lunes, enero 26, 2015

Pautas

El vivir en sociedad implica pautas –el vivir con otro también. De un modo u otro tenemos que hacer cosas por el otro y, sobre todo, sabiendo que cosas no debemos hacer por el otro. Es un aprendizaje que necesita que estemos dispuestos. La mayoría de las pautas parecen que son de sentido común, se hacen sin cambiar mucho la rutina de uno. Casi salen como si nada. También lo digamos, son como independientes del color del que está frente. Otras las asumimos con algún golpe. Algo así como “no sabía que eso no se podía hacer” o “perdón, nunca imaginé que te molestaría eso”.
Ahora bien, fijar pautas, ponerles nombre y apellido y marcar el origen de las mismas, las consecuencias, hacerlas explicitas como método de prevención es molesto. Porque la pauta queda como algo aislado, perdido y suena más a sanción previa que a otra cosa. Es como una forma de coartar la espontaneidad que podemos tener; perdón que el otro tiene. Algo así como “no me gusta que me beses a la mañana”. Te encuentras, de repente, con ese límite en el cariño, como si la sentencia estuviera así. Allí, con la pauta dicha te sumerges en las dudas. Te explotan las dudas relacionadas. Todas muy prácticas. “¿Hasta qué hora es la mañana?”, por ejemplo. O, la existencia, “¿eso inhibe el sexo de la mañana?” o la inquietud histórica “¿pero antes te gustaba?! Es en ese momento, donde  puedes caer en la tentación terrible y lapidaria de querer aclarara algo. Porque la pauta necesita aclaración y cometes el error, ante las dudas de la pauta, preguntas. Ver la respuesta. Si, la primera la ves, porque es la no verbal: se mezclan el desprecio, la sorpresa, el enojo, la burla, el desencanto, la inquietud, la ira y, con suerte, lo absurdo.
Allí, en ese preciso momento, te das cuenta, que ya estás condenado. Eres culpable de no aceptar el valor intrínseco y divino de la pauta. Eres culpable de cuestionarla, de ser incapaz de ver lo obvio, de herir los sentimientos con tanta bajeza, de ser inescrupuloso, de no medir tus palabras, de ser injusto con todo y según tu primera respuesta, se agregaran reproches, llanto y hasta decepción permanente, aunque no visible pero si atesorada para cuando la situación amerite. Si, lo sé no entiendes, ¿Por qué? Ahora siente esa duda, siéntela en tu cuerpo, en tu mente, en tu rostro. Pues así, así quedarás en ese momento.

Luego, sólo intentarás, golpeado y desconcertado, totalmente perdido, volver a tu rutina y querer recuperar tu cotidianeidad, haciendo caso omiso de todo lo vivido pero allí está. Detrás de todo, el juez, ya se instaló en su despacho.

viernes, enero 23, 2015

Versión

Tú, yo y el del lado tenemos versiones sobre las cosas que nos pasan. La poblamos de hechos, la atestiguamos ante notario público, exigimos que se reconozca la nuestra como la más fidedigna, es más como la verdadera, inobjetable. Pero son sólo versiones. Versiones más literarias, en cualquier de sus géneros: biográfica, ficcional, poética, drama o lo que fuera. Pero es, simplemente, versiones que damos. Algunas, obviamente, tienen más consenso que otras y, en ocasiones, esas se imponen con más fuerza. Pero ni el consenso, ni la imposición dan sello de veracidad, aunque lo fueran.
Está claro que no podemos ir por la vida –o tal vez si- cuestionando todo lo que pasa y poniendo en tela de juicio todas las versiones. La vida es más apacible en ese sentido. Porque sobre lo cotidiano las versiones se asemejan y sobre lo global, por más que esté todo más cerca, en realidad las versiones diferentes sirven para estimular conversaciones de “trasnoche” (que, muchas veces, son a la siesta o la tardecita).
Lo que importa es esa versión diferente que hay entre “tú” y “yo”, sobre lo que vivimos juntos hace “un tiempito”. Allí está el problema de la humanidad. ¡Si!, porque en definitiva, construimos el todo a partir de este “vos y yo” que hacemos todos los días. ¡Ojo! No estoy hablando de parejas solamente, estoy hablando de ese “vos y yo” de cada una de las múltiples –o pocos- encuentros que tenemos cada momentos en todos los días. Claro que las que importan esas que son las cotidianas que podemos vivir con esas personas con las que nos encontramos más seguido. Pero si uno piensa hasta ese ¡buen día!, dado por un desconocido/a alguna vez nos ayudo a hacer una versión mejor de ese día.
Parece fácil pero con alguien que compartimos tener una misma versión sobre algo pero no nos olvidemos que aún entre dos personas siempre hay pequeños –o grandes- intereses, momentos, vivencias, necesidades, deseos y “mambos” diferentes, a veces, bastante divergentes.
¿Qué hacer? Pues lo único que sirve, procurar el diálogo permanente, el escuchar activamente, el sonreír bastante, el aceptar el riesgo de equivocarse, en ocasiones, el buen vino compartido, y, valga decirlo, el baile que se intenta. Con todo ello, seguirá habiendo más de una versión pero más posibilidades que eso nunca sea abismo que separe, una muralla que nos aísle. Así, seguramente, podremos, seguir construyendo una versión que nos permita el lujo de compartirla.

lunes, enero 19, 2015

¡Basta!...por favor...




La muerte del fiscal Nisman en la Argentina me afecta. A mí y a muchos. No porque estemos directamente vinculados con lo que pasa, ni por razones íntimas. Nos afecta porque nos produce la sensación terrible de estar “desamparados”, como escribió SantiagoKovadloff. No es lo terrible del suceso que, lamentablemente, sigue siendo diario: alguien muere cuando no debería morir. Lo que afecta es el sentido de indefensión que nos produce los sentimientos que no deberíamos tener tanto en una supuesta democracia: temor a lo que puede pasar, percepción permanente de la impunidad, fragilidad ante el poder, menosprecio personal o intelectual de parte de los supuestos llamados “representantes del pueblo”.

Basta, por favor. Quiero y queremos, un poco de paz, un poco de justicia, un poco de equidad, un poco de protección, un poco de más de libertad, todo eso que nos vendieron que la democracia ofrece.

Oportunidad perdida

Mi hijo, con sus 5 años, a veces tiene ese comportamiento adulto tan absurdo que consiste en renegar por algo intrascendente privándose del placer que está allí, frente a él. Nunca insistimos demasiado sobre el “tiempo perdido”, ese tiempo que dejamos ir sin habernos sumergido en la instancia que nos propone. Pero eso es, en realidad, una dimensión del adulto –o de alguno de ellos-. Tomamos conciencia de ello cuando tomamos conciencia que somos mortales o cuando nos descubrimos que el amor eterno se termina, en ocasiones, un poco más lejos, un poco más cerca, pero bien lejos de la eternidad deseada  (Aún aquellos que logran atravesar toda una vida).
Lo que sigue siendo llamativo es que los seres humanos nos perdemos, en ocasiones, el placer que está allí, frente a nuestras narices y a nuestra disposición. Como si tuviésemos, a veces, miedo de adquirir una deuda impagable. Me acuerdo de haber privado de besar labios que estaban allí, cerca de mí, respirándonos los pensamientos, porque no había conseguido el “sí, bésame” que ni siguiera había preguntado. Así de absurdo. Pero allí, los labios tan próximos que estoy seguro que en otro mundo no sólo fue un beso, sino una odisea de amor.

Miedos, dudas, inseguridad, estupidez, ignorancia, incapacidades y quien sabe más, nos evitan avanzar por los senderos desconocidos hasta allí, que conducen a alguna idea de satisfacción y, por ello, nos privamos de manjares sólo puestos para nosotros, sin otra deuda que disfrutarlos sin producir daño. 

viernes, enero 16, 2015

Bodas de oro


La vida, siempre dicen, es ese camino que hacemos por esta tierra conocida durante un tiempo. Dura lo que dura pero siempre importa como dijo Vinicius “que nao seja eterna pero que sea infinita mientras dure”.
Sea como sea la vida que vivimos es bueno pensar que necesitamos testigos de ella. Los testigos iníciales son nuestros padres, o sea nuestra familia, aquella que nos permite crecer y alimentarnos –de todas las maneras posibles- hasta que salimos a eso que se llama adultez o, en ocasiones, nos empujan. Me explico, no quiere decir que esa familia deja de ser nuestra familia, sino que deja su papel principal de testigo. En la adultez vamos cambiando de testigos muchas veces. Hasta que un día formamos una nueva familia, distinta de la anterior en la medida que la tomamos como propia y real. Para hacerlo, uno elije a alguien que, a su vez, nos elije. Al hacerlo, escogemos, de alguna forma ese testigo que al cabo de un tiempo sabrá, con suerte, de nuestra vida y todo lo que conlleva: nuestros placeres, nuestras inquietudes, nuestros medios, nuestros fracasos, nuestros sueños, nuestras utopías, nuestros logros. Si el tiempo de compañía se extiende durante algún tiempo (cincuenta años es más que algún tiempo, es una vida misma) será no solo testigo de eso sino de ese andar donde concretizamos sueños en realidades, donde hacemos que las realidades tomen brillo, donde las cosas se edifiquen y otras no tanto, que las expresiones de deseo se conviertan en verdades o no, que las mentiras que podemos tejer se vuelvan verdades o al revés.
La vida siempre es un poco mucho, de tantas y diversas cosas. Por eso, los seres humanos nos damos el lujo de ordenarla de tantas formas diferentes, de acuerdo al ánimo que tenemos, el que, valga recordarlo, puede ser siempre confuso. Pero, sin embargo, sea como sea siempre encontramos “hitos” para marcarla como si fuese una forma de recordar que en el trayecto, aún en el largo, ha habido varios lugares donde podemos encontrar la síntesis significativa de lo andado.
Un viaje, y la vida lo es, lo contamos para el mundo por las grandes ciudades, pero con quien nos acompaña en el viaje, la  vivimos en las cosas cotidianas, en las que no tienen el peso de los “hitos” pero si, la dimensión exacta y maravillosa de lo imprescindible. Las dos formas son tan intensas para contarla pero es la suma de las dos cosas la que hemos vivido. Es como la memoria, que siempre nos hace jugar un poco mucho, se impregna completamente sólo en uno y nos permite versiones limitadas para los demás.
Es decir, podemos contar el haber pasado por la plaza San Marco, en Venecia, con nuestra testigo preferencial, por ejemplo y hasta mostrar las fotos; pero, no necesariamente vamos a contar sobre las caricias que hemos recibido en esa ciudad de quien hemos elegido y como nos dio el don de poder darlas. Sin embargo, lo primero toma valor porque lo segundo, lo que queda en la piel, como tatuajes indelebles, tuvo valor, en ese momento y aún hoy.
Cuando pasan mucho tiempo de ser testigo de alguien –y cincuenta años es bastante tiempo, aunque también lo son veinte y hasta quince- quizás hacemos recuentos de los grandes “hitos” y lo plasmamos de muchas maneras. Son intentos de síntesis de la suma de los días y noches donde lo cotidiano nos permitió estar. Recordamos de algún modo y, estoy convencido, muchas veces la memoria nos perdona muchas cosas en ese recuerdo tan “sui generis”. Es decir, hacemos con lo que reconstituimos, “una suerte de cuadro” que nos condensa algo –siempre más de lo que mostramos y mucho menos de lo que vivimos-, pero lo sabemos, la vida compartida, esa que tuvo el conjunto de las risas y lágrimas posibles, la que conlleva los recuerdos y los olvidos, la que tuvo las decepciones y los logros, la que sólo se vive porque hubo inquietudes y certezas, esa es la que están en las arrugas hermosas que el alma tiene por lo vivido, en los grises que son plata en los cabellos pero, sobre todo, en la mirada que no es la que ve, sino la que percibe, en los sonidos de antiguas músicas que no son conocidas por todos pero si por dos y eso, a veces, es lo que hace que la vida siempre haya valido la pena vivirla de a dos.
Salud por los que se animan a ser testigos, dos antiguos desconocidos que se encontraron porque se dio y que se permitieron el desafío en la adversidad y en la bonanza y así darse el lujo de poder compartir el día a día, donde radica, la simple felicidad de sentirse junto a alguien que uno siente especial.

g.

martes, enero 13, 2015

Je suis Charlie




He crecido en una idea de religión que habla de un Dios omnipresente, omnipotente, omnisciente. Un Dios que tenía sus cosas claras: misericordia, perdón, compasión. Años después, comprendí una cosa más importante: que le pongamos el nombre que queramos a ese Dios, el que decimos tener, se deberían seguir manteniendo esas premisas. 
Lo cierto que lo que pasó en París con el ataque a la redacción de Charlie-Hebdo me hizo pensar en lo siguiente: si cualquier Dios es superior a los seres humanos, debería quedar claro para los creyentes en ese Dios –o en cualquiera de las versiones- que ningún ser humano puede atribuirse el rol de ser el portavoz o el brazo de acción de él. 
Y la pregunta más inquietante: si Dios, Allah, Yhavé o quien fuera se sintiese ofendido por lo que podemos decir, ni hablar de lo que podemos hacer que afecte a su ideal de mundo, ¿no debería sólo él,  juzgarnos, sentenciarnos y condenarnos?  Es decir, ¿quién carajo puede ser tan imbécil para creer que puede tomar su papel? y, ¿porque diablos, antes de actuar en nombre de cualquier religión recuerdan que todas creen en una regla básica: de respetar la vida?
La humanidad sigue llorando, otra vez más, como, lamentablemente todos los días, un ser humano mata a otro porque no piensa de la misma manera.


(Las fotos, en esta ocasión las tomé de la web)

domingo, enero 11, 2015

Evaluar

Tomamos decisiones todo el tiempo, desde que nacemos, podemos decir. Lo hacemos con la mejor voluntad, con el conocimiento que tenemos y con las emociones que nos aparecen. Gestionamos todo eso y con ello construimos la tinta con la que firmamos la decisión en el “aquí y ahora”. Lo hacemos sin ser expertos en nada y con la simple sensación de la conciencia tranquila porque tomamos la decisión. Y, así, solemos equivocarnos. Tomamos decisiones incorrectas, erramos caminos, cometemos tonteras, nos golpeamos un poco y, a veces, golpeamos a otros. Nos abonamos o no a accidentes en la vida. Pero siempre es mejor que no tomar decisiones nunca. También lo digamos, a veces acertamos, nos jugamos a pleno y sale de maravillas, o, quizás acertamos en el menú incomprensible para nosotros en el

plato que nos da una nueva idea de placer. Elegimos una película que nos fascinará y conversamos con alguien que no parece, pero nos hace volar un poco más. Es la vida. Así debe ser.
El problema, sin dudas, es que cuando nos equivocamos, muchas veces y muchas personas se castigan por no haber elegido bien. Se olvidan –me olvido- que la decisión se toman en pasado y se evalúa en futuro. Que muchas veces en el fragor de lo cotidiano elegimos y no es lo mismo evaluarnos –juzgarnos- en la tranquilidad de la sala del tribunal y no en la realidad donde nos toca operar. Lo que pretendo decir es que debemos ser indulgentes con nosotros mismos, que no quiere decir que nos perdonemos cualquier cosa. Efectivamente, hasta podemos ser responsables pero, tengamos cuidado con ser impiadosos con nosotros mismos en la evaluación de las decisiones que tomamos. Ellas surgen con el entusiasmo, con la necesidad, con el deseo, con las esperanzas y con nuestros propios mitos que hacen que creamos, tantas veces, que el camino que luego vemos incorrecto, era el mejor.

No nos olvidemos, en definitiva, que somos seres humanos transitando por una vida que no sólo no conocemos sino que vamos construyendo, descubriendo y viviendo en cada momento que la vamos andando.

viernes, enero 09, 2015

Actitud

La actitud es una palabra simpática. Forma parte de cualquier léxico de auto ayuda, por ejemplo. Con ella nos dan la pelota y a jugar. También forma parte de varias disputas cuando las cosas van mal en algo donde hacen falta dos o más para concretizar. Desde un equipo de futbol hasta una pareja.
Ni vamos a poner en dudas que la actitud como cuestión personal es importante para poder estar mejor desde la vida hasta el aprendizaje del ruso, por decir algo. En cuanto es medida personal es muy válida porque uno evalúa en términos de sus propias convicciones, necesidades, logros y demás.
En cuanto es medida para que el otro evalúe, allí se hace un poco más complicado y, muchas veces, es una medida injusta. Porque la actitud la evalúa el que se posiciona en juez de lo que se hace. Ya se transforma en arbitrario y, por lo tanto, en una piedra filosofal. ¿Cuál sería la medida de aptitud correcta? La que satisface al otro Pero la actitud la tenemos nosotros. Entonces ¿quién evalúa lo que hacemos y cuanto de nosotros ponemos en ello? ¿El otro? Hay un tufillo de injusticia.
Esto no quiere decir que el otro deba conformarse con algo que no siente que es lo que necesita. Eso está claro. Jamás debemos consentir lo que nos produce displacer, nos enoja, nos molesta, nos angustia, nos produce la tristeza irremediable en la compañía. Pero lo que si voy a insistir es tengamos cuidado con traducir eso que nos falta en una simple falta de actitud. En esas utilizaciones de actitud, siento que estamos cometiendo un error y, sobre todo, siendo injustos.

Ahora bien, esto parece una sentencia final. No me gusta, no puedo pedir el cambio de actitud y entonces, chau picho! No. Lo que estoy diciendo que aún que esa posibilidad exista. No es el pedido de cambio de actitud lo que hace que algo funcione, es el dialogo que permite que se aceiten las cosas y que produzca el verdadero cambio de actitud personal que genera, directamente, el encuentro real, el placer enriquecedor y la experiencia de vivir compartida.

sábado, enero 03, 2015

Los grises


Los grises tienen mala fama. Como si ellos fueran sólo lo tibio. Lo que representa aquello que no se juega. Pero, la realidad es que la vida está llena de grises necesarios. Los grises forman partes del otoño, por ejemplo, una estación que lejos de ser terrible es el anticipo de lo que vendrá. Es la estación que permite la reflexión y que, particularmente, me encanta para el amor. Un amor reposado y estable. Los grises hablan de una vida pasada, de una vida que tenemos atrás pero que no es pasado pisado, es, como dice la canción “la memoria de los ríos que cruzamos”. Seguramente no es el color ideal. Pero la vida, la verdadera, aquella que logramos vivir con nuestras opciones, limitaciones y demás, siempre necesita de los grises, es más forman parte de ella. Forman parte de esas tonalidades que hacen que otros colores, también nuestros, tengan protagonismo. Quizás los grises son los colores que signifiquen las pausas, los indispensables espacios que nos permiten recuperar la fuerza y hacer unos pasos más, aún más, aún después.

En definitiva, las nieves del tiempo platearon la sien…sigue siendo la forma maravillosa que tiene el tiempo de decirnos que hemos vivido. No por nada, en nuestra piel y en los cabellos, aún la vida más plena, deja briznas de color gris y las trazas en la piel, aunque la cosmética moderna, se empeñe en querer borrarlas, ocultarlas o simplemente deformarlas.



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