martes, enero 15, 2019

Sobre el aborto


Al final toda la cuestión es responder la siguiente pregunta: ¿Puede la mujer decidir sobre el embarazo que tuvo? A partir de allí se estructura (o debería) el resto de las planificaciones, intervenciones, cuestiones reales y pragmáticas que surgen de ello.
O sea debemos responder a esa pregunta antes que nada. No se puede contestar con el famoso “depende” o “hay que ver los casos”. Es una respuesta taxativa. O es “si” o es “no”. Obviamente podemos pensar en potenciales y subjuntivos para poder atemperar nuestro ánimo y acallar las conciencias. Hasta para evitar discusiones que nos resultan inconvenientes. Pero luego está lo que importa: saber si la mujer puede disponer de su embarazo porque es su cuerpo el que está en juego.
Si, hay algo anterior que debería ser obvio. No lo niego; pero no nos aporta a esta discusión. Me refiero a la pregunta: ¿es el aborto una experiencia que la mujer debería pasar? Aquí aparece contundente el “no”. Pero eso es como preguntar ¿deberían los seres humanos morir de hambre? Esto habla de una situación hipotética y lejos de la realidad. Aunque no olvidemos un tema central y bien pragmático. Frente a esta pregunta solo caben acciones concretas. O sea: que hacemos o evitamos hacer para que eso no pase. O sea respondamos a la pregunta “¿qué hacemos para evitar que esa situación exista? Dado que la represión sexual y física no sólo no lo consigue sino que además genera otros problemas que afectan a todos y todas, vamos por lo que ofrece herramientas muchos más eficaces. De allí que tres cuestiones aparecen como concretas: 1] Hacer educación sexual (lo que incluye entre sus contenidos, habilidades y valores la prevención de todo embarazo no deseado); 2] Consulta de salud reproductiva efectiva, eficaz y activa y 3] Consultas de salud sexual: la separación entre la salud sexual y reproductiva es imperiosa en la actualidad.
Por ello, volvamos a este mundo, un mundo donde las mujeres abortan como pueden y por las razones que las afectan. Allí debemos preguntarnos si la mujer puede decidir o no sobre ese embarazo que tuvo por la razón y en el contexto que pasó. Si la respuesta es “no” quiere decir que los demás, a través de normas, leyes, recursos, contradicciones, esquemas, discursos y demás establecemos el “cómo”, el “porqué”, el “cuándo”, el “con quien” para lo que se puede decidir. Aún en los casos de aborto. Si la respuesta es “no”, allí nos debemos convertir, frente a la decisión de la mujer, en otro tipo de “actor”. Aquel que acompaña, facilita o deja que otros, que si pueden, lo hagan.
Si la respuesta es “si”. Entonces la pregunta a hacernos es otra. ¿Cuál será nuestra función frente a esta realidad que algunas mujeres viven? Dependerá de nuestra función social, de las circunstancias y de nuestra disponibilidad. Sigue siendo la libertad la que nos gobierna o la convicción que nos orienta.
Dejar que la mujer decida sobre lo que pasa en su cuerpo es, curiosamente, uno de los desafíos de la libertad que aún debemos encarar decididamente y, al mismo tiempo, comprender que nuestro rol, como sociedad (particularmente los hombres) no está en formas de acotar lo que ella puede decidir, sino empeñarnos en crear mejores condiciones para que la humanidad puede superarse. La libertad será siempre más libre mientras seamos capaces de ofrecer caminos, acompañar decisiones, potenciar la autonomía, desarrollar el conocimiento, agilizar las decisiones, promover los valores individuales positivos, aprendiendo de la diversidad, erradicando la violencia en todas sus formas, generando las mejores condiciones para que el otro siempre pueda ser quien desea ser.
Es curioso pero no puedo dejar de caer en lo mismo: la educación sexual integral no como una opción, sino como un imperativo de nuestro tiempo, de estos ideales, de toda “libertad”.

15/1/19

miércoles, enero 09, 2019

Educación sexual 2019


La educación sexual integral es la deuda de los gobiernos, del sistema educativo y de la comunidad educativa. No hay otra forma de decirlo. Hoy el debate sobre ella que sacudió el 2018 parece acallado. Pero nada cambia: mientras el debate pasó o ahora es reemplazado por un supuesto silencio, la educación sexual se sigue dando a niños, niñas y adolescentes (también a adultos). Eso es algo inevitable. No hay marcha “con mi hijo no te metas”, ni declaraciones rimbombantes contra la estúpidamente llamada “ideología de género” que impida que la educación sexual se realice. Lo único que se demora, por estos “actings” de parte de algunos que tienen intereses poco claros y de los silencios o declaraciones cómplices del poder político de turno (que espera mediciones para que este año electoral no les juegue en contra), es el asumir la responsabilidad como adultos de ponernos a la cabeza de un proyecto urgente, necesario, fundamental y visionario como es la educación sexual integral.
La educación sexual integral no es otra cosa que la suma de tres elementos que se imbrican, se articulan y contribuyen al bienestar de las personas. Ellos son: 1] El conocimiento que la ciencia que hoy permite presentar como certezas. Conocimientos que nacen de un saber de la biología, de la psicología, de la sociología, de la pedagogía, de la medicina, de la tecnología, de la neurociencia y un largo etc. Un saber que siempre está en movimiento, aunque algunas cosas ya están sólidamente confirmadas; 2] El desarrollo de las habilidades: la sexualidad en su sentido más amplia es actividad. No solo de carácter sexual (el acto sexual en sus variadas presentaciones), sino el continuum vital del ser humano. La interrelación con los demás como una forma de encuentro permanente, que se asienta sobre habilidades de autoconocimiento, de autoestima, comunicacionales, sociales, eso que se llama, en definitiva “Habilidades para la vida” (OMS dixit) y 3] El desarrollo de los valores: esos valores que las personas son capaces de recibir, comprender, aceptar, vivir y sumar al conjunto social. Valores que por lógica deben incluir el respeto a la diversidad –como norma esencial de la humanidad defendida por toda religión razonable-, la exclusión de la violencia –en cualquiera de sus formas- como un freno al desarrollo humano, la búsqueda de la felicidad como intento real (que nunca implica el sufrimiento adrede y evitable de otros).

La educación sexual integral se hace, nuestra deuda es no hacernos responsable seriamente de ella. La historia nos juzgará es la fórmula épica que podemos apelar para decirlo. Pero hay otra que tiene más fuerza: nuestros hijos serán los adultos donde veremos lo que no hicimos y allí nos preguntaremos con dolor ¿Por qué no lo hicimos? ¿Por qué fuimos tan egoístas, negligentes y cobardes? Revertamos la historia. Aún estamos a tiempo. 

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