domingo, mayo 02, 2021

Acompañar

 


El ser humano es un ser social. Necesita del otro, siempre, aun cuando no lo diga. Aun cuando no lo busque o, peor, también lo necesita cuando lo rechaza o crea empalizadas para los demás. Necesitamos de otro como otro nos necesita. Nacemos en esta especie de ese modo. Aunque, insisto, podamos hacer una demostración constante de lo contrario. Al fin y al cabo, somos seres humanos que podemos ser egoístas, cerrados, ermitaños, egocéntricos, obcecados, desconfiados y tanto que hace que poner barreras o no buscar las puertas sea tan natural. Pero lo cierto por ser humanos podemos comunicar y acompañar.

Pero si lo primero parece simple pero no lo es, lo segundo queremos que es fácil, pero es bastante difícil, porque acompañar es una artesanía y, lo sabemos, estas no se hacen ni por azar, ni por aburrimiento, ni porque tengo cinco minutos. Si, definitivamente, acompañar es el difícil arte de permitir que el otro sea un poco más el mismo.

Es curioso, pero lo sabemos. Por lo menos los que hemos leído “El principito” en su capítulo XXI cuando el protagonista se encuentra con el zorro. Una delicia el texto, tan lúcido y tan simple. Si no lo leyeron pues es bueno hacerlo, si lo hicieron, siempre es hermoso releerlo. Pero para mi planteo quiero citar la parte cuando el zorro dice que para domesticar (le doy le sentido de acompañar): - Hay que ser muy paciente – respondió el zorro. – Te sentarás al principio más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...

Ahora bien, acompañara no es igual a ser acompañado. En lo primero el otro es el centro de la atención en lo segundo, uno es el amo de las decisiones. Para acompañar debemos, simbólicamente, respirar al ritmo que el otro precisa; para ser acompañados debemos ser un poco más nosotros mismos. Esto, curiosamente, hace que sea diferente la compañía que el acto de acompañar.

Efectivamente, hay gente que puede ser muy sociable, pero que no sabe ni acompañar ni permitir ser acompañado. Aprender esa sutileza no es ni fácil ni difícil, sólo precisa una dimensión diferente de nuestro ser, marcada por la empatía, delimitada por la autonomía y ejercitada por la libertad.

Lo tremendo es que muchas veces, nuestra incapacidad de acompañar es la que más genera soledad. Si, recriminamos acciones, silencios o introversiones al otro por lo que no sabemos hacer. Porque para acompañar debemos aprender, insisto, el ritmo del otro, no el ideal, no el que jugamos a aceptar, sino el que permite que el otro respira a su aire, hable en su sintonía, exprese en sus modos y habite sus propios silencios. Por eso acompañar nunca es lineal y no es algo que pueda ser hecho sin tiempo. Acompañar es una artesanía.

El dejarse acompañar es algo que puede resultar tan fácil para muchos y para otros una aventura casi imposible. No nace de la desconfianza con el otro, es sólo un dialogo errático con uno mismo. Un debate que no siempre se hace pero que siempre condiciona el resultado. Dejarse acompañar es el resultado de un proceso complejo que se simplifica en algunas personas, sin dudas, pero no por eso es una simplicidad que se trasmite.

El dejarse acompañar conlleva creer que la carga no es mucha, que el valor no se pierde, que la compasión como sinónimo pobre de pena no está presente, que la soledad no será la consecuencia lógica.

Así que acompañar es más que estar y dejarse acompañar es confiar en uno, primariamente. Nos cuesta entenderlo y por ello, durante tanto tiempo hay que gente que solo encuentra en la soledad el eco de su necesidad. Ahora bien, hay un elemento más que, aunque sea duro es bueno saberlo, no podemos acompañar a todo el mundo ni tampoco ser acompañados por cualquiera. A veces no tenemos la paciencia para esperar, a veces no tenemos la fortaleza, a veces no tenemos el cariño necesario, a veces no tenemos el deseo de hacerlo. Eso también es bueno saberlo, porque no podemos olvidar que somos seres humanos con nuestras propias cuestiones a cuestas.

Pues bien, aprendamos a acompañar y permitamos ser acompañados no un instante, es una forma de hacer que la vida sea algo mejor. Ojalá, lo logremos tantas veces como necesitamos y tantas veces como lo deseamos.

sábado, mayo 01, 2021

Día del trabajador/a

Durante mucho tiempo no fui muy adepto a los “días de…” me parecían una suerte de algo innecesario. Luego, me di cuenta que está bueno recordar lo que es importante, necesario. Por eso cada tanto es bueno hacer una pausa en el camino y ver lo que se recorrió. Es bueno celebrar lo vivido, haciendo, quizás, el balance, reconocer errores y asumir, o volver a asumir, los caminos que están delante de nosotros cconmemorando lo que nos duele y, también, lo que nos hace querer mejorar. Porque cada tanto, debemos aceptar y vivir el hecho sustancial que somos importantes. Eso es humanidad.

Así, días como hoy, sirven para hacer pausas y, de ese modo, celebrar logros, avances, pequeños o grandes pasos o, en ocasiones, darnos cuenta que algo es increíblemente bueno y que cada día deberíamos celebrarlo, se merece. El trabajo valga por eso, recordar a los “mártires de Chicago”, pensar lo que falta y celebrar que uno tiene un trabajo y hacer fuerza para que no falte, sabiendo que es uno de los grandes problemas que esta pandemia resaltó.

“Pero” podemos decir, porque siempre hay un “pero”, aún más en esta pandemia que sacude la salud, la economía, la vida conyugal, la educación, la política, la amistad, el romance, o sea casi todo. Lo cierto que el “pero” existe porque el trabajo no es igual para todos, menos las condiciones laborales. Algunos pueden, literalmente celebrar un día por su trabajo cuando lo deseen. Efectivamente, están los que pueden interrumpir su faena sin pedir permiso a nadie, comer lo que se les antoja, beber sin pausa, deleitarse sin preguntarse nada, ni cuestionarse ni lo más mínimo. Otros, lo sabemos, necesitan su trabajo en el día a día porque eso alcanza para poco y, quizás sólo para comer, sin tanto deleite, ni lujos ni nada. Muchos están en el medio, aunque la pandemia los afectó a todos y todas en lo cotidiano (sólo pensemos en el personal de salud, de seguridad, de educación, de limpieza que multiplicaron muchas veces su sacrificio). Otros, siempre demasiados sin importar cuantos son, están con el dolor de no tener trabajo. Esta es la realidad del trabajo por donde andamos viviendo e, insisto, en esta situación sanitaria que vivimos, se nota más, se concentra más, se sufre más.

Pues eso es lo que es por muchas causas entre las que, sin dudas, están a inequidad, la injusticia, la ambición, la soberbia, el acaparar más de lo necesario, la ilegalidad, el abuso, el ultraje, la humillación entre otros males. Situaciones que forman parte de nuestra humanidad. Hoy, valdría acordarse de eso bastante. Pero, luego, nos tomemos el tiempo también para señalar que también forma parte de nuestra humanidad el resto que también esta pandemia lo puso en relieve: el esfuerzo que se hace por la equidad, la justicia como tentativa concreta de humanizar, la humildad como un bien casi inevitable en tantas personas, la generosidad como fruto jugoso que sale tantas veces, la solidaridad como forma de encuentro y de disponibilidad, la legalidad como consenso, el sacrificio como decisión personal, la ternura como normativa interna, el trabajo como dignidad irrenunciable.

Así que si, hoy el día del trabajador nos debe hablar de esas cosas simples que nos permiten el lujo de una sonrisa porque lo intentamos con la fuerza que nuestra humanidad nos permite, aquella que no hace daño, sino que nos eleva: hacer lo que hacemos, pensando que ponemos en ello, lo mejor que hay, quizás así, realmente podemos ser parte de, como diría Borges, “los justos” que pueden salvar al mundo.

 

 

 

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