Quince años son
muchos años. En quince años mucho puede pasar Por ejemplo, quince años son los años
de educación formal en la Argentina en un trayecto educativo que se sabe
obligatorio: inicial, primaria y secundaria. Efectivamente, dado que hay un
jardín de 3, quienes en el 2006 empezaron la escuela, hoy con 18 años cumplidos
recibieron una educación obligatoria, con posibilidad que sea gratuita, formal,
oficial, estructurada y con objetivos para empezar la universidad o la vida
adulta. Una educación que uno cree, confía y espera que haya sido lo
suficientemente buena para desarrollar los mejores conocimientos posibles (y
bien actuales, basado en la ciencia), hayan desarrollado algunas habilidades
para gestionar la vida un poco mejor, fortaleciendo el marco de derechos y los
valores más amplios que nuestro país propone que son los Derechos Humanos. Así,
esa persona en 15 años recibió lo mejor que pudo en la escuela formal. Esto
sería verdad, si hubiese recibido, entre otras cosas, Educación sexual
integral, durante esos 15 años. Porque el pasado 4 de octubre se celebraron 15
años de una ley histórica, moderna, necesaria y conseguida por amplio consenso,
no entre políticos, sino por una política educativa realizada dentro de un
sistema democrático. Esta sutil diferencia hoy también nos debería llamar la
atención.
Efectivamente, el 4 de octubre del 2006, se sancionó la
ley 26150 que creó el Programa Nacional de Educación sexual integral. Un
programa vigente que durante 15 años no dejó de hacer actividades, crear
materiales, ofrecer capacitaciones, debatir sobre educación, producir propuestas,
ampliar el diálogo, promover derechos, estimular la participación y actuar en
un país federal pero único. En la acción cotidiana, lo sabemos, se ven los
aciertos y en las dificultades, tal vez errores, como también se visualizan con
mayor claridad la convicción en algo. Así se puede afirmar que el programa
nacional de educación sexual es un orgullo para nuestro país. No sólo por
pensar soluciones a problemas urgentes, sino por pensarlas no como urgencias
sino como importantes lo que conlleva basarse en una planificación, en un
cotidiano y en un mediano y largo plazo.
No pretendo con esto, afirmar que la educación sexual es
un hecho conquistado en todo el sistema escolar y a lo largo de todo el país.
Tampoco pretendo negar que existen aún dificultades en su amplia, verdadera y
completa implementación. Menos que menos que existen resistencias a su
implementación y esfuerzos para que no se haga. Más, lo que quiero celebrar es que,
a pesar de las dificultades y demás, no se dejó de avanzar. El programa
nacional de educación sexual integral, con las limitaciones que pueden surgir
en un país heterogéneo, con esa capacidad innata y educada de crear “peros”, o
de cultivar excusas, que muchas veces tenemos los argentinos, ese programa
sigue haciendo con el mismo norte: ofrecer una educación de calidad a todos los
educandos porque es su derecho. Esto ordenado por los ejes rectores del
programa que son: el cuidado del cuerpo y de la salud,
la valoración de la afectividad, el reconocimiento de la perspectiva de género,
el respeto por la diversidad y el ejercicio de nuestros derechos.
Si lo vemos a esos ejes con una mente
abierta y con una visión sin miedo, descubriremos que incluye, de un modo u
otro, lo que ambicionamos para nuestra descendencia: que sean capaces de vivir
en un mundo donde se cuiden, cuiden a los demás, sin violencia, con aceptación
de la diferencia, con la certeza de estar protegidos y con la posibilidad de
desarrollarse en paz, con la posibilidad más cierta de tener recursos para ser
felices y disfrutar la vida.
Sigo pensando,
afirmando y reclamando que es momento que comprendamos que no se debate el
hacer educación sexual, porque siempre se hizo. Por ello, nuestro rol siempre
debe ser de exigir que la misma sea de calidad y que debe ser ahora mismo, sin
dilaciones. Porque, lo sé, con esa educación sexual integral vamos a
garantizar, entre cosas, lo que siempre soñamos: un país más libre, con una capacidad
de gestionar los conflictos sin violencia, con infantes y adolescentes –que
serán las personas adultas del mañana- que tendrán una capacidad educada para
comprender la diversidad, disfrutar el cotidiano, ser responsables en sus
relaciones, empoderadas para pensar y construir una Argentina que no sólo
respete, sino promueva los Derechos Humanos como un sistema vital.