Cuidar la salud sexual, sería la respuesta corta, correcta y directa. Pero, sabemos que a pesar de ser corta y correcta, no es directa. Las personas no tienen muy en claro lo que es salud sexual (lo digamos, ni los médicos, muchas veces, tienen la certeza sobre esto). Si lo pensamos un momento, nos damos cuenta que es lógico que sea así. La idea de salud es compleja, incierta e intangible para todos. Funcionamos mejor con la idea de la enfermedad. Esto tengo, esto no tengo, esto lo evito, lo sé evitar, etc. La enfermedad parece, tantas veces, el camino donde el profesional de la salud es el Moisés que nos llevará hasta la tierra prometida, pero sin entrar: la tierra de la salud.
Sumemos
a ello que la sexología fue una especie de tierra de nadie durante tanto
tiempo. Vista, en ocasiones, como un lujo que sólo pocos podían permitirse y
donde las soluciones no eran todas contundentes, a pesar que podían ser muy
eficaces en ciertos casos. Luego, podemos afirmar, llegó el vértigo. Así desde
los años noventa todo surgió con una rapidez inusitada. Así, pasamos de la
época del miedo por el VIH, a nuevas discriminaciones, terapias anheladas,
nuevos fármacos -efectivos y eficaces-, un resurgimiento de la problemática de
la anticoncepción por la consecuencia lamentable de su uso errado: el embarazo
adolescente, la asunción de una vieja situación humana como un problema real
–la violencia contra la mujer-, lo que mostró, por varias cuestiones, otro
problema silenciado durante siglos y aceptado como natural: el abuso sexual en todo su espectro; también surgieron la
reivindicación social y postergada durante tanto tiempo de los derechos de las
minorías sexuales y el anhelo de los derecho sexuales como una utopía
necesaria. Todo eso, en conjunto, hizo que la sexualidad adquiriese una
presencia contundente a nivel social, más allá de su vivencia cotidiana
innegable, lo que aumentó la visibilidad de sus dimensiones, y con ello sus
opciones y sus requerimientos.
A todo ello se agregaron una suerte de erotización “en estéreo” lo que posibilitó que la moral sexual se modificara, en ocasiones para bien y otras de modo discutible, quizás, sobre todo cuando todo parece válido, o por lo menos defendible. Efectivamente, la manifestación periodística de la liberación sexual como una opción para todas las personas, la publicidad de la diversidad de comportamientos sexuales, todo acelerado a partir de la exacerbación de medios de intercambio de información y contactos. Es una nueva forma de exigir que el ser humano se adapte a lo que no desea, en ocasiones. En ese caldo definido por adelantos sociales, culturales, biológicos y psicológicos se podría pensar que es el marco donde la problemática sexual y la búsqueda de soluciones para ella debería ser una alternativa no sólo válida sino también solicitada fácilmente, exigida sanitariamente e impuesta como parámetro de la salud de la población.
Pero
aún se resiste. La sexología aún busca su espacio profesional. Su identidad
está dividida entre una suerte de biologicistas del pene –viagra mediante- y
unos tantristas de lo holístico –esotéricos mediante-. Sin que esto implique
decir que ni “viagra” ni el “tantra” no sean opciones válidas, necesarias,
disponibles, exigibles y eficaces.
La
sexología es la ciencia que estudia el sexo. De esta simplicidad podemos partir
para comprender. Es decir, que consultamos a un sexólogo cuando nuestra
actividad sexual no es la que deseamos tener, no es la que pensamos que debemos
tener o esa actividad sexual nos interpela por algo. A partir de esas
cuestiones debería nacer la consulta con un sexólogo.
Este
profesional debería poder orientar a la persona en esas situaciones, según el
problema, para procurar una respuesta a ese pedido partiendo del hecho
concreto: ¿es realmente esa la queja? Es, en definitiva, lo que hace todo
profesional de la salud. Escuchar, evaluar y proponer. En nuestro caso, sobre
la actividad sexual procurando hacer que el consultante adquiera herramientas
para encontrar satisfacción en la misma o señalándole los caminos a hacer para
ello.
La
sexología seguirá siendo tierra de nadie mientras los sexólogos no asuman que
su actividad profesional sólo alcanzará su verdadera dimensión cuando sea capaz
de contribuir en el proceso donde el otro aumenta las dimensiones de su vida
sexual, en el sentido que la sexología le da a sexualidad, o sea, como cuestión
integral de la persona. Esto, obviamente, dista mucho de una simplificación
mecánica o un simple listado de posiciones, aunque esto sea más sencillo de
presentar como campo de acción.