos, con sus limitaciones, prestos.
Que somos fruto de una historia que conocemos y que guardamos para nosotros, en ocasiones, que eso nos marca destinos, caminos, sueños y deseos. Que eso hace que podamos creer, pensar, crear y amar.
Si, pienso que las personas, como las ciudades, en ocasiones, son parte de nuestra historia porque nos marcaron de una forma tan especial que son  nuestra vivencia, nuestra realidad, nuestros recuerdos vivos. Esto sería importante recordarlo aún en sus ausencias.
 en definitiva quiero intentar decir lo que Fernando Pessoa lo sintentiza, mucho más bello: “O valor das coisas, não está no tempo em que elas duram. Mas na intensidade com que acontecem. Por isso existem momentos inesquecíveis, coisas inexplicáveis e pessoas incomparáveis....”.

viernes, diciembre 21, 2012

Condenado a amar



Así es la especie humana. Es inevitable que lo tenga que hacer, por más que fracase, sufra, sea incapaz. Su sino en este mundo es amar. No puede obviarlo y por eso, cuando lo hace, fracasa. Esto no quiere decir que no pueda pasar la vida entera sin amar. Que sea realmente incapaz de hacerlo, que no exista ninguna posibilidad de concretarlo. Pero está condenado a hacerlo.
No quiere decir que amar sea el camino idóneo a su felicidad. No quiere decir, tampoco, que al amar no deba sufrir. Que no pueda hacerlo. No quiere decir que al amar reciba amor. Pero si quiere decir que su vida estará atravesada de amor, por más que también pueda atravesarla la miseria, la desgracia, la violencia, el sufrimiento.
El ser humano está condenado a amar desde el momento que el otro, la otra existe y nos da existencia. Desde el mismo momento que la palabra es indispensable para existir, para ser. Desde el instante que reconoce que  el otro no es uno y que uno no es otro. En ese tiempo el ser humano se condena a amar. Como inevitable esencia de su vida.
Es una condena porque no puede no hacerla, porque no implica que eso te evite la posibilidad del fracaso, de la traición, de la distancia, de las lágrimas, de todo lo que conlleva que te atraviese la esencia de la humanidad y que tú seas el responsable que atraviese a otros.
Puedes intentar no hacerlo, puede convencerte que no lo harás, puedes creer que ya pasó, puede imaginar formas de eludirlo, puedes intentar esconderlo bajo trabajo, drogas, relaciones y hasta casamientos. Pero estás condenado a amar. Yo, tú y los demás. De una forma que es tan real que sólo se puede imaginar.
Puede rebelarte, si quieres, pero no puede evitar que el amor te atraviese aunque quieras matarlo y aunque creas que lo haces. Está allí, con el soplo de tu vida que vino y que se irá. Está allí, donde puedes alcanzarlo con tu mano, con tu mirada, con tus sentidos todos, por más que toda tu vida creas y sientas que no está.
Hoy lo sé, hoy lo creo, hoy lo re-conozco. Estoy condenado a amar, estoy condenado al amor. No importa la distancia, ni el silencio, ni nada. Insisto, yo, tú y los demás.

jueves, diciembre 20, 2012

Celebraciones de fin de año


Las celebraciones de fin de año son inevitables, deseadas, soportadas, detestadas, sufridas, gozadas, prescindibles, indispensables, protocolares, familiares, festivas, aburridas, interminables, “interminables” y un largo etcétera y, valga decirlo, en ocasiones también son lo contrario. Nada raro, es como la humanidad misma. Porque la clasificación según alguna dualidad es, podemos decir, una condición destacada de los seres humanos. Lo que, señalemos, nos condena o nos libera. No podemos obviarlas y eso, quizás nos enaltece, tantas veces.
Efectivamente, de las celebraciones como también de todo los que nos pasa, de todos los que nos cruzan, de todo los que conocemos y, en definitiva, de todo, siempre podemos –lo hacemos- dividirlos en algún polo positivo y otro negativo; aunque, sabemos, los matices siempre son variados –nunca infinito, que es una excusa vil-. Así, alguien será más gordo, más alto, más lindo, más bueno, más inteligente, más “quien-sabe-que” que otro que, será, para nosotros, más flaco, más bajo, más feo, más malo, más tonto, más “quien-sabe-qué”. Aunque no lo digamos, aunque al decirlo no tenga más valor que lo enunciado por uno. A su vez, alguien más, quizás, considere todo o parte de eso al revés de lo que planteé y, así, sucesiva e infinitamente. O, tal vez, nosotros cambiemos la consideración porque vimos de otra manera lo mismo, porque nos mostraron lo que no veíamos o por lo que fuera.
En definitiva, las cosas, los eventos, las personas tienen el valor que sabemos verle “aquí y ahora” por más que muchos de ellos y ellas puedan mantener, para nosotros el valor permanente. Las celebraciones, por su parte, nos permiten la magia de poder valorizar de algún modo a las personas con valores más reales, constantes y comprometidos. Así, las celebraciones como estas hacen que sintamos, sepamos, intuyamos cuales son las personas que quisiéramos tener cerca, por más que en ocasiones eso sea imposible, por la razón que fuera. Pero no dudamos que tener cerca a  esas personas nos harían sentir mejor. Es decir, que en las celebraciones como estas nos permitimos -¡Ojalá!- el valorar a esas personas que son vitales para nuestra vida porque de alguna forma nos permitieron esas vivencias que se mantienen, sostienen, renuevan nuestras fibras íntimas. Personas que estén o no presente pero que permanecen vigentes siempre para nosotros -no es necesariamente recíprocos, lo digamos-.

Celebremos estas fiestas con la sencilla emoción de saber que estamos parados porque hicimos un camino, donde algunas personas nos permitieron la sencilla experiencia de vivir con todo lo maravilloso que eso implica. Celebremos como si fuese el último día de una historia que siempre es personal, larga y plena de momentos. 

miércoles, diciembre 12, 2012

Mortalidad



Hoy, como todos los días, alguien muere y se recuerda la muerte de alguien. Una verdad dado el simple hecho que somos seres mortales. Una vez que nacemos, sabemos, a ciencia cierta, que moriremos. Con la evidencia certera de ciencia y creencia. No existe en esta tierra la persona inmortal, más allá de nuestras posibles creencias. Por ello, cuando alguien muere hacemos algo al respecto. Es imprevisible, tantas veces, la muerte, pero no lo es los rituales que organizamos para ello. Esos rituales también definen nuestra humanidad, aunque de maneras diversas según los lugares, valga decirlo.
A pesar de esa obviedad de ser mortales, también podemos afirmar, sin dudarlo, que el recuerdo de muchas de las personas que ya no están con nosotros se mantiene como una realidad constante, permanente y viva. Este hecho también define nuestra humanidad. Recordamos de manera diferente, rica, circunstancial, sufrida, intensa, motivadora, inquieta, consciente e inconsciente a personas que ya no están con nosotros. Lo hacemos con imágenes, palabras, rituales, fotografía, anécdotas, frases, diálogos, escritos, con presencias y ausencia. Recordamos de la única forma que podemos hacerlo con el eco que produce su ausencia en nuestra alma. Esto es, sin dudas, lo que nos hace definitivamente humanos.
Las personas que no están toman la dimensión del camino que nos acompañaron, que nos permitieron ser, que nos ofrecieron señales para que ese andar que hacemos en esta vida sea más nuestro. Esas personas -hoy, esa persona, que ya no está- no sabrá el efecto que produce su ausencia (si podemos repetir que lo sabe, por intuición religiosa, o creencia cósmica, pero no lo sabemos, lo sostenemos por fe, válida y bajo ningún punto de vista, cuestionable).
Por ello, sintamos siempre, como humanos reales, a quienes no están, pero, como mortales también reales, aprovechemos, aún más la vida para decir, de tantas maneras posibles, lo bueno que estén a aquellas personas que sabemos, a ciencia cierta, que lloraremos su ausencia cuando, indudablemente, ella sea definitiva.

domingo, diciembre 09, 2012

Sobre escritores


Envidio a los escritores. Lo digo sin pena y con sinceridad. Sentencio de primera y “sin vueltas”. Luego, obviamente, vendrá la sutileza. En realidad envidio a los escritores que leo, evidente para algunas personas pero lamentablemente no tan claro para todos. Pero sigo, aún más en la aclaración: envidio a los escritores que leo y que dicen tan bien lo que pretendo decir. Es decir, resumiendo, envidio a los lectores que traducen mis pensamientos en bellas fórmulas escritas.
¿Egocentrismo perdido? ¿Idiosincrasia argentina? Puede ser para algunos, yo sigo pensando que las ideas importantes, que todos tenemos o podemos tener, son pocas. Ellas se repiten en la historia de la humanidad, tal vez, porque siempre son difíciles de conseguir o porque los seres humanos seguimos siendo eso, sólo seres humanos. Al final siempre tenemos demasiados seres humanos impidiendo que esas ideas, que creemos originales, se hagan realidad. Estoy hablando de las ideas que movilizaron a la humanidad desde siempre: paz, felicidad, equidad, libertad, justicia, vida. Las ideas se repiten siempre, lo que se modifica son las interpretaciones que le damos a esas ideas abstractas.
Pero hoy, sólo envidio a aquellos que consiguen claridad y belleza en la forma de presentarlas. Esto es lo que envidio. No porque mis ideas sean originales, repiten deseos ancestrales de todos y todas, sino porque, tantas veces, no sé decirlas con la claridad que algunas y algunos encuentran utilizando un material tan simple: letras ordenadas que producen significados precisos.
Por ello, hoy me permito, compartir este "robo de palabras"



Poesía prestada

Vuelan las poesías a mundos olvidados.
Desgarrados recuerdos tejieron sus alas.
Desdibujan sus rimas, ocultas en prosa,
Intentan, casi ciegas, idílicas y sonoras
Hacer de la idea verso y de este, sueño.
Poesías desafiantes, tímidas y perversas,
Son ocaso, amanecer, esperanza y rabia.
Son letras desordenadas en pos de ideas.
Va la poesía en sus laberintos efímeros.
Buscan a su Ícaro que les construya alas.
¡Qué sol las hará desaparecer en vuelo!
¿Qué Dios debo invocar para su aliento?
Clamo a aquellos que son leídos con celo:
Dadme un verso prestado para tejer odas
“Los poetas vivos”, tomaré de Whitman,
“están salvando al mundo” dirá Borges.
"¿Qué has hecho tú? preguntará Verlaine
“Conservar la cabeza”, defenderá Kipling.
Sin desistir al sueño, atado a un barrilete,
Julio dixit:” No se culpe a nadie de mi vida”.


jueves, noviembre 29, 2012

Renunciar


Hace un tiempo me regalaron un libro titulado “1001 películas que hay que ver antes de morir”. Revisándolo encontré películas maravillosas que vi más de una vez, como Casablanca y otras que conocí por título, trama y opiniones pero que nunca miré. Esas películas que están entre las que debo ver “un día de estos, sí o sí” pero que, en ocasiones, realmente creo que ese día no llegará nunca. Como si hubiera renunciado. Me tengo prometido, también, varios libros que debo leer. Esos libros que durante años escuché que “son de lectura imprescindible, esos libros que son la esencia de la literatura”. Están guardados, algunos de ellos, en mi biblioteca esperando que los lea, perdón: que los devore, al decir de algunos.
Sé que habrá algunos que no podré leer y quizás, ciertas películas jamás podré verlas tampoco. Sin embargo, no renuncio a creer que lo haré. Como si con ese artilugio mental me permita garantizar que mi vida irá siempre más lejos de mis posibilidades. Lo cierto que hay muchas cosas que no haremos y decidir no hacerlo es parte normal, saludable y necesaria en la vida de las personas.
Con las personas, ya lo dije muchas veces, también renunciamos, a pesar que no lo hagamos. A veces por buenas razones, a veces por razones malas. A veces con consecuencias positivas, a veces, con lastres negativos. Siempre con dolor. Jamás se renuncia sin dolor, sin un pesar, sin una pena. Porque sólo se renuncia a lo que se quiere realmente hacer. No puedo renunciar a ver el “Nacimiento de una nación de D. W. Griffith” por más que me gustaría verla algún día y es, posible, que nunca podré hacerlo. Como no puedo renunciar a leer “el jugador de Fedor Dostoievski puesto que, por más que sería lindo y enriquecedor leerlo, quizás no lo haga por falta de tiempo, ganas o lo que fuera. Sin embargo, no hay pesar en ello.

La renuncia duele. Aunque sea por las malas razones, por creer que renunciamos a lo bueno, por más que lo justifiquemos en nombre de lo que fuera. Renunciar nos afecta. Nos toca, nos sacude, nos golpea, nos interpela, nos cuestiona, nos duele. Aunque mantengamos la renuncia a pesar de ello, aunque luego de la renuncia nos tranquilice por lo que obtuvimos al hacerlo, por eso que logramos, aquello que “ganamos”. Porque, definitivamente, sólo podemos renunciar a lo que realmente nos importa. Quizás por ello, sólo renunciamos cuando lo que incluimos en nuestra ecuación de opción tiene el peso de lo que sentimos, de lo que amamos, de lo que esperamos. Por eso, también o, mejor dicho, sobre todo no hay renuncia sin esperanza.
Tal vez, por eso, con las personas no renunciamos nunca, por más que tantas veces lo hacemos. Pero, tal vez, no renunciamos a "esos bancos donde confiamos sentarnos, reencontrarnos y hablar o algo más.

martes, noviembre 27, 2012

Pequeña indicación para decir un piropo


Entre las muchas cosas que se puede hacer con otra persona, hoy quiero revindicar la obra artesanal que es decirle a otra persona que esta guapa. Quiero revalorizar, con detención, esa verdadera muestra de precisión, justeza, delicadeza y, sobre todo, espontaneidad. Si, sé que puede parecer paradójico esta mezcla de adjetivos. Sin embargo, creo y defiendo que son esos adjetivos los que hacen que esa frase dicha contenga un elogio a la humanidad toda.Digamos que se puede separar en tres tipos de frases según a quien va destinado. Las que dices con quien estas después de mucho tiempo que puede oscilar entre la obligación que surge del afecto y  el deseo que se nutre del afecto. Tiene cada cosa, tiene solo alguna. Las segundas son la que dices al pasar; por ejemplo, a la mujer que ves en un instante pasajero en la calle, que te transforma en héroe o villano pero que, no obstante, no recibirás casi nada de esa frase, es como dicha solo para sacar tus ganas de adentro. Valga decirlo que está siempre es rayana a la violencia porque, en realidad, te entrometes en una intimidad que no te ofrecen.
Ahora bien, la que es verdaderamente artesanal es la que dices a esa mujer con la que compartes un momento y que puede ser único o no. No lo sabes. Es todo un trabajo de orfebre. Efectivamente, las palabras tienen que ser justas, no sólo por el contenido sino por la sutileza que alberga, a lo que se debe agregar el momento justo cuando se dice y sobre todo por el gesto que las acompaña.

No creas nunca que puedes dejar caer esas frases siempre, en cualquier momento, y que de todos modos hay que decirlas. Craso error. Esa frase es una muestra de sutilezas y valentías  es el juego de la indiscreción, del deseo y, también, la maravillosa entrega a lo desconocido. Es superar los miedos, vencer la timidez y sin embargo saberse en terreno desconocido.
Primero debes buscar el lugar justo y el momento adecuado. El lugar puede ser cualquiera, lo único que importa es que tengas la suficiente visión para poder darte el gusto de saborear con tus ojos todo el cuerpo de esa mujer, sin detenerte demasiado pero tampoco como negándolo: ella debe  percibir claramente que no es una frase que se disocia de su persona. No, eso no. Ella debe sentir que es una frase que la envuelve como un guante. Es una frase que nace de haberla visto, en definitiva que sabes de lo que estas hablando.
 Lo segundo es decirlo como algo que te sale de los labios simplemente porque te explota en el deseo. Y allí comienza la sincronizacion perfecta: por ello debe interrumpir una frase que ella este diciendo, y después que la digas ella, seguramente, reaccionara. No esperes mucho, quizás sólo que sus parpados bajen un instante, o, tal vez, que la sonrisa aparezca o, si tienes suerte, el lujo que sus ojos te busquen de manera cómplice, buscando los tuyos.
He allí donde la frase puede alcanzar su perfección, en esos segundos que demora ella en realizar esos tres gestos con los parpados, la boca y la mirada. Allí es donde la sinfonía del tiempo debe ser perfecta, en esos instantes tu debes recorrer su cuerpo, ver su forma, percibir los contornos con la mirada e intuirlos con las sensaciones, guardar cada detalle. Todo eso mientras ella baja los parpados y sonríe para que, cuando ella decida buscar tus ojos, ellos estén llegando justo a los suyos. He aquí, el secreto, en esa perfecta armonía de lo espontaneo, cuando la mirada no está, sino que se encuentra. Una mirada que no se busca, sino que se percibe.
No creas que siempre es algo bueno, pues una frase como esa, produce el miedo terrenal de la sinceridad. No solo tocas el orgullo sino la inquietud; No solo alabas el cuerpo, sino que la pones a la defensiva....y todo allí es parte de otra historia.
Solo recuerda que si logras ese ballet perfecto, sabrás que esa noche tendrá un poco de magia. Después de todo, que una mujer que realmente consideras guapa te sonría en un momento compartido siempre puede ser el comienzo de una noche mágica.

lunes, noviembre 26, 2012

26 de noviembre


 Hoy es 26 de noviembre. Ayer fue, por lo tanto, 25 de noviembre. Un día después del otro. Si, parece una estupidez. Ayer fue el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Hoy no. Ayer, tal vez, por la presión de los medios, alguna mujer no haya sido golpeada, violada o asesinada. Hoy, ya es otro día común. Un día donde se golpea, viola y mata a seres humanos porque son mujeres. Eso sí, ayer también se humilló a mujeres como se hace hoy. Eso no tiene marcas para mostrar, ni noticias para contar. Son la vivencia cruda y real de tantas personas.


La violencia sigue presente. Lo sabemos, lo sentimos, lo sufrimos. Sigue estando allí y, a pesar de lo mucho que avanzamos, de lo mucho que logramos intentar contrarrestarla sigue allí. A pesar de todo, tantos siguen permitiéndola, estimulándola, aceptándola, dejándola que pase. Algún día, tal vez, cuando avancemos realmente –que no tiene nada que ver con los avances tecnológicos y de esas cosas- nos daremos cuenta que como sociedad hacemos, en el tema de la violencia, “una de cal y otra de arena” y tal vez por allí pasen los problemas más graves que tenemos.
Mientras como sociedad no nos demos cuenta que la violencia reina porque la permitimos al hacer que la impunidad, en cualquiera de sus formas, se presente como una opción posible de cualquier poder. Cuando nos empeñamos en preocuparnos solamente en la justicia de lo que ya pasó y no en una justicia también de lo que está pasando.  Cuando utilizamos dos varas para el amigo, para el funcional, para el poderoso y otra para el que no puede defenderse. Cuando tomemos conciencia que nuestra tolerancia es arbitraria, tantas veces y discriminada según el color de algo. Cuando hagamos algo de eso, quizás, avancemos un poco más en evitar todo tipo de violencia y esa en particular, la que va contra lo femenino simplemente porque parece “lógica y necesaria a aquellos que la ejercen.
Ayer  fue un día para recordar lo hecho, pensar en lo que es importante hacer y reconocer que hemos avanzado. Hoy, los demás días, es el momento para hacer lo cotidiano, poniendo un límite más concreto contra esa violencia que no para.

viernes, noviembre 23, 2012

Saborear al otro



Saborear significa, según el diccionario, “percibir detenidamente y con deleite el sabor de lo que se come o se bebe”. Es, además, una de las metáforas más intensas que podemos utilizar para el encuentro sexual con el otro.
Debo, antes que nada hacer unas aclaraciones. La primera es que una metáfora es una imagen que nos permite, imaginación mediante, sumergirnos en sentidos a los que le agregamos un valor personal. Eso significa que no es una ley, ni una norma, ni una sugerencia. La segunda es que digo intensa porque implica un compromiso con los sentidos. Recordemos, por ello, que todos tenemos sentidos pero que su uso, umbral de percepción, educación y capacidad de uso es diversa. En tercer lugar, aclaro que al hablar de encuentro sexual con el otro estamos delimitando a esos encuentros donde el deseo, la búsqueda del placer y la intención de procurarlo están presentes como espacio y brújula, lo que conlleva una clara sensación de intimidad.
En ese contexto, el “saborear al otro” es algo realmente mágico, potente y único. Pero no siempre podemos hacerlo. Hace falta no sólo tiempo y lugar, sino mucho más. Necesita condiciones que exceden lo que podemos preparar, lo que podemos planificar. Curiosamente nos excede y excede al otro. No tiene que ver con el amor, pero amando se saborea aún mejor. No prueba el amor, porque se puede amar sin saborear jamás. NO implica conocer al otro pero al conocerlo se saborea con una certeza más completa. Saborear al otro nos lleva a conocer no mucho más que el universo finito del encuentro infinito que lo alberga. Para saborear al otro el pudor se desvanece sin dejar, por ello de reconocer el pudor del otro. El saborear al otro lleva implícito los límites de un territorio que nos invita, nos rodea, nos acoge y nos sorprende
Digamos, también, que nunca se repite, valga decirlo y al mismo tiempo, una vez hecho, procuramos repetirlo. Saborear al otro es, por ello y más, sin lugar a duda esa maravillosa conjunción de opuestos es donde radica la esencia sustancial del erotismo como cualidad y calidad humana.

sábado, noviembre 17, 2012

Cumpleaños, aniversarios y esas gestas

Una de las terribles ofensas que algunos seres humanos creen recibir de su prójimo es el olvido del cumpleaños. De pronto, el gesto de no recordar el inicio oficial de una vida parece ser que conjuga el olvido, la indiferencia y el desatino como prueba irrefutable del sentimiento que ya dejó de ser. Algunos hasta llegan a pensar que ese olvido es la prueba suficiente del quiebre definitivo de una relación de cualquier tipo. Tanta importancia le dan que desactivan parte de su alegría para poder regodearse con la existencia del olvido como prueba irrefutable del oprobio.

Sé que, a veces, el olvido es realmente una opción, una realidad, un hecho irrefutable. Pero bueno la vida es así. Llena de cosas que pasan, de recuerdos que alimentamos, de experiencias nuevas y de esas pocas joyas que atesoramos para uno: momentos reales. Pero no me desvío mucho, hoy, volvamos al olvido.
Yo, particularmente, he asumido que los cumple son fechas circunstanciales que permiten que algunos se acuerden y que tengan una buena excusa para hacer lo que les gusta hacer, compartir contigo un momento, acordarse seriamente de lo bueno compartido y darse el gusto de celebrarte con algún festejo, con algún presente, con un definitivo, sincero y elocuente gesto de cariño que nace del fondo mismo del ser. Es como un pase para permitirse la elocuencia de los gestos y la prueba sincera de un sentimiento que se arraiga en momentos compartidos.
Por ello, para mi, los olvidos pueden tener un encanto también particular. Porque el olvido circunstancial puede permitir que la alegría de ese momento pueda ser exteriorizado en otro momento, es como hacer extensivo la alegría para otro momento. Después de todo, esa gente que en el día del calendario se olvidó, de repente se acuerda y al autorizarse, con disculpa o no incluida, a celebrarte en otro momento con la misma alegría tiene que ser visto como una verdadera maravilla.
Tal vez, los olvidos sean la única forma que tengamos de cumplir años más de una vez por cada 365 días.

Domingo, 20 de Noviembre de 2005

lunes, octubre 15, 2012

Mi fe




Me preguntaron hace días ¿cuál era mi fe? Semejante pregunta bien valía una respuesta y esta, tal vez, una entrada en este blog. Aprovechando que hace un tiempo no escribía. Una buena excusa pero, lo sé, una necesidad también.
Mi fe, implica hablar de mi forma de ver las cosas con la convicción que ello implica y, las inquietudes que pueden surgir a partir de ello. No significa que sea una ley sino una forma de ver lo que uno cree. Convencido que con ello refleja ese conjunto de vivencias, experiencias, situaciones, expectativas, esperanzas y ese “no sé qué” que nos permite creer más allá de la lógica pero sin pensar que es una fantasía sino una realidad que nos ayuda a avanzar.
Mi primera respuesta fue recordar una frase de Woody Alen “Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa”.
Luego pensé, más seriamente y así, puedo decir que en realidad aún creyendo en  Dios, si existe, él nos deja demasiadas cosas para que resolvamos nosotros. Aquí y ahora.  Por ello lo importante, para mí, es pensar que nuestro problema no es lo que pasará en el más allá –si lo hubiera-, sino lo que pasa hoy aquí. 
Creo que Dios, si existe, nos demandará por cuanto hicimos bien por los demás y no nos evaluará por cuanto supimos los discursos dichos en su nombre.
Creo que Dios, si existe, nos dirá cuánto nos animamos a luchar contra todo tipo de injusticias y no cuántos rituales seguimos; tampoco nos interrogará en lenguas “viejas” sino en cómo logramos hablar con quienes nos rodean. 
Creo que si Dios existe, nos preguntará, con total misericordia, qué hicimos las veces que, inevitablemente –por que el ser humano es así-, hicimos daño a alguien y como intentamos, aún sin lograrlo, remediarlo. Nos preguntará por las luchas concretas que, en el día a día, realizamos para evitar las injusticias y para intentar evitar que el mal triunfe y, seguramente, no nos preguntará por las luchas que no necesitan nuestro rostro sino sumarnos a la masa. Nos preguntará qué hicimos por el amor, con el amor y en nombre del amor. (también nos preguntará si hicimos el amor, disfrutando el encuentro con el otro, pero eso es otro cantar).
Sin dudas, nos hablará muy bien, por eso de que si existe es omnisciente, de esas renuncias que uno hace por amar. Porque el amor, siempre conlleva alguna renuncia.
Creo que si Dios existe, en definitiva, nos preguntará sobre qué hicimos para buscar la verdad, para defenderla y, sobre todo, cuestionarla en el bien de todos y de todas. También nos cuestionará sobre las veces que fuimos prudentes para ver si detrás de la prudencia no se ocultaba nuestra cobardía, nuestros miedos, nuestra negación. Sin que por ello seamos, necesariamente, responsables.
Si Dios existe, seguramente nos dirá, con mucho amor pero con aún más convicción, porque nos preocupamos tanto en esta tierra por su existencia y no, concretamente, por la del otro/a que está en el frente.

lunes, agosto 13, 2012

Día del niño



Este domingo es el día del niño. Esos días simples que pueden ser un remanso, para imaginarnos capaces de esas cosas que hacen la felicidad. Cosas simples, que no necesitan más que un poco de disposición de ánimo, para sentir los ecos de la paz que puede nacer de un corazón que se permite creer que lo necesario, realmente necesario, es muy poco; creer que la alegría surge un poco de la sonrisa que uno presenta y otro de esas que el otro/a nos retribuye.
Ser como niños es un pedido que escuchamos tantas veces. Una especie de plegaria con algo de utopía. El ser humano insiste con que eso resolvería tantas cosas; pero, al mismo tiempo, sabemos que el mundo se empecina en hacer que la vida sea muy complicado, alejada de toda noción de infancia y, sobre todo, que exista un mundo donde una parte de los niños, que andan por el mundo, tengan que pensar en sobrevivir. Si, la humanidad está en deuda mientras haya niños y niñas que sufran privaciones, dejadez, violencia, hambre.
Algo, como humanidad, estamos haciendo pésimamente mal si las lágrimas de un niño aparecen por otra cosa que no sea por las trivialidades que una buena infancia hace derramar lágrimas: una caída jugando, una bebida que se cae, un golpe con la bicicleta, otro niño que no presta su juguete y esas cosas. Algo hacemos mal si antes esas lágrimas, que son necesarias para una niñez, no encuentran nadie que las pueda consolar con las cosas simples: unas palabras de cariño, un gesto de cercanía, un juego ingenuo o cosas como esas. Algo hacemos mal si las lágrimas aparecen por cualquier tipo de violencia, de abuso, de inequidad social, de injusticia y la respuesta es la indiferencia, el daño, la maldad.
Podemos explicar las cosas de tantas maneras –económicas, sociales, jurídicas, pedagógicas, hasta genéticas- eso hará que se alivien nuestras penas y podamos vivir tranquilos; pero, seguirá siendo incomprensible, que alguna infancia sea cegada por normas de cualquier tipo. Así de simple, un niño, una niña que sufren porque la corrupción existe, porque la impunidad hace proliferar las violencias, porque existe una industria que necesita sobrevivir, porque los que manejan el dinero aún quieren un poco más, un poco mucho más, porque las cegueras ideológicas imponen la muerte, la mutilación, el dolor, la intolerancia, en cualquier de sus manifestaciones. Todo se puede justificar, pero no quita, algo como humanidad hacemos mal.
Si, nos tomemos el día del niño como la oportunidad de oro de hacer que la infancia se manifiesta con toda su corte de maravillas. Dejemos que la risa, la alegría, la inocencia, la ingenuidad y el deleite de permitirnos el juego se presente sin temor y con la sincera intención de hacer que dure mil años seguido.
Al día siguiente, volvamos a ser adultos, creativos, inteligentes que saben que su responsabilidad, sea cual fuera, es hacer que la infancia se extienda como un manto infinito alrededor del mundo entero, con la magia de su simplicidad, con la alegría de su esencia y con la convicción de la imprescindible necesidad de su existencia total. 

domingo, agosto 12, 2012

Cocinar como disposición


Me he dado cuenta que me incomodan las personas que dicen “yo no sé cocinar” con aire de superación. Es más, lo dicen tranquilos, como si fuera un punto final de una anécdota. Es más, lo dicen con cierto orgullo y, por las dudas, lo enfatizan. Aclaro, no estoy hablando de personas incapaces de todo por múltiples limitaciones. No estoy hablando aquellos que no tienen capacidad intelectual, estoy hablando de profesionales que estudiaron carreras universitarias muy exitosas. No estoy hablando de aquellos que les faltan las manos o que por algún problema cualquiera tienen cierta torpeza manual. Estoy hablando de gente muy hábil con las manos: cirujanos, ingenieros, informáticos, artistas, etc. No estoy hablando de aquellas personas que no saben reconocer la diferencia entre lo vulgar y lo fino, que no distinguen sabores y olores, que su educación no les permitió acceder a la normas de la estética. Estoy hablando de personas que son creativas en un sinfín número de actividades y que son críticos con cualquier creación ajena.
El “no sé cocinar” es un reflejo de una característica llamativa en su forma de ser. Es un “no sé” especial. No es un “no quiero hacerlo”; eso es un derecho personal que cada uno tiene. Tampoco es uno “no sé” de no saber (maravilloso sería el mundo si existiesen muchos "no sé", en vez de esos errores nacidos de la incapacidad de decir "no sé"). Es un “no sé” de "no me interesa", no es tarea acorde para mí. Aclaro, no es el “no sé” sea un problema sino, que es un síntoma claro de la incapacidad que implica. Una incapacidad que no tiene que ver con inteligencia, con habilidades manuales y con creatividad. Es la incapacidad que más castiga al mundo: la incapacidad de la disposición, de la falta de servicio, del preocuparse por lo demás.

La cocina es de las mujeres, es algo que siempre fue aceptado, en la medida que esa cocina era un trabajo llamado “doméstico”. Cuando pasa a ser profesional se comienza a decir que los hombres son buenos cocineros, hasta llegar a afirmar que los hombres, en realidad, son mejores cocineros que las mujeres cuando están en la cocina, escasamente, de forma doméstica. Pero no estoy hablando de si el hombre puede cocinar o no y de sus habilidades, reales o no. Estoy hablando de otra cosa, de aquellos que no lo intentan nunca porque siempre tienen alguien que les “ponga las papas en el fuego”. Porque esas personas son las que se niegan, alegando una natural incapacidad, a aprender a cocinar. Tradición manda y años y años impidiendo eso terminan cumpliendo sus objetivos.
¿Por qué esto es un problema? En realidad, insisto, no es que sea un problema, sino un síntoma de un problema. Pensemos, para explicarlo, que el hecho de cocinar de forma doméstica es una manifestación muy precisa de la capacidad que tenemos los seres humanos para pensar en el prójimo. La disposición que tenemos, o no, para dejar cosas por los demás. La cocina es un esfuerzo vital: necesitamos comer. Pero también es aquello que nos empuja a pensar más en el otro que en uno, a pensar en la satisfacción momentánea, pero inminente. En la importancia de lo esencial y en el placer de lo compartido. Quien cocina todos los días para alguien tiene que pensar, ocupar tiempo, dedicación y también, muchas veces, estar en soledad en una tarea exclusiva para los demás.
Si observan bien, quienes no “saben cocinar” -que debe incluir la incapacidad para ayudar en la cocina también- son aquellos que tienen una limitación en algunas de esas características. Son personas que tienen un egoísmo pertinaz, aunque pueda ser disimulado. 

La cocina como cualquier actividad humana refleja el carácter, pero sobre todo la disposición con el otro. Tenían razón los sabios, el mejor lugar para conocer alguien es una cantina. Avanzo un poco más, creo que una de las actividades más ilustrativas sobre una persona surge cuando uno los  observa cuando es servido. En esas situaciones se podrá ver y aprender mucho más sobre su disposición al otro, a los demás, a la vida misma.
Quizás, por todo esto, que cocinar es mucho más que una cuestión de perfección gastronómica, es la forma de ver donde nuestra humanidad todavía tiene que aprender.

lunes, agosto 06, 2012

Aceptar al otro

El aceptar al otro parece ser algo cotidiano. Lo decimos con relativa frecuencia cuando nos confrontamos con alguien que muestra la diferencia. La diferencia en la forma o en el fondo; diferencia en la idea o en la palabra; diferencia en el sentir o en el hacer; diferencia en el color, en las actitudes o en sus conductas.
Lo curioso es que siempre el ser humano se define por que existe uno y algún otro. Más claro, sin el otro no hay existencia posible. Esta realidad, que algunos llaman alteridad, es quizás la clave más esencial de toda actividad humana y de todo lo bueno y de lo malo que se desprende de esta cualidad. El otro nos obliga, nos intimida, nos excita, nos atemoriza, nos empuja, nos lastra y más. el otro nos permite los sentimientos, los gestos, las caricias, los besos, los amores. Por el otro existe distancia, ausencia, compañía, dolor, bálsamo, recuerdos y olvidos. Aún cuando o ese otro pueda ser efímero, circunstancial y hasta ausente, hasta siendo ficcional, inventado, oculto, negado, despreciado e ignorado.
Identidad y diferencia surgen frente a ese otro al que debemos reconocer, no por haberlo conocido, sino porque buscamos algunos mojones que nos permitan saber donde  uno esta parado y, muchas veces, en relación a uno.
Luego de reconocer, algunos creen que conocen. Pero esto es menos importante que el paso siguiente que implica aceptarlo. El aceptar necesariamente conlleva el pensar, saber, sentir y/o creer que hay diferencias. He aquí, la cuestión más radical de todo encuentro.
Creo que no siempre que lo decimos realmente aceptamos al otro. Creo que muchas veces decimos eso como una idea de simpatía que nos produce la diferencia, A veces convencidos que es el paso necesario para crear la famosa empatía. Pero aceptar al otro es creer de un modo racional, real, sincero, y movilizante que lo que el otro valoriza, simboliza o expresa con sus propias modalidades –no tan lineales como las de uno, no tan claras como la nuestra, quizás como también, quizás, mejores, mucho mejores- no sólo es válido, sino, en ocasiones, deseable como hecho humano.

Tal vez, sea hora de comprender que no existe algo más difícil, complejo y, al mismo tiempo, aceptado como necesario, imprescindible como universal y declamado como fácil como es el hecho de aceptar al otro. Porque en esa experiencia se conjugan el universo humano con toda su limitación, toda su ambición y, valga decirlo, con el núcleo más honesto de todas sus esperanzas.

jueves, agosto 02, 2012

Consentir



La sexualidad es la manifestación de una interrelación de las dimensiones que posee el ser con las dimensiones de otro/a. Más simple la sexualidad es la manifestación de la interrelación humana. Cuando nos referimos a dimensiones estamos hablando de esos cuatro aspectos –y sus contenidos- que componen al ser humano: la corporal, la mental, la social y la espiritual –entendida como la idea de trascendencia que es característica propia de nuestra especie-.
En esa interrelación, el ser humano maximiza todas sus opciones cuando todo lo que pueda hacer está habilitado por la acción suprema de su condición de sujeto: el consentir. No existe acción que resuma de manera más completa la historia de la humanidad. Esto, en términos de compartir la idea de Camus que “la historia del mundo es la historia de la libertad”.
Consentir implica aceptar algo que se produce bajo mi decisión de ser algo en ese momento –protagonista, testigo, partenaire-. Ahora bien, la complejidad de consentir ha sido reducida, tantas veces, a la simplicidad de un artefacto con su on-off y nada más. El consentimiento es un proceso constante que nos permite, metafóricamente, el camino donde andamos. Así, nos permite, pasos largos, cortos, el quedarnos parados, el retroceder y las otras variantes que podamos imaginar.
Siempre se consiente a lo desconocido. Siempre se consiente a lo que va a pasar no a lo que sabemos –como certeza- sino a lo que suponemos, imaginamos, creemos, sospechamos, intuimos, ansiamos, y toda la cohorte de verbos que “casi” significan lo mismo pero que implican la sutileza del lenguaje y de la vivencia.



Consentir es, sin dudas, la acción principal que debemos desarrollar en una educación sexual integral. Es, tal vez, la herramienta más importante. La que garantiza todo el resto: desde la protección hasta el placer. Ahora bien es el útil que necesita las condiciones más particulares, las destrezas más completas y, la mismo tiempo, el útil que parece que es innato para todos y todas.
Consentir realmente es fruto de una suma de condiciones que representan la complejidad del ser humano y la delicada ingeniería que compone la sexualidad como conjunto de esas dimensiones que mencionamos.
A veces, es verdad, las consecuencias pragmáticas del consentir, sin ese destreza en el manejo, son positivas o inofensivas pero, lamentablemente, no siempre. Por ello es que el consentimiento sigue siendo una ecuación compleja en la que intervienen: nuestra conciencia, nuestro sistema de evaluación, la estima que tenemos de nosotros mismos, la información que manejamos, la conciencia de nuestros derechos, la capacidad de creer y exigir nuestras opciones, la habilidad que disponemos para manifestar nuestros deseos, la capacidad de comunicar sentimientos, la asertividad y otros elementos que no son innatos sino netamente culturales y, por ello, son fruto de la educación.Por lo dicho, definitivamente, consentir es la piedra angular de la sexualidad y, por lo tanto, es la habilidad esencial que la educación sexual integral debe desarrollar. Menuda tarea, menudo desafío, maravillosas posibilidades. 

viernes, julio 20, 2012

Día del amigo


Hace tiempo que he admitido que no soy afín a las fechas que recuerdan alguna cosa. Los famosos   “días de…”. Esto es, porque creo que esos días obligan y no liberan. Uno se encuentra, en esas fechas, en la estúpida encrucijada de optar por lo sincero o dejarse llevar por la idea común pregonada por los negocios. Entonces, uno termina diciendo lo que siente, pero sin el valor de lo espontáneo y, a veces, valga decirlo, sin lo sentido. Es aquí donde, para mi, fracasan estrepitosamente esas fechas. La del 20 de julio, llamada “día del amigo”, no es la excepción. Aunque aceptemos, todos tenemos amigos y amigas (ojalá, la soledad total sería lo contrario).
Pero volvamos a la idea que quiero contarles “somos amigos” suena como una sentencia. Una sentencia que se define en dos casos: la primera, cuando se habla para el palco, cuando la publicidad nos obliga (el marketing que le llaman). La otra, cuando no se la habla sino que se la vive. La primera se convierte en una obligación, la segunda en fruto del compromiso real y constante.
Siempre consideré que la amistad es algo que surge entre las personas cuando las circunstancias iniciales, las que permiten iniciar vínculos, desaparecen. Por decirlo de otro modo: en vacaciones todos somos amigos. Pero, lo que importa, es cuando esa situación termina y comienza el día a día, aquellos que hacen que los pequeños o grandes problemas aparezcan. Ahí, en esos momentos, es cuando la amistad toma su verdadero color y el resto se desvanece. O sea, podríamos decir como un primer "axioma": nunca hables de amistad en medio de circunstancias fortuitas.

Lo segundo que asumí, es que la amistad no es la fórmula del acuerdo, sino de la aceptación de la diferencia. Pero, atención, no hablo de aceptar defectos como santos. Todo lo contrario. Voy más lejos aún, hablo de hasta criticar los defectos con vehemencia, eso es amistad. Ninguno de mis amigos dirá que yo canto bien, es más dirá que ¡ni se te ocurra cantar!
La aceptación de la diferencia implica saber, con claridad, que se puede contar con el otro, a partir de cada una de nuestras limitaciones. Así, tengo amigos con los que no puedo hablar, tal vez como me guste, con la intención de ser deliradamente profundos. Pero sé que ellos, sin tener que recurrir a ninguna concepción filosófica, son capaces de hacer por mí lo necesario. Algunos toleran mis devaneos epistemológicos, por llamarlos de algún modo, otros hasta se ríen de ellos, pero todos me ofrecen a cambio el equilibrio, la confianza y el “estoy presente”.
  Ser amigos es un estado de la existencia. No tiene que ver con fechas, aunque recordar algunas es simpático y positivo. Ser amigo tiene que ver con la complicidad, con la tolerancia, con lo previsible, con la compañía, con las limitaciones, con las diferencias, con el sentimiento. Un poco de todo eso y más. Una amistad es uno de los pactos reales que aún nos permite reconocernos como humanos: necesitados del otro, dispuestos al encuentro, buscadores del diálogo, amantes del placer, conscientes de las limitaciones, capaces de lo sublime, deseosos de la alegría, débiles en la tristeza. Poder ser amigos en su forma real, la única, es elaborar un canto de esperanza, más allá de la violencia que aún gobierna nuestras vidas.

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