martes, mayo 29, 2012

Sexo del bueno




Sexo del bueno es aquel que tiene algunas características particulares. Para quedarnos en lo concreto –aunque después abramos el juego- digamos que por “sexo” entendemos la relación sexual (en algunos casos se puede llamar hacer el amor, aunque sabemos que no siempre que se hace así se hace el amor y, también, que muchas veces que se hace el amor no se hace así)  entre dos personas –aunque también para que haya relaciones sexuales el número puede variar-. Esta relación, en este caso de dos personas implica que son dos individuos que pueden permitirse el poder tenerlo (excluimos, por lo tanto, para nuestra idea todo tipo de violencia como soporte de este tipo de intercambio).
Ahora bien, veamos entonces esta cuestión del “sexo del bueno”. La primera característica, aunque parezca evidente, para que el sexo sea bueno tiene que ser el sexo que tuvimos. Es decir, la primera condición que necesita el sexo del bueno es tenerlo. Nunca ese sexo es el sexo que se planifica, ni se imagina, ni se sueña, ni se fantasea. Valga decir, también, que planificar, imaginar, soñar y fantasear permiten tener sexo del bueno cuando lo tengamos. Esta diferencia ni es sutil ni es tonta, es fundamental.
La segunda característica que tiene el sexo del bueno es que decidimos tenerlo. Es decir podemos tener sexo por diversas razones, pero en la medida que consentimos el sexo adquiere una dimensión tan personal, íntima y movilizante que define no solamente un acto mecánico sino la posibilidad de goce. Ahora bien, atención, no todo sexo que consentimos es sexo del bueno. Hacen falta otras cuestiones.
Lo tercero que define el sexo del bueno, es la desnudez. Es el hecho que nos permitimos la piel como escenario, continente y contenido. Es ese dejar de lado lo que pensamos que debería ser un cuerpo desnudo para presentarnos con el cuerpo real que tenemos y así recibir al otro en su desnudez. Valga, en esta ocasión aclarar que también se puede tener sexo, del bueno, sin estar completamente desnudos.
Lo cuarto que es imprescindible para ese sexo del bueno, es la comunicación. Digamos que eso no implica palabras, necesariamente, pero si escuchar al que nos habla, aún sin palabras. O sea el prestar atención a ese conjunto de cosas que surgen cuando dos cuerpos –aunque sea a veces una parte solamente- expresan cosas.
Lo quinto, es tiempo. Noción complicada porque no es lo que dura en tiempo definido por relojes sino por esa noción de momento que surge cuando el encuentro con el otro aparece. Un momento se define –según mi propio diccionario- por ese instante de intimidad compartido. Un instante que dura lo que dura y que jamás es tan corto pero que si puede ser fugaz.
Como ustedes pueden ver el sexo del bueno es el que uno hace, quizás luego de imaginar, fantasear, pensar; aquel que lo hace cuando uno consiente hacerlo y, que al hacerlo, uno se permite algún tipo de bella desnudez. Además, es aquel que nos permite comunicar, sin que eso implique profundos diálogos sobre la trascendencia humana. Finalmente, se puede decir, que tiene la duración exacta que hace que por un instante, aunque sea totalmente pasajero, una intimidad se comparta.
Más o menos eso es el sexo del bueno. ¿Se lo consigue? Muchas veces y es, sin dudas, algo que mejora, realmente, con la práctica, la dedicación, la atención y otras variables más.
Ah….me olvidaba, el sexo del bueno produce un placer que se manifiesta por la simple sensación de producir algo parecido a la tranquila sensación de lo eternamente fugaz. La sensación contundente de sabernos vivos, completamente vivos envueltos en una ola de paz, porque es importante señalarlo, el sexo del bueno no produce, jamás, culpa.

sábado, mayo 26, 2012

Dìa de la patria





Nuestra vida parece siempre basada en conceptos que son certeros en nuestro espíritu pero difusos en las palabras. Efectivamente, muchas de nuestras emociones se expresan en palabras que las decimos con una claridad meridiana –por la seguridad que las acompaña- pero, que al definirla recurrimos no a la certeza de la definición sino a los más variados recursos de la literatura: metáforas, imágenes, circunloquios, elipsis más por su belleza que, generalmente, por la precisión que le asignamos. Así, con citas de poesías, canciones o dichos –populares o asumidos como familiares (mi abuela dijo…)- procuramos dejar claro que es lo que entendemos. Finalmente, o en último caso, apelamos a lo que parece ser el último bastión de la certeza para una discusión: la experiencia personal. Así, las cosas más fundamentales de la vida son definidas con ese conjunto de cosas que definen el espacio propio.
Eso suele pasar para palabras como amor, amistad, felicidad, alegría y, la que nos interesa particularmente hoy, patria. Nos interesa hoy, puesto que ayer, según el calendario de efemérides argentino, fue el día de la patria. Esta, sería definida, según el diccionario como la “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Nacemos donde nacemos nos da una patria, a veces ella nos expulsa y alguien nos adopta. O, a veces, simplemente alguien más nos adopta y nos permite tener dos patrias. Otras alternativas se pueden pensar. Lo cierto que la patria surge porque surge, parece externa y circunstancial así. Salvo por eso de los vínculos que surgen cuando pueden y se van armando con lo que uno dispone. Así la patria estaría dada por esos vínculos y no por otra cosa.
En otros términos no hay patria posible si no hay personas que se encuentran y que, a veces, trabajan juntos por una noción de bien común que excede sus propias narices. Así se consigue que gente, que no conocemos, ni conoceremos, que viven en el mismo espacio que se llama, por ejemplo, Argentina, tengan un poco más de justicia, de equidad y, ojalá, sean más felices.
Celebro la posibilidad de deleitarnos con una música común, que pueda emocionarnos de manera conjunta, sea un himno, una cumbia, una melodía romántica, una tarantela o un rock. Bendigo la posibilidad de escuchar una forma de contar las cosas que me y nos resulte agradable o que nos permita encontrarnos un poco más; Me encanta que cuando se obtenga un logro –deportivo, cultural, artístico, creativo o de paz- que alguno de mis compatriotas lo consiga, podamos tener un momento de felicidad sincera, aunque fugaz y prestada. Todo eso produce, sin dudas, una sensación maravillosa de esperanza por el futuro que nos cabe a quienes compartimos suelos y folklore – en su sentido más amplio-.
Pero la patria, como real, sigue siendo ese puñado de personas con las cuales pude disfrutar el encuentro y la diferencia, aquellas personas que estuvieron a mi lado ante la injusticia grande o pequeña, aquellas a las que pude ver el blanco de sus sonrisas, la forma reconocida de la tristeza; aquellas personas que no dudaron en tomar mi pan y ofrecerme su bebida; aquellas personas que, a su modo, con sus palabras, con su lenguaje, me cobijaron, me recibieron y fueron recibidos y cobijados por mí. Esas personas de ayer, de hoy y las que están por venir. Porque la patria no es, quizás sólo el terruño sino el camino y este siempre es el encuentro, con el otro, con el igual, sea cual sea su idioma, su religión, su piel, su diversidad, recordando que yo soy ese otro para él/ella.
Mi patria, lo digo, no sabe de idiomas –aunque mi facilidad sea con uno solo-; no sabe de límites, aunque ellos me impidan e impidan a otros el encuentro, no sabe de otra ideología que el creer que a veces el verdadero color de la bandera que nos hace falta sea aquel que podamos pintar entre todos y todas y que nos cobije y que jamás, jamás de los jamases, excluya la diferencia.

sábado, mayo 19, 2012

Memoria






El diccionario dice que la memoria es la capacidad de recordar  alguna cosa que aprendimos en el pasado. Así la memoria nos permite, por ejemplo, recordar de quien es el cumpleaños el día de hoy o como citar un poema que nos gustó. Si, la memoria nos permite recordar lo que vivimos. Sin embargo, la memoria no nos hace actuar. Es decir que no alcanza con recordar de quien es el cumpleaños para que podamos sentirnos plenos, es necesario, en ocasiones, completar con el saludo, con el gesto, con la aproximación con lo que creemos o sentimos que corresponde hacer. Pero ese gesto depende, también, de los demás, de las circunstancias, de la historia, no que nuestra memoria recuerda, sino de la que sentimos.
La memoria nos permite trazar recorridos de los pasos que hicimos, por eso, tal vez, recuerdo, lo de “Caminante, son tus huellas/ el camino, y nada más”. Pero, como bien lo describe un autor que se llama Schacter, la memoria tiene sus pecados (Transitoriedad, Ausencia de conciencia sicológica, Bloqueo, Atribución errónea, Sugestibilidad, Parcialidad y Persistencia). Formas de hacer que lo que recordamos, a veces, no sean recuerdos sino otras cuestiones. Así, en ocasiones, construimos historias sobre lo que vivimos para sentirnos bien o mal. A veces, nuestra memoria nos permite el reconstruir el camino dando sentido a los pasos, otras, simplemente actúa como perdonándonos.
La memoria seguirá siendo siempre ese modo que tenemos para rescatar de nuestros pasos ya dados esos momentos que son donde nos apoyamos, nos construimos, nos amamos, nos descubrimos y tanto más.
Nada ni nadie puede evitar que nuestra memoria nos acompañe. Ella, a veces, nos ayuda, nos dificulta, nos preocupa, nos altera, nos engrandece, nos hace, en definitiva reír o llorar. Por eso, como un regalo, recuerdo y ofrezco ese verso de una canción de Rubén Blades que se llama Parao : “Disfrutando la memoria de los ríos que he cruzao/ Aunque casi me haya ahogao, sigo parao!

jueves, mayo 17, 2012

El mundo gira


El mundo gira con nosotros o sin nosotros. La inevitabilidad humana es que todos somos prescindibles, innecesarios para la humanidad. Nadie, absolutamente nadie de toda la humanidad es vital para que esta exista. Mi ausencia será una ausencia más de los tantos millones de personas que ya están ausentes desde que existimos como especie. Aunque parezca insensible es una descripción manifiesta de la realidad humana.
Pensemos que el mundo giró aunque se murieron las personas más trascendentes que uno puede imaginar. Sean estos científicos, santos, escritores, artistas, creadores, emperadores, reyes, mesías y lo que se les ocurra poner en la lista. Aún cuando Caín mató a Abel, el mundo siguió girando. Por eso ese hecho no tiene ninguna importancia para que el mundo gire, el tiempo siga su curso y todo lo que ello implica.

Si, así es. Pero también existe otra ‘verdad’. El ser humano existe porque hay otro. Este principio básico es, tal vez, el punto más fundamental donde la humanidad toma valor en lo cotidiano y no en ese macro incontestable. Es decir que para este ser humano (tú, yo y el del frente), lo que sigue siendo vital, esencial, contundente fue, es y será ese instante de eternidad donde uno se encuentra con el otro. Ese lapso brevísimo donde la presencia se hace infinita y, que produce, en consecuencia, que la ausencia pueda tomar el peso del vacío.
La vida de la humanidad no es la vida del ser humano. La vida del ser humano es ese camino donde somos capaces de recrear la humanidad entera en nuestro cotidiano. Donde podemos desafiar la eternidad y el infinito en el minúsculo gesto del encuentro. Donde podemos, sin más, percibir como real que el mundo deja de girar por esa alegría o aquella tristeza.
En esa inevitable capacidad de síntesis de la humanidad que existe, cual código genético, en todo ser humano es donde se depositan, tal vez, la esperanza de lo que aún nos falta mejorar para que el mundo siga girando pero que quienes están dentro “giren” mejor, cada día, en cada lugar, en cada encuentro.

martes, mayo 08, 2012

El hartazgo


Me duele el alma. Me mata la incoherente sensación de vivir en un mundo, a la par, tan cruel y con tantos sueños hermosos. Me quita las fuerzas darme cuenta que lo que tenemos es lo que todavía no nos quitaron los que tienen el poder. Que la bondad, por más que exista, tiene tan poco peso en este mundo. Que los intereses de los poderosos siempre pueden más que cualquier buena intención.
Me dan bronca los que engañaron a los jóvenes llevándolos a guerras que esos individuos necesitan. Detesto a quienes se llevaron a artistas porque decidieron hablar de lo que siempre hablan los artistas, aún sin sentirlo, sin creerlo o sin vivirlo, de libertad, de creación, de sueños de otros, de utopías, de igualdad, de sentirnos cerca.
Me da una pena de rabia los que empuñaron las armas, pero sobre todo los que en parapetados escritorios empujaron a las armas a los demás. A los que desde púlpitos, desde escenarios, desde estrados impulsaron el enfrentamiento donde dejaban la piel y el alma los que valen la pena, siempre los otros.

Me da tristeza los que solo persiguieron utopías y su crimen fue ajusticiado por ese delito que jamás se debería condenar, el de tejer sueños donde la felicidad sea un fruto siempre maduro, al alcance de todos.
Me rebela, desde el alma, hasta las músculos, desde el sentimiento, hasta las ideas, la incapacidad que tenemos para darnos cuenta que no importa el color del poder, no importa el sino de la opresión, no importa la ideología del dominador, no importa el credo que manifiesta, solo importa una cosa, que haya personas que no sean capaces de aceptar que puedas pensar distinto, que puedas creer diferente, que puedas sonreír por otras cosas, que te conmueva otro sentimiento, que te alienten palabras opuestas a las suyas, que no tienes poder y que su poder no debe servir para hacer daño. Porque la libertad es algo que todavía no conquistamos, que la independencia todavía es una utopía, que el camino aún es una senda en una selva espesa, que el horizonte está todavía muy lejos, que los pastores, políticos, autoridades, revolucionarios armados, terroristas reconvertidos, Mesías de todas clases no tiene el sino de dirigirnos a nuestro norte, sino a nuestro abismo.
El camino no es el que nos dicen, sino el que nos permiten elegir, el que se abre camino con nuestras manos, que nos hace eco en nuestras sonrisas, que facilita la palabra compartida y la palabra escuchada.
Basta. Basta de de todos los falsos profetas, de los antiguos inquisidores, de todos aquellos que pregonan la libertad que nace desde la esclavitud, que solo pretenden hacer una sola cosa: hacernos olvidar que somos quienes somos, cada uno y cada cual, que la única locura permitida es poder vivir y que lo difícil no es la revolución armada de cualquier sino o ideología, pues todas se tiñen de la sangre de los inocentes. Lo difícil es la revolución de darnos cuenta que la verdad no existe, sino que la vamos construyendo, que la vamos moldeando y que solo puede hacerse realidad con el único material real que sirve para construirla: la felicidad de todos.

domingo, 30 de enero de 2005

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