domingo, enero 27, 2013

Dialogar


Dialogar es una de esas acciones que se hacen de tantas maneras posibles. Manifiestan modalidades, limitaciones, imaginación, terquedad, confianza, distancia, intimidad, irritabilidad, cercanía, agresividad y más. En ese simple hecho de dos personas intercambiar frases de forma hilvanada o que lo parezca forma parte de esas actividades inevitablemente humana e imprescindiblemente relacional.
Pero, no es el diálogo el que hace que estemos bien, mejor y superándonos sino la calidad del mismo. Dialogar todos podemos hacerlo; tanto como bailar. Pero disfrutarlo al hacerlo con nuestros recurso –sean pocos o muchos-; perfeccionarlo –adquiriendo técnicas y demás- para hacer que el mismo sea un disfrute mayor para uno y los demá; diversificarlo para que toda música – o sea, situación- sea óptima en sí misma para hacerlo, eso, no todos lo podemos hacer, entiéndase queremos hacerlo.
Algunos no saben dialogar porque no aprendieron los rudimentos cuando eran niños/as y, además, si incorporaron los frenos para inhibir su adquisición. Otros tienen sus limitaciones por varios lados, sean estas de léxico, de gestos, de voz o escucha u otras. Otros se cansaron de hacerlo porque el otro no lo intenta mínimamente. Otros, también, esperan el momento ideal, como una gran ola mítica y única buena para hacerlo y se pasan la vida esperando.
Otros, vale la pena decirlo, saben que mejor no hacerlo porque creen, sospechan, saben que al intentar hacerlo siempre desembocarán en los lugares donde uno no quiere llegar. Porque el dialogo siempre puede conducir a caminos insospechados, a sendas prohibidas, a territorios arriesgados, a zonas incomodas, a pasados ocultos, a silencios que gritan, a penas que no lloramos, a esas intimidades donde la desnudez es sólo fragilidad, total y definitiva.
Dialogar sigue siendo, aún con todo ello, el espacio donde el encuentro se hace posible, donde el peregrinar por palabras nos conduce a la intimidad donde se cuecen las sonrisas, donde se abriga el conocimiento, donde el pasado es vivencia que se compartió y se comparte, donde lo desconocido siempre es la oportunidad donde están los tesoros, en definitiva donde la intimidad se puede permitir y por ello, esa desnudez, sigue siendo maravillosamente frágil. Cada uno, como con la danza, debe aprender a hacerlo pero sobre todo, aún con sus limitaciones, intentar disfrutarlo.

sábado, enero 26, 2013

Locura




A mi padre le decían el “loco”. Había en ello algo de orgullo y de envidia. Nunca vi a mi padre haciendo ninguna locura, ni diciéndola. Jamás de los jamases mostro alguna duda, ni por asomo, de su cordura total. Fue inteligente, tal vez demasiado, fue culto y, lo maravilloso, fue simple en el trato. Esta es mi verdad y, aseguro, la de muchos que le conocieron. Entonces, ¿Por qué ese apelativo? Encuentro una respuesta que me sirve (como a muchos le debería servir) en unas líneas de un libro que se llama “G” de John Berger. El autor dice: “Umberto denomina locura a aquello que amenaza la estructura social que garantiza sus privilegios. (…) Pero la locura también representa la libertad con respecto a la estructura social en la que está encerrado”.
Oh, entonces la locura pasa a ser un prodigio y, lo digamos, también un suplicio. La gente necesita saber que lo que le rodea está bien y es adecuado porque le da privilegios, le permite ser algo. Cuestionarla –aunque uno se equivoque en los cuestionamientos- siempre conlleva el riesgo de ser tildado de “loco” y esto no es simple poesía y algo menor sino todo lo contrario. Ese apelativo tiene consecuencias muy pragmáticas en la vida y en cómo se organizan las relaciones. Al “loco” siempre se lo ve diferente, se lo trata diferente y, tarde o temprano, se lo quiere normalizar, aunque sea excluyéndolo, apelando a lo que no se entiende.
Mi padre no era un revolucionario si se piensa en los términos de los locos aventureros; tampoco era uno de esos locos lindos que animan las fiestas ya que hacen lo que los demás no se animan a hacer pero si esperan el espectáculo. El, simplemente, seguía sus convicciones, sus ideas, se apasionaba con tantas cosas y, sin embargo mantenía también los pies en la tierra. De un modo muy real. Era, para mí, una síntesis del poema Si (If, en el original) de Rudyard Kipling. Para lo que no lo conocen, bien vale hacerlo. Helo aquí:

Si puedes mantener la cabeza cuando todo a tu alrededor
pierde la suya y te culpan por ello;
Si puedes confiar en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero admites también sus dudas;
Si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o, siendo engañado, no pagar con mentiras,
o, siendo odiado, no dar lugar al odio,
y sin embargo no parecer demasiado bueno, ni hablar demasiado sabiamente;
Si puedes soñar-y no hacer de los sueños tu maestro;
Si puedes pensar-y no hacer de los pensamientos tu objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el desastre
y tratar a esos dos impostores exactamente igual,
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho
retorcida por malvados para hacer una trampa para tontos,
O ver rotas las cosas que has puesto en tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas desgastadas;
Si puedes hacer un montón con todas tus ganancias
y arriesgarlo a un golpe de azar,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir nunca una palabra acerca de tu pérdida;
Si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno mucho tiempo después de que se hayan gastado
y así mantenerte cuando no queda nada dentro de ti
excepto la Voluntad que les dice: “¡Resistid!”
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud
o pasear con reyes y no perder el sentido común;
Si ni los enemigos ni los queridos amigos pueden herirte;
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
Si puedes llenar el minuto inolvidable
con un recorrido de sesenta valiosos segundos.
Tuya es la Tierra y todo lo que contiene,
y —lo que es más— ¡serás un Hombre, hijo mío!

La locura, en estos términos, implicó siempre la opción que escogió, un universitario bajo ese lema de “pedes in terra ad sidera visus”. Lo vivió así, a pesar de los demás pero sin la intención de hacerlo en contra de nadie. Pero claro, era mi padre.

viernes, enero 18, 2013

Epifanía


La epifanía es un término que enamora (en realidad, me enamora). Creo que cuando uno lo descubre como sinónimo de manifestación uno siente que debe disfrutarlo y, sin estar aguardando, esperarlas que aparezca. Efectivamente es un término que conlleva magia. No solo por los reyes magos; así se llama la festividad del 6 de enero en el mundo católico (y, en aquellos que la usufructúan, aún sin ser ni, pretender serlos – algo realmente maravilloso sea dicho de paso-).
Lo cierto que tener una epifanía se aplica cuando algo surge de una forma tan evidente ante nuestros ojos que se hace realmente imposible ignorarlo, independiente que los demás –por lo general es así-  no lo vean como uno, ni nada parecido.
Tener una epifanía es como darse cuenta de algo que estaba allí desde hace tiempo sin que los percibamos y, muchas veces, sin que creamos que es posible. La ciencia, por su parte, nos muestra sus epifanías, por ejemplo, con el “Eureka” con la “manzana de Newton” y con el increíble caso de “Serendipity”.
Una de las epifanías más importantes es darse cuenta de algo que nos está afectando desde hace tiempo sin que ni uno, ni nadie lo perciba tan fácilmente. Es, lo que se da en la violencia sutil, por ejemplo. La del menosprecio, la verbal, la emocional. No siempre es evidente pero produce el efecto deletéreo en la persona. Afecta, mucho y de forma constante. Al final termina condicionando las acciones, definiendo los comportamientos y minando los ánimos. Esa violencia que los demás no ven, que hasta la ven como otra cosa y, por lo tanto, la consideran necesaria, justa, adecuada para la situación. Si, esa violencia que afecta la autoestima del otro con un barniz de franqueza. Esa violencia que parece salir del famoso “te lo digo porque te quiero”. Esa violencia que se apoya sobre alguna cuestión casi unánime pero que taladra el cerebro, horada la piedra, destruye desde adentro y hace que el daño sea más grave.
Darse cuenta de algo que está allí desde hace tiempo y que nos cambia la vida el hacerlo. Eso es importante. No es darse cuenta de algo intrascendente sino de algo que modifica la ecuación vital de forma contundente. Eso es una epifanía.
Borges lo dice de manera contundente y hermosa al referir que “un prosista chino ha observado que el unicornio, en razón misma de lo anómalo que es, ha de pasar inadvertido. Los ojos ven lo que están habituados a ver”. Por ello, debemos comenzar a ver las cosas de otro modo y así, favorecer que los demás también comiencen a ver de otro modo, aunque sea diferente al nuestro.
Podemos juntos cambiar las cosas pero para ello, nos debemos esforzar en hacer evidente lo que es realmente evidente y que no estamos viendo. Aumentar nuestra dedicación para hacer que las demás tengan esas herramientas necesarias, fundamentales que tiene que ver con permitir ver lo que está bajo nuestras narices.

sábado, enero 12, 2013

Niñez


Educar un hijo es una verdadera aventura, generalmente. Si uno quiere planificar se encuentra con una biblioteca profusa que da consejos sumamente comprensibles. Muchos de esos consejos se oponen entre ellos. Según la época, la circunstancia y la capacidad de lectura. Sin olvidar la lógica evolución de usos y costumbres y, valga decirlo aunque no lo mencionen, el cerebro de los niños/as que produce una inevitable autonomía de ellos en el vivir. Lo que resulta en el hecho que los libros pasan a ser como un compendio de frases de las cuales uno se acuerda, a veces, alguna con cierta fidelidad al texto. El resto, queda sumido a hojas nunca leídas de libros que quedan en algún rincón de la librería o de la casa.
Creo que sólo tres principios se me ocurren como sugerencias. Sin pretender que esos sean los únicos pero si me parecen que son una brújula confiable y eficaz, por más que muchas veces perdamos el rumbo (por eso es una aventura, ¿no?).
El primer principio es simple. Dile todos los días que lo quieren. Así de simple y contundente. Aunque pensándolo bien valdría para todos y todas a quienes queremos. Una aclaración, que puede parecer tonta. Decirle que lo quieres significa decir, textualmente: “Te quiero, hijo/a”. No implica gestos de fácil interpretación para uno, regalos sorpresivos y sorpresas diversas; aunque estos sean también recomendables hacer. Decir tampoco implica gestos de cariño –por otra parte también imprescindibles-. Decir significa, clara y lisamente, expresarles, literalmente: “te quiero”. Valga, también, decir  Te amo, hijo/a. Decirlo y repetirlo, una, dos y más veces por día. Sin cansancio, sin miedo, sin sorna. Aunque estés cansado, con temores, aunque te rías. Decirlo con la convicción de sentirlo y sentir que lo sientes.
Tal vez, si lo haces con esa tranquilidad del sentimiento y la convicción del artesano consigas que, él o ella, un día, naturalmente, te diga “yo también, papa/mama” y aún más que te deleite con lo más completo: yo también te amo, papa/mama. Es el primer aprendizaje que un niño debe recibir, tal vez, y el que es capaz de darle una cierta inmunidad a la crueldad inevitable que hay por allí. También, le permite comprender que sentir los sentimientos es fabuloso pero que ellos necesitan expresarse claramente.
Lo segundo, mucho más difícil: es mostrar los límites Porque los mapas son verdaderos enigmas. El límite, lo digamos, es aquello que separa de forma clara dos cosas. Estamos hablando de esos límites que existen entre los “no” imprescindibles y los “si” necesarios; el que separa los accidentes evitables de los golpes inevitables; de la libertad creciente de la responsabilidad limitante; de la protección exasperada de la autonomía enriquecedora; de la palabra ignorada del silencio elocuente; de la imaginación recortada del descubrimiento del arte.
Finalmente, tal vez la clave más importante –y hoy la más complicada- sea asumir que los niños son niños. O sea asumir la simple idea que la infancia es la niñez. Esa etapa donde descubren el mundo, donde las preguntas tienen la magia de la curiosidad y la amplitud de la inocencia y que, como tal, deben ser consideradas y contestadas. Que un niño que tenga 7 años se comporte como niño de cuatro años es, tal vez, una prueba de nuestra eficacia. Ya tendrán tiempo de apresurar los pasos. Dejemos que los niños vengan a nosotros, dejad que los niños sean niños. Ojala alguien nos lo diga permanentemente. Tal vez así podamos permitirnos la dicha de ser felices con poco y plenos con lo que tenemos y, con viento a favor, recuperar esa niñez que nos espera en alguna parte.

sábado, enero 05, 2013

Sonrisas


Un reflejo del alma, un mensaje que va seguro. Una forma de tomar atajos para llegar rápido al alma. Es la sinceridad hecha gesto, es la confianza puesta en evidencia. Es la fortaleza de la simplicidad. Es la mezcla exacta entre alegría y paz. Una sonrisa es una forma de abrir el corazón y no sentirse que uno lo exponga por más que se lo ofrece. Es el gesto que nos define como seres divinos y como seres humanos. Es jugar a ser estrellas por un momento y sumergirnos en un mar.
Una sonrisa es como un pacto de confianza inquebrantable. Sólo se puede dar si existen ciertas cosas. Nunca una sonrisa es obligada, nunca se basa en cosas superficiales por más que nuestros labios puedan realizar la mímica con la perfección del artista. Una sonrisa sólo nace de la mina de los sentimientos que tenemos. Se viste en el arcón de los recuerdos, que no son nunca historia viejas, sino que son realidades que vivimos. Una sonrisa es la prueba elocuente de momentos, esas intimidades que se comparten.
¡Cómo no agradecer cuando una sonrisa surge! Cuando una sonrisa se ofrece. No hay sonrisas forzadas, las hay espontaneas y cuando la aprendes a saborear se hacen necesarias como aire. Si podes vivir sin ellas, pero la vida, la verdadera vida, la que se disfruta necesita de ellas como agua de mayo.
Cierra los ojos, si no me crees y evoca a las personas que amas –o amaste-, las que están cerca de ti y las que ya están lejos. Piénsalas como cercanas, imagínalas como presentes, vivas y reales y al hacerlo, estoy segura, que su imagen se aparecerá con una sonrisa y, aún con menos dudas, una sonrisa se dibujará en tu rostro.
He recibido sonrisas en mi vida, como todos. Hoy las atesoro. Las evoco, sin pretenderlo y las buscó con intención. Son ellas, los antiguos guijarros que sé que me llevan siempre a esos lugares donde me encuentro. Muchas de ellas invocan a mis sonrisas también. He ahí la prueba irrefutable de la vida misma.
A veces, creo - tal vez imagino es mejor y, seguramente, deseo, es más correcto- que alguien me piensa en sonrisas, que las evoque y de alguna forma las añore. Es allí, donde, aún sin saberlo, estamos agradeciendo vivencias, augurando encuentros, construyendo felicidad.

miércoles, enero 02, 2013

Maleta de viaje



El viajar forma parte de nuestra humanidad. Desde siempre y por siempre. Lo hacemos haciéndolo y, también, sin hacerlo. Viajamos transitando caminos, peregrinando sendas, deambulando parajes, surcando mares, atravesando cielos. Viajamos con los pensamientos, con las ideas, con la imaginación, con el deseo. Lo hacemos desde que migramos por primera vez, por el canal del parto, como le llaman o, para muchos, aún antes, cuando la idea de nosotros se hace un poco realidad. Viajaremos finalmente, con o sin moneda, en la barcaza que dicen los mitos Y luego, quien sabe.
Cuando lo comprendemos, amamos viajar, deseamos hacerlo aún más y, en ocasiones, nos cansamos de hacerlo. No todos viajan, también, aún aquellos que viajan, aunque parezca paradójico o enrevesado. Porque viajar, es más que circular, es permitirse el lujo de lo diferente, de lo extraño.
Para viajar uno prepara su maleta de viaje (si, mochila es más practica pero menos poética). Pone en ella lo que cree indispensable. Algunos de forma muy práctica, como viendo lo que uno necesita y no como deben presentarse en el viaje. Otros rellenan maletas de un universo de cosas imposibles de usar en un viaje pero “por las dudas”, llevan hasta lo improbable. Tal vez, sean ingenuos, tal vez sean sólo miedosos de quedar desnudos, tal vez no consiguen dejar de aparentar.
Más allá de lo mucho o poco que nuestra maleta tenga, un par de cosas deberían ser inevitables a portar. Hago mi listado, sin pretensión de hacer generalización de cualquier tipo. He aquí lo que mi maleta no se priva:
El recuerdo de mis raíces y la memoria de mis deseos de viaje. Lo primero porque es allí donde radican certezas, dudas e inquietudes; lo segundo, porque es ella la que hace que el camino del andar sea un destino. Va en ello los paisajes que reproducimos en distintos lugares, encontrando detalles del espacio en todos lados. No, no se unifica, se recrea lo cotidiano en lo diverso.
El amor que hizo tatuajes en mi alma y que recuerdo en la piel que recorrió. Es inevitable. La vida es corta o larga por el tiempo que usamos de ella para amar. Van con ella los besos dados y los que aún mis labios guardan; las caricias, todas las que recibí y las que aún debo dar. ¡Dios me libre de haberlas agotadas! Y esos gestos que se reservan a la desnudez y se viven con los sentidos, los conocidos y aquellos que, mágicamente, aparecen en ese único momento.
Los momentos, vuelvo a esa idea, donde la intimidad se compartió. Donde por un instante, aunque sea fugaz, otro nos permitió celebrar el encuentro, deleitarnos con la gracia que produce sabernos iguales y diferentes. Recibir o darnos a otro de forma íntima, aunque la piel nunca se toque.
Las amistades, como no. Aquellas que simplemente escucharon nuestro lamento y nos dieron lo que pudieron pero con la intención de acallara nuestro dolor. Esas personas con las que una alegría se la comparte con la satisfacción que la envidia están vedadas.
Las sonrisas que iluminaron porque con ellas tu camino tuvo norte, refugio, andar y más. Un par de bailes porque la vida sin baile es un vacio pobre de ideas, de sentidos y de sentires. Una canción, tal vez más, que nos elevan y nos protegen. Una comida que no importa sus sabores, sino la fragancia total que la acompaña. Un libro, aquel que aún nos deleita hojear, sumergirnos y recrear. Una película que nos hable de nuestras carencias y de nuestros límites y que nos emocione, o con llanto franco y con ganas.
La tentación y el placer. Por lo que no conocemos y que nos puede inquietar, nunca sumar miedos. Por aquello que está al otro lado de la esquina o, un poco más lejos de aquella sombra. Por ese placer que sentimos y el que estamos por sentir. Por esa tentación que no sabemos que nos producirá pero que tal vez valga siempre la pena intentar.
Finalmente, no te olvides, completa la maleta con un buen calzado, algo impermeable, una muda de ropa, un pañuelo para secar lágrimas de alguien, un sombrero y un cepillo de dientes. El resto, tal vez, sobre en la mayoría de los viajes.

Entrada destacada

Deseos 2020

Este año es bisiesto. Como cada 4 años, dirán, pero esta vez lo noté. Un día más, un año diferente. Una ilusión de creer que lo excepcio...