miércoles, julio 31, 2019

Una reflexión filosófica









Es común escuchar argumentar que “estás filosofando” para referirse al hecho que lo que se habla no es muy práctico. Así, filosofar (hacer filosofía en la vida cotidiana) es algo que se opone al día a día. Una división que manifiesta otra muy utilizada: lo teórico y lo práctico. Como si ambas fueran no sólo diferentes (¡que lo son!) sino que, además, no podrían convivir. Hoy vengo concretamente a defender esta idea que “filosofar” es, esencialmente, pensar para hacer y hacer en base a pensar. Lo que importa realmente no es el pensamiento, sino cuan asociado está en una secuencia temporal el pensar con el hacer. No filosofar es una amenaza para la acción, tanto por no hacerlo como por hacer que el tiempo para ello sea incalculable.
Para mi reflexión conviene las preguntas que realiza Imanuel Kant son de mucha utilidad. El filósofo alemán plantea que hay tres preguntas esenciales que la filosofía debe procurar dar respuesta. Ellas son:
1. —¿ Qué puedo saber?
2. —¿Qué debo hacer?
3. —¿Qué me cabe esperar?
El luego dice, con la limitación que da la ausencia del género como perspectiva, que todo se puede resumir en la pregunta 4: ¿Qué es el hombre? … responde la antropología. Dice el autor: “En el fondo, todas estas disciplinas se podrían refundir en la antropología, porque las tres primeras cuestiones revierten en la última.”
Es decir que, si pensamos que actuamos responsablemente en cualquier actividad, esto conlleva tomar decisiones prácticas con el mayor conocimiento posible. Hacer cosas sin medir consecuencias, o sea sin tomar en consideración lo que puedo saber es un signo de irresponsabilidad pragmática.
Si no sabemos nuestros límites en las acciones que ejecutamos es decir lo que “debo hacer”, nuestras acciones serían un juego de azar sin control y, sobre todo una invasión intrépida a los demás que la sabiduría popular condensó con: “el comedido sale jodido”.
La tercera pregunta tiene que ver con una verdad oculta siempre. Hacemos para algo. Hacemos por alguien, pero hacemos también por nosotros mismos. Aun la actitud más filantrópica nace de nuestra tendencia construida de ver el mundo y nuestro rol. Tenerlo en claro, quizás ayuda a la paz, satisfacción y serenidad que genera la tarea que uno hace.
La última pregunta, tan personal, tan definitiva, tan asociada a la identidad necesita una respuesta para que nuestras acciones no sean un boomerang permanente que nos regresa para golpearnos, sino lo que la da razón a un hacer.
Definitivamente es verdad, “a Dios rogando y con el mazo dando”. O sea no podemos quedarnos en palabras cuando la acción nos exige hacer. O sea, claramente podemos tomar un tiempo para saber dónde vamos, pero en algún momento debemos avanzar. Creer que el avanzar sin preguntarnos el fin es lo que hacen los activos, los prácticos, es sencillamente una tontera indefendible.
Sí, creo que la diferencia está en cómo optimizo las preguntas filosóficas para que no sean un freno para la acción sino un motor para ellas. Eso sí está claro. Pero, por favor, que las acciones nazcan de filosofar no sólo lo defiendo sino lo espero de quienes deben decidir cosas que me atañen, desde la política hasta el acto médico.


domingo, julio 28, 2019

Argumentos



Parece que es muy difícil usar argumentos que apunten al tema que se discute. Argumentos que desarmen la estructura de pensamiento y que no apunten al otro como persona. Está claro que es algo a lo que se recurre habitualmente. Lo curioso es que, muchas veces, teniendo argumentaciones mejores, se cae en esto de “matar al mensajero”. Pero la emoción nos juega siempre como una tentación de satisfacción rápida. Sin dudas, motivado por la sensación que el argumento que nos dan es de una pobreza enorme o, en ocasiones, de una injusticia flagrante.
Veamos el ejemplo que motiva mi reflexión. Una persona manifiesta públicamente una opinión que debería ser insostenible. Esa opinión va en contra de lo que un grupo particular defiende (defiendo también). Claramente esa opinión está no sólo en las antípodas de este grupo, sino que, además, está hecha por un varón contra un colectivo de muchas mujeres, no exclusivamente. Dos respuestas vertidas en este colectivo  me llaman la atención: 1- “Claramente tiene algún tema no resuelto con las mujeres porque no se cansa de atacarnos” y 2- “Si... probablemente tiene casi nada y necesita demostrar poder. O no se asume”.
Dos elementos me parecen importantes destacar en estos argumentos expresados. El primero, que aun pudiendo ser verosímiles, implica una ficción argumentativa. Es decir, se basan más en la construcción del que está argumentando que en lo que el opinador expresa. El segundo que conlleva una fuerte presunción de sexismo y discriminación –que quien lo dice no lo percibe-. Esto es paradójico porque en el afán de defender una postura frente a un machismo utiliza uno de los argumentos más comunes en este grupo: la homosexualidad reprimida como una fuente de comportamientos nocivos. El “asumirse” es la causa de todos los males.
Me parece importante visualizar esta preocupación que deseo plantear y que se traduce en la siguiente pregunta: ¿Frente a qué argumentamos y cómo lo hacemos? Lo primero tiene que ver con una convicción actual: no todo debe ser contestado, porque al hacerlo estamos dando entidad a cosas que no lo tienen o no merecen tenerlo. Una estupidez malsana, construida sin raciocinio no debería ser respondida, salvo como conducta pedagógica en contextos de educación. Nunca en el debate. Y, sobre lo segundo, es una gran inquietud si realmente pensamos antes de hablar. Y, aún más grave, si en algún momento revisamos nuestra argumentación para corregir nuestros errores de construcción y no dilapidar oportunidades cuando defendemos aquello que consideramos justo, equitativo, noble. Defender lo que se considera verdadero es un desafío. Porque la verdad que vemos como imprescindible, necesaria e innegociable necesita nuestras mejores formas y no sólo el vómito intelectual. Nuestra mejor verdad necesita que seamos inteligentes, críticos y fuertes para no ceder ante el peor enemigo que puede tener nuestra razón: nosotros y nuestra mala argumentación.

28/7/19

sábado, julio 20, 2019

Día del amigo, de la amiga

Día del amigo, dice el calendario comercial y nos permite recordar en esta fecha a muchas personas. Personas que circunstancialmente están cerca y reciben el “felicidades”, otras que están más lejos y que no pueden ser felicitadas. Hay, además, otras personas con las cuales en otro tiempo celebrábamos este día y hoy están lejos en el recuerdo, alejadas en el sentimiento, olvidadas en nuestros gestos.
En días como estos cada uno de nosotros se encuentra bombardeado por los gestos simbólicos que recuerdan una forma de ser y de vivir, que nos insisten sobre ese sentimiento esencial para tener la felicidad: el hecho de encontrar un eco para nuestra necesidad en otra persona; poder tener la sensación de contar con alguien cuando llegue alguna de las muchas necesidades que siempre tenemos a lo largo de nuestras vidas.
No soy adepto a estas fechas colectivas, a este tipo de celebraciones que movilizan el sentimiento por empujones sociales, en ocasiones más que por otra cosa. Pero, no puedo negar que, muchas veces, son esos oleajes, los que permiten que algunas personas sean capaces de expresar los sentimientos que muchas veces, no se autorizan a decir a los demás, el resto del tiempo.

Sobre ser amigos, recurran a otros y otras. Muchos y muchas han escrito cosas muy lindas y, hoy, los "S-pam nuestros de cada día" nos permiten conocer, sin mucho esfuerzo, muchas de esas ideas o sus plagios pobres; también te bombardearán por whatshap con un montón de fotos lindas, donde esos pensamientos casi iluminados y demasiados sensibleros parecen hasta más lindos o, en realidad, en estos días hay que aceptarlos como monedas de cambio; se filtrarán, seguramente un mensaje ingenioso que genera una sonrisa, hasta que el mismo mensaje te llega por la "millonésima vez de nuevo" en los diferentes grupos -o en el mismo- y ya vuelve a ser una simple cursileria sin sentido. Pero bueno, todo sea por estas 24 "horas locas".

Sólo sé que la amistad es algo que supera las circunstancias que la vieron nacer. Uno es amigo no cuando se conoce casualmente, aunque toda amistad nace por azar. Se transforma en amigo cuando, luego de ese inicio, 
es capaz de tomar distancia de aquellas circunstancias iniciales y podemos reencontrarnos y recrear antiguos momentos siempre con nuevas cosas. Ser amigos es la capacidad de permitirnos comunicarnos sobre nuestro cotidiano y saber que existen personas que pueden darnos algo, cada uno una cosa diferente, cada uno algo que nos produce el secreto placer de estar acompañado de algún modo muy precioso para cada uno en el momento que se precisa o, cuando sea. O sea, creo que cuando la película de nuestra vida se acabe, también seremos juzgados por el amor de la amistad.
Felicidades para aquellos que, como dije en algún momento, siempre fueron olmos y nunca perales, pero sobre todo a los perales que siempre tuvieron, tienen y tendrán peras deliciosas. 

Amigos y amigas

La amistad es algo que nos encanta. Hay definiciones para todo tipo pero, en general, coinciden con que el amigo, la amiga, es aquella persona que está cuando es necesario y con el cual tenés, en algo, una confianza mayor que la media, lo que conlleva que conoce, seguramente, algo más de tu intimidad que el promedio de las personas. Es una persona que ha sido testigo de alguna de tus fragilidades o de tus necesidades y ha actuado, en ese momento, del modo que te ha ayudado, a veces, simplemente mostrando que no estás solo. En definitiva, es una persona con la que has compartido y te gusta compartir. ¿Todo? No, pero si tus mejores alegrías, porque se potencia al hacerlo, y tristezas, porque te sientes acompañado, quizás aliviado.
Es una persona y no crean que eso sea sólo una obviedad. Lo digo así porque es todo el otro el que es, eventualmente, una amiga o un amigo. Allí se agrega otro elemento a tener en cuenta. Un amigo no se transforma por eso en un ser ni perfecto, ni asexual, ni impoluto. Es decir, todos tenemos nuestras propias tonterías, inclusive los amigos. Lo que nos garantiza la amistad es, por ejemplo, que su crítica (buena o mala, inteligente o estúpida) no afecta el hecho que esa persona es en quien confiamos. Aclaremos, está bueno que sepamos aclarar para qué confiamos. Algo así como no todos los amigos son iguales, obviedad nuevamente. Ni todos te pueden aportar lo mismo. Es una estupidez pensar así.
Ahora bien, ¿qué hacemos con la posible atracción, deseo que pueda surgir? Primero, lo lógico. Recordar que sentirnos atraídos por alguien es normal, es lo que nos transforma en “seres eróticos” condición humana incluida en nuestro “adn” humano. Que eso sea reciproco es muy bueno pero, muchos lo sabemos, eso no siempre pasa; no es tan habitual para algunos. Pero, podemos comprender que cuánto más conocemos a alguien más fácil es que esas personas sean más interesantes para uno. Vamos conociendo sus formas, espacios y modalidades.
De repente nos encontramos siendo amigos (me sitúo aquí en heterosexual), de una mujer con la que tenemos afinidad y tenemos un afecto. Se me antojan, frente a ello, tres posibilidades: que realmente seamos amigos, que no lo seamos pero juguemos a serlo y que no sepamos que somos pero parece que podríamos serlos por la circunstancia. Porque cuando no sabes para dónde vas en el encuentro de alguien, con quien tenes un interés que no lo defines claramente, la palabra amigo viene bien como una suerte de “protector”.
Lo que quiero señalar que esas personas con las que vas a ser amigo, son personas reales. Esto, por definición de heterosexual, son pasibles de ser deseables para el sexo opuesto como, si esas personas también son hetero, también nos convertimos en pasibles de ser deseables para ellas. No hay secreto sobre eso. Es lógica relacional.
Dicho de modo más directo: comprendamos que la amistad no inhibe el deseo. Pero tampoco la amistad garantiza el deseo y mucho menos que este sea reciproco. No estoy hablando de los mal llamados “amigovios” o “amigos con beneficios” que es una categoría donde la noción de amistad es posterior al hecho de un interés sexual.
A ver, recordemos serás amigos con alguien que entra en nuestro universo de personas que te pueden aportar algo. No entra en ese universo personas que son desagradables para ti, sino con las que tienes una sintonía en algún aspecto. ¿Adónde quiero llegar? Pues a lo siguiente. El deseo es inherente a uno. La amistad no lo genera, tampoco lo inhibe, si podría hasta potenciarlo si existiese. ¿Esto es un problema? No sé. Creo que una amistad en serio se banca el deseo, sin engañarse bajo apelativos falsos. Si, claramente, una buena amistad se banca un deseo no recíproco por más que ni hace falta el deseo para que la amistad exista.
Ahora bien y, ¿si es reciproco? Pues se aprende a gestionarlo de la mejor manera y para ello, lo ideal será apoyarse en lo innegable de la amistad: la palabra, la confianza, el conocimiento del otro y la intención de aportar lo mejor posible dentro de lo probable para que esa amiga/o. Lo que deberíamos pensar, en definitiva, en relación a una persona:
Ojalá tengamos amigos, siempre. Ojalá tengamos deseo siempre. Pensado así, es simple, pueden coincidir. Intentemos que si aparecen, no dañe, sino se potencie siempre.





lunes, julio 15, 2019

Opinión


 El sesgo es inevitable cuando opinamos. Podemos reducirlo al máximo. Podemos maquillarlo con profesional capacidad y, al hacerlo, puede parecer que no existe. Pero siempre está, porque el sesgo no es otra cosa que nuestra forma de ver el mundo. Obviamente cuanto más alejado estamos de lo que opinamos (más lejos en todo sentido) menos visible estará nuestro sesgo.
Sumado a esto, va una segunda obviedad, los demás cuando leen/escuchan la opinión también lo hacen con su propio sesgo. Porque el sesgo de lectura y de escucha es igualmente inevitable (oscilando entre lo más aséptico y lo más comprometido). Entonces, ¿porque es tanto problema ese sesgo?
Porque nuestro sesgo siempre da lógica a lo que pensamos y pone en duda lo contrario. El ejercicio de todo es posible sirve para debates chicos, ajenos a la vida, a los abogados del diablo y a los discutidores seriales. Si lo que digo es serio, lo contrario debería ser lo contrario. Y las parejas de posibilidades siempre están establecidas por ello justo/injusto/ responsable/irresponsable, corrupto/no corrupto, y se puede seguir.
Una opinión no es la verdad, sino nuestra forma de reducir lo que existe, lo que se cree, lo que se ha leído, lo que se ha escuchado, hoy lo que se ha whastsAppeado, a una matriz de verdad que tiene la limitación por donde fuera en la mayoría de los casos pero que aparece como indiscutible según la forma que estoy viendo el mundo.
Todos, algunas veces, hemos tenido opiniones que se han probado como erradas, como totalmente fuera de lugar, con un análisis de una pobreza intelectual que nos avergonzaría. Algunas veces hemos cambiado de opinión y otras, para no ceder, la hemos mantenido a pensar nuestro. Porque eran nuestras opiniones o, muchas veces, porque la habíamos emitido como un compendio de verdad y de virtud.
Si, muchas veces hemos pretendido confundir la opinión con los hechos. Pero son dos cosas distintas. Los hechos son más neutros, deberían ser más concretos, más indiscutibles. Pero la opinión aparece como una forma concreta de maquillar cualquier hecho con la visión de verdad que tenemos.
La humanidad, parece, no es que sea incapaz de superar eso, sino que se divierte, se castiga y se limita y todo ello hasta le genera algún placer. Es la única explicación que haría que se justifique que la opinión siga teniendo tanto poder para tomar las decisiones importantes, aunque después las cambiemos con nada.

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