jueves, junio 30, 2022

¿Qué hace un profesional de la sexología?

 

Cuidar la salud sexual, sería la respuesta corta, correcta y directa. Pero, sabemos que a pesar de ser corta y correcta, no es directa. Las personas no tienen muy en claro lo que es salud sexual (lo digamos, ni los médicos, muchas veces, tienen la certeza sobre esto). Si lo pensamos un momento, nos damos cuenta que es lógico que sea así. La idea de salud es compleja, incierta e intangible para todos. Funcionamos mejor con la idea de la enfermedad. Esto tengo, esto no tengo, esto lo evito, lo sé evitar, etc. La enfermedad parece, tantas veces, el camino donde el profesional de la salud es el Moisés que nos llevará hasta la tierra prometida, pero sin entrar: la tierra de la salud.

Sumemos a ello que la sexología fue una especie de tierra de nadie durante tanto tiempo. Vista, en ocasiones, como un lujo que sólo pocos podían permitirse y donde las soluciones no eran todas contundentes, a pesar que podían ser muy eficaces en ciertos casos. Luego, podemos afirmar, llegó el vértigo. Así desde los años noventa todo surgió con una rapidez inusitada. Así, pasamos de la época del miedo por el VIH, a nuevas discriminaciones, terapias anheladas, nuevos fármacos -efectivos y eficaces-, un resurgimiento de la problemática de la anticoncepción por la consecuencia lamentable de su uso errado: el embarazo adolescente, la asunción de una vieja situación humana como un problema real –la violencia contra la mujer-, lo que mostró, por varias cuestiones, otro problema silenciado durante siglos y aceptado como natural: el abuso sexual en todo su espectro; también surgieron la reivindicación social y postergada durante tanto tiempo de los derechos de las minorías sexuales y el anhelo de los derecho sexuales como una utopía necesaria. Todo eso, en conjunto, hizo que la sexualidad adquiriese una presencia contundente a nivel social, más allá de su vivencia cotidiana innegable, lo que aumentó la visibilidad de sus dimensiones, y con ello sus opciones y sus requerimientos.


A todo ello se agregaron una suerte de erotización “en estéreo” lo que posibilitó que la moral sexual se modificara, en ocasiones para bien y otras de modo discutible, quizás, sobre todo cuando todo parece válido, o por lo menos defendible. Efectivamente, la manifestación periodística de la liberación sexual como una opción para todas las personas, la publicidad de la diversidad de comportamientos sexuales, todo acelerado a partir de la exacerbación de medios de intercambio de información y contactos. Es una nueva forma de exigir que el ser humano se adapte a lo que no desea, en ocasiones. En ese caldo definido por adelantos sociales, culturales, biológicos y psicológicos se podría pensar que es el marco donde la problemática sexual y la búsqueda de soluciones para ella debería ser una alternativa no sólo válida sino también solicitada fácilmente, exigida sanitariamente e impuesta como parámetro de la salud de la población.

Pero aún se resiste. La sexología aún busca su espacio profesional. Su identidad está dividida entre una suerte de biologicistas del pene –viagra mediante- y unos tantristas de lo holístico –esotéricos mediante-. Sin que esto implique decir que ni “viagra” ni el “tantra” no sean opciones válidas, necesarias, disponibles, exigibles y eficaces.

La sexología es la ciencia que estudia el sexo. De esta simplicidad podemos partir para comprender. Es decir, que consultamos a un sexólogo cuando nuestra actividad sexual no es la que deseamos tener, no es la que pensamos que debemos tener o esa actividad sexual nos interpela por algo. A partir de esas cuestiones debería nacer la consulta con un sexólogo.

Este profesional debería poder orientar a la persona en esas situaciones, según el problema, para procurar una respuesta a ese pedido partiendo del hecho concreto: ¿es realmente esa la queja? Es, en definitiva, lo que hace todo profesional de la salud. Escuchar, evaluar y proponer. En nuestro caso, sobre la actividad sexual procurando hacer que el consultante adquiera herramientas para encontrar satisfacción en la misma o señalándole los caminos a hacer para ello.

La sexología seguirá siendo tierra de nadie mientras los sexólogos no asuman que su actividad profesional sólo alcanzará su verdadera dimensión cuando sea capaz de contribuir en el proceso donde el otro aumenta las dimensiones de su vida sexual, en el sentido que la sexología le da a sexualidad, o sea, como cuestión integral de la persona. Esto, obviamente, dista mucho de una simplificación mecánica o un simple listado de posiciones, aunque esto sea más sencillo de presentar como campo de acción.

 

martes, junio 28, 2022

Día del orgullo gay

 

El 28 de junio se celebra el día que se conoce como del orgullo recordando lo que pasó en los "disturbios de Stonewall" (Nueva York), que sucedieron en 1969. Fue la primera vez que la comunidad gay se alzó contra una redada que la policía de Nueva York realizó en el bar Stonewall Inn, en Manhattan, un lugar de encuentro entre la comunidad homosexual. Este día hoy se conoce como día del orgullo LGBTIG+. Este es un acrónimo de las palabras Lesbianas, Gay, bisexuales, Transexuales e Intersexuales Queer y, donde el “+” es por otras posibilidades no contempladas en las letras anteriores. Que no es otra cosa que expresiones humanas a partir de una identidad personal.

Hay tres elementos transversales para pensar este día ya que son claves para toda nuestra humanidad. El primero señalar la importancia de lo que nos define como especie: la diversidad. Una diversidad que existe, aunque nos afanemos para no verla, despreciarla o ignorarla. Esta diversidad humana no sólo que no es un problema, sino que es una riqueza. Sin diversidad, podemos afirmar, no hay humanidad posible, ni crecimiento espiritual, ni desarrollo social, ni nada. Porque la piedra angular de la humanidad es el encuentro con alguien que es otra persona, la diferencia es inevitable, como que ella nos obliga, nos exige y nos da la maravillosa posibilidad de buscar consensos para construir puentes y espacios para encontrarnos.

La segunda cuestión elemental es que la eliminación de toda forma de violencia es una utopía (lamentablemente) que nos obliga a buscarla y, en ocasiones, concretar medidas concretas para disminuirla, limitarla, evitarla y controlarla. La violencia es el lado oscuro de la humanidad. Nuestro cotidiano lo muestra con tanto énfasis. Claramente la peor violencia es la que se hace contra el otro porque simplemente es otro, más cuando esa violencia se asienta en un odio que, como emoción, se funda en un sinsentido infernal, dado que el odio nunca es inocuo para quien lo tiene.

Lo tercero es uno de los recursos más brillantes que hemos logrado como comunidad, comprender que las personas tenemos derecho y por ello debemos perfeccionar nuestra forma de pensar, de observar el mundo, de escuchar al otro para dar una respuesta colectiva a favor de lo que es necesario. Otorgar derechos, permitirlos, legislar y actuar para ellos, no es otra cosa que una respuesta positiva de las personas para poder crear una sociedad que facilite el bien común que, lo subrayemos, debe evitar todo tipo de violencia.


Pero más allá de las utopías, sabemos que no todos comparten, sienten o ven esto como “normal” (las comillas se imponen, porque se trata de una palabra que la usamos no como reivindicación de una búsqueda necesaria que sería normal que toda persona tenga derecho a expresarse en libertad y que sufra ninguna violencia por ello, sino es utilizada como método coercitivo para marcar a las personas y generar discriminación).  Una sociedad que se empeña en eliminar la violencia, generar derechos y disfrutar la expresión de la diversidad estoy convencido que es una sociedad que busca realmente desarrollarse y aspirar a ser saludable. Los testigos de aquel día mencionan que los que se alzaron contra la redad entonaron la canción «We shall Over come» (En español, Venceremos), lo que nos recuerda una de las evidencias más intensas en nuestra cultura: la música (el arte), sigue siendo una de las formas más sensibles, fuertes, conmovedora y humana de cambiar el mundo. Porque, tal vez, como humanidad estamos llamados a hacerlo: el cambio siempre es ahora.

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